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Lo que Juan Roig no dijo: el centro de la ineficaz gestión económica
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Esteban Hernández

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Lo que Juan Roig no dijo: el centro de la ineficaz gestión económica

Hay muchos aspectos de la economía que la gente común no termina de entender, y no es raro que así ocurra, porque son difícilmente explicables. En el fondo, todo es mucho más sencillo de lo que parece

Foto: El presidente de Mercadona, Juan Roig. (EFE/Kai Forsterling)
El presidente de Mercadona, Juan Roig. (EFE/Kai Forsterling)
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Juan Roig fue sincero a la hora de explicar sus decisiones. Era necesario subir los precios para mantener la cadena de producción. Sus proveedores se habían visto presionados por el aumento de los costes y saldrían muy dañados si estos no se repercutían al consumidor. La reacción de Mercadona a esta crisis ha sido distinta; en la anterior, cuando la sociedad estaba tensionada por la pérdida de trabajos y de recursos, el acento se puso en la cadena: se repercutieron los costes sobre ella para mantener los precios bajos. Esta vez, Roig eligió otra dirección.

La posición de Mercadona le parecerá bien o mal a la gente, pero sus argumentos pueden entenderse. Y no porque resulten más o menos válidos, sino porque la empresa de Roig opera en la economía real, la de personas que producen y venden cosas a otras que las necesitan o las valoran. Es la clase de economía en la que la gente común piensa cuando se habla de economía. Es cierto que algunos elementos, como el poder de mercado, la manera en que una posición dominante es aprovechada, escapan a los debates usuales. Pero esa es otra historia. En este caso, además, las palabras de Roig nos sirven para que reflexionemos acerca de las causas primeras de la inflación, que no tienen tanto que ver con la masa monetaria en circulación como con una deficiente articulación del sistema productivo que nos ha llevado a ser dependientes en los suministros de muy pocas zonas geográficas. Cuando estas se ven tensionadas, los precios aumentan, al igual que cuando algunos de los productores o de los mediadores en ese proceso global perciben la ocasión de hacer valer su poder de mercado.

Foto:  La ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra. (EFE/Fernando Alvarado) Opinión

Hay cosas de la economía, sin embargo, que la mayoría de la gente no entiende. Cada vez que hay una disfunción en la normalidad económica, y últimamente nos hemos tenido que acostumbrar a demasiadas, los expertos nos explican causas y consecuencias de una manera difícilmente asimilable. Los problemas sufridos por el SVB resultan ahora fáciles de describir para los especialistas, pero ni siquiera así terminamos de aprehender cuál es la naturaleza del problema. La oscuridad en las explicaciones es lógica: si mostrasen las cosas claramente, sería todavía más difícil de entender para la mayoría de la gente.

La perversión

El rescate de SVB es un buen ejemplo de la estupidez que se ha instalado en nuestro sistema. Un banco, el Silicon Valley Bank, recibió en depósito el dinero de muchas empresas de la zona. A finales de 2022, tenía 37.466 clientes de depósito, cada uno con más de 250.000 dólares por cuenta. Las empresas tecnológicas habían confiado en el banco, pero no para que les guardase el dinero, sino para que lo gestionase y les ofreciera rendimientos. No eran como la mayoría de los ciudadanos, que ponen su dinero en un banco que no solo no les ofrece un rendimiento, sino que les cobra comisiones; no eran ahorradores, eran inversores. Que, además, habían colocado en la misma entidad cantidades superiores a las que legalmente estaban aseguradas en caso de que el banco tuviera problemas.

Foto: Silicon Valley Bank es una entidad clave en el entorno de las 'startups' estadounidenses. (Reuters/Dado Ruvic)

Estos inversores, además, eran especiales. Pertenecen a un sector cuya constante es el fracaso. La mayor parte de ellos ponen proyectos en marcha, gracias a que convencen a gente de que aporte capital, que cierran tiempo después, cuando constatan que no tendrán recorrido. El sector de la inversión tecnológica funciona así, realiza muchas apuestas con la esperanza de que alguna tenga un gran recorrido que compense con creces lo invertido en el conjunto. Estos eran los clientes del banco cuyos depósitos han sido rescatados por encima de lo que legalmente les correspondía.

