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La crisis bancaria occidental y la sonrisa de Xi Jinping en el Kremlin
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Esteban Hernández

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La crisis bancaria occidental y la sonrisa de Xi Jinping en el Kremlin

El ruido de fondo en torno a los bancos, una más de esas perturbaciones sistémicas que regularmente amenazan con estallar, debe hacernos recapacitar acerca de nuestra habilidad económica en un contexto de competición creciente

Foto: Xi Jinping, a su llegada al Kremlin. (EFE/Alexey Mayshev)
Xi Jinping, a su llegada al Kremlin. (EFE/Alexey Mayshev)
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Paul Kennedy publicó hace varias décadas una obra, Auge y caída de las grandes potencias, cuya lectura continúa siendo pertinente. Kennedy estudió los motivos por los que las grandes potencias aumenten o pierden su poder y su influencia, en qué momento se convierten en relevantes y cuándo dejan de serlo. Hay muchos factores que explican el crecimiento o el declive, y los elementos tecnológicos o geográficos van a ser siempre muy significativos. Sin embargo, hay una variable que suele olvidarse y que termina por ser fundamental. Hay que hacer particular hincapié en ella, porque pone de relieve la importancia de la relación entre lo externo y lo interno, entre la expansión y el frente interior, pero también porque acaba por ser decisiva.

Es muy sencilla de comprender: “Por lo general, se necesita de la riqueza para sostener el poder militar y del poder militar para adquirir y proteger la riqueza”. No se trata únicamente de esto, la vida de las potencias no es tan simple, pero conviene empezar por aquí: además de la fortaleza de los ejércitos, se requiere de un uso eficiente de los recursos económicos y productivos de los Estados si se quiere mantener el empuje. Kennedy avisa de que el poder siempre es relativo: de poco sirve avanzar si las otras potencias mejoran más, o disponer de recursos si las economías de otros países crecen mucho.

Lavrov: "No se trata de Ucrania. Refleja la batalla sobre cómo será el orden mundial"

Conviene, por tanto, entender desde esta perspectiva la visita de Xi Jinping a Moscú. Se resalta la relevancia que puede tener