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Lo único que revela ChapGPT es que reina la mediocridad
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Esteban Hernández

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Lo único que revela ChapGPT es que reina la mediocridad

Un profesor de Wharton ha realizado un experimento con unos resultados que, afirma, muestran grandes oportunidades. La mayor quizá sea la de que dejemos de hacer el tonto

Foto: ChatGPT. (FLorence Lo/Reuters)
ChatGPT. (FLorence Lo/Reuters)
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Hace unos años, entre esa enorme cantidad de proyectos que regularmente inventan las pequeñas firmas tecnológicas, hubo uno singular. Una compañía afirmaba haber inventado un programa que podía sustituir a los CEO. Habían realizado pruebas que demostraban que algunas compañías cuyas decisiones las tomaban los algoritmos funcionaban más o menos igual que cuando las dirigían personas. Era improbable que tuviera éxito, porque resulta difícil que los inversores financien un programa que incluso podría sustituirlos a ellos. En todo caso, los expertos aseguraban que tal programa no podría ser eficaz, porque los consejeros delegados toman decisiones complejas, que requieren de la toma en cuenta de muchos factores, y para las que utilizan razonamientos que no son sustituibles por los programas. No había algoritmo que pudiera ser superior al talento humano en la gestión.

Bloomberg acaba de publicar una noticia titulada "ChatGPT obtiene un MBA", en la que describe como el chatbot IA obtuvo buenos resultados en un examen de la escuela de negocios de Wharton. El MBA es el curso típico que realizan quienes esperan alcanzar cargos directivos, y fue una especie de paso obligado para alcanzar los puestos más relevantes en las grandes firmas. Son muy caros, en especial en las escuelas más prestigiosas, porque ofrecen un conocimiento diferencial, que justifica que quienes lo realizan acaben teniendo una trayectoria profesional de élite.

Un inusual entusiasmo

Fue Christian Terwiesch, un profesor de Wharton, quien tuvo la idea de someter a ChatGPT al examen. Y su resultado, afirma, "es algo para emocionarse": los nuevos sistemas ofrecen un montón de posibilidades (sin concretar, eso sí), para establecer nuevas líneas de aprendizaje y para idear nuevas metodologías para que la enseñanza fuera mejor. Las innovaciones "podrían hacer que la mitad de los profesores fueran despedidos o, por el contrario, que se encuentren oportunidades para hacer que los estudiantes sean el doble de inteligentes".

Lo que nos sugiere es que los conocimientos que tejen las decisiones de los directivos de grandes firmas son, quizá, demasiado banales

Si fuera él, no estaría precisamente entusiasmado. Lo que el resultado de la prueba subraya, en primer lugar, es que una escuela de élite como Wharton ofrece un aprendizaje que hasta un programa informático puede aprobar. Quizá los contenidos que se ofrezcan en esos cursos no tengan tanto valor. Como segundo elemento, cabe resaltar que el conocimiento que puede ofrecer tal sistema es estándar, y por tanto, un pensamiento empobrecido: es una recopilación de datos y conceptos en los que lo nuevo, lo diferente, lo brillante o lo excepcional no puede aparecer. Es justo eso lo que un conocimiento de élite debería rechazar.

Y, lo que es peor, lo que nos está sugiriendo es que esos conocimientos, que son los que tejen las decisiones profesionales de los directivos de las grandes empresas, quizá sean demasiado banales; quizá la gestión de las empresas contemporáneas se haya convertido en un sota, caballo y rey, en la utilización de unas cuantas fórmulas estándar, como aseguraban los emprendedores de la startup que pretendía sustituir a los CEO, en la medida en que un programa informático podía realizar las mismas funciones. Lo que nos lleva a preguntas laterales: quizá, cuando se quiera reorganizar una firma, en lugar de encargar el plan a una gran consultora, se pregunte qué hacer a ChatGPT y las soluciones no varíen demasiado de las ofrecidas por los expertos más brillantes.