Los bancos, por su parte, llevan mucho tiempo causando problemas porque están inmersos en una espiral muy perniciosa para la sociedad y para los Estados. Dado que están muy apalancados, es decir, operan como mucho más dinero del que tienen, cualquier tropiezo les pone en serias dificultades. Por cada euro depositado en el banco, la oferta monetaria aumenta 20, 30 o 40 veces. Es decir, mueven un dinero del que carecen, y a menudo no lo destinan a préstamos a particulares para sus hipotecas o sus negocios, sino a nutrir a empresas que realizan operaciones arriesgadas. Las posibilidades de meterse en problemas, operando así, es elevada. Y los incentivos son perversos, ya que, si les sale bien, los bonus y los dividendos que consiguen son enormes; si sale mal, los gobiernos corren con las pérdidas si el tamaño del banco es lo suficientemente grande.

Foto: Imagen: Julia Burke/EC.

Recapitulemos. El Gobierno estadounidense, como otros antes, va a rescatar a empresas que juegan con pólvora ajena, que ganan mucho dinero si les sale bien y nada si les sale mal. Y en este caso, va a cubrir los depósitos de un sector, como el tecnológico, cuya esencia es fracasar una y otra vez hasta que les toca la lotería del éxito y se convierten en monopolios. Es difícil que el ciudadano común pueda entender esto como normal.

La manera de salir del enredo

Entiende mejor lo de Mercadona, porque forma parte de la economía en la que vive a diario. Y, por eso, hay mucha gente que da la razón a Roig cuando señala que la cadena, de la que forman parte (entre otros) productores y transportistas, está sufriendo costes más elevados, y, por tanto, es lógico que los precios suban. Pero lo que no dice Roig, quizá por la visión que tiene de la economía, es que la única manera de salir de este enredo de una forma que salvaguarde el margen de la empresa y sostenga la cadena de suministro, es que los ciudadanos tengamos más recursos para que nuestro nivel de vida vaya a mejor y no a peor, como ha ocurrido sistemáticamente durante la última década. Eso significa mejores salarios, mejores condiciones de funcionamiento de las pymes en cadenas concentradas, empleos mejor pagados y una mayor vitalidad de los mercados interiores. Si no ocurre esto, el precio de la crisis lo acaban pagando siempre los trabajadores y las pequeñas empresas, o los consumidores, o los dos.

Esto supone gestionar de otro modo la economía. A partir de aquí, se podría entrar en un montón de discusiones técnicas sobre los motivos de la inflación y cómo atajarla, y sobre los teóricos peligros de que las personas comunes tengamos más recursos, porque causaría más inflación. Pero todas estas cosas nos las dicen los expertos que han visto durante muchos años como una buena idea que los bancos arriesguen mucho más dinero del que tienen y que la inversión tecnológica sea una lotería del todo o nada.

Aquí se pueden plantear dos objeciones obvias. Una es sobre las decisiones que tomamos: ¿de verdad creemos que una economía organizada para que sectores destinados al fracaso continuo y a las apuestas arriesgadas gratuitas continúen viviendo tiempos boyantes puede sostenerse a medio plazo? ¿De verdad creemos que este funcionamiento es más eficiente y produce algún tipo de beneficio para la sociedad? ¿De verdad creemos que una economía que utiliza la economía real como palanca para efectuar apuestas de lo más absurdo, en lugar de favorecerla, puede tener algún recorrido que no sea catastrófico, política y socialmente?

La otra objeción es existencial: ¿de verdad creemos que en un tiempo de competición entre potencias, de desglobalización selectiva y de un enfrentamiento con China y Rusia (entre otros) que se desenvuelve en lo económico y lo tecnológico, vamos a ganar si deterioramos el nivel de vida de la gran mayoría de nuestros ciudadanos? ¿De verdad vamos a ganar, sea lo que sea eso, quebrando las posibilidades vitales de nuestras sociedades? Que alguien me lo explique, porque me gustaría escuchar sus argumentos.

Juan Roig fue sincero a la hora de explicar sus decisiones. Era necesario subir los precios para mantener la cadena de producción. Sus proveedores se habían visto presionados por el aumento de los costes y saldrían muy dañados si estos no se repercutían al consumidor. La reacción de Mercadona a esta crisis ha sido distinta; en la anterior, cuando la sociedad estaba tensionada por la pérdida de trabajos y de recursos, el acento se puso en la cadena: se repercutieron los costes sobre ella para mantener los precios bajos. Esta vez, Roig eligió otra dirección.

Juan Roig
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