El problema con el trabajo intelectual

No es ironía. Hasta ahora, el lugar común es que la sistematización de tareas y la utilización de máquinas y de robots para sustituir al trabajo humano, va a afectar especialmente a las tareas de baja cualificación. Además de los empleos que ya está restando a la industria, los desarrollos ulteriores van a permitir que las labores más pesadas, rutinarias y repetitivas sean reemplazadas por robots. El uso de la inteligencia artificial va en la dirección de sustituir o abaratar trabajos poco cualificados, es decir, los de la mayoría de la gente. Sin embargo, si sistemas como ChatGPT escalan un nivel, la tarea intelectual también puede ser objeto de sustitución por la inteligencia artificial. En especial cuando dista mucho de haber alcanzado su máximo desarrollo.

Si la IA da el salto cualitativo que nos anuncian, casi todos los trabajos estarían en peligro, no solo los de baja cualificación

Por decirlo de otra manera, o la inteligencia artificial no va más allá de la recopilación y conexión chata de una gran cantidad de conocimientos, con lo cual sería una ayuda para realizar algunas tareas, pero no podría sustituirlas, o da el salto que se anuncia y se convierte en algo mucho más potente, con lo que, a la larga, gran parte de los trabajos estarían en peligro.

El desvanecimiento de la inteligencia

Mientras se debaten estas cosas y se anticipa el futuro, quizá convendría reparar en lo que ya está pasando, para no continuar con el idealismo tecnológico. Quizá lo que esté pasando no es que la inteligencia artificial se esté desarrollando mucho, sino de que hemos llegado al punto en que unos cuantos lugares comunes bien articulados y enlazados son considerados inteligencia. Un poco como ocurría con los pedantes de otros tiempos, que gozaban de una gran memoria que les permitía albergar cantidad de datos en su cerebro, y por eso se los consideraba personas brillantes.

Quizá tenga razón el profesor de Wharton y ChatGPT sea una oportunidad, pero para dejar de hacer el tonto

Quizá lo que esté ocurriendo es que nos movemos en contextos que limitan nuestra capacidad de raciocinio en lugar de promoverla. Hasta ahora, muchas de las funciones de la tecnología están provocando un descenso en la utilización de mecanismos racionales. Una de las alertas más frecuentes es la reducción de nuestra capacidad de atención por la continua exposición a las pantallas. Los periódicos escriben temas banales para que los difunda Google, los usuarios de las redes emiten sus opiniones para atacar, morder o violentar, los políticos están pendientes de que no les pillen en un vídeo que se haga viral. Por supuesto, esto no tiene que ver con una teórica esencia tecnológica: sería como culpar a un bastón del uso que de él hacemos. Pero sirve para constatar que, en un mundo de teóricas enormes posibilidades, el pensamiento se ha limitado a repetir lo estándar. Toda esa enorme circulación de información no nos ha hecho más inteligentes, sino más tontos. En este sentido, quizá tenga razón el profesor de Wharton y ChatGPT sea una oportunidad, pero para dejar de hacer el estúpido y abandonar la mediocridad reinante.

Puestos a aventurar una tesis respecto de lo que ocurrirá, lo más probable es que todo esto acabe como de costumbre: habrá quienes envíen a sus hijos a centros que les enseñen a pensar, que desarrollen su capacidad de razonar, de establecer conexiones lógicas y de explorar nuevos caminos mientras el resto perderá toda opción de disfrutar de una vida laboral mínimamente digna.

Hace unos años, entre esa enorme cantidad de proyectos que regularmente inventan las pequeñas firmas tecnológicas, hubo uno singular. Una compañía afirmaba haber inventado un programa que podía sustituir a los CEO. Habían realizado pruebas que demostraban que algunas compañías cuyas decisiones las tomaban los algoritmos funcionaban más o menos igual que cuando las dirigían personas. Era improbable que tuviera éxito, porque resulta difícil que los inversores financien un programa que incluso podría sustituirlos a ellos. En todo caso, los expertos aseguraban que tal programa no podría ser eficaz, porque los consejeros delegados toman decisiones complejas, que requieren de la toma en cuenta de muchos factores, y para las que utilizan razonamientos que no son sustituibles por los programas. No había algoritmo que pudiera ser superior al talento humano en la gestión.

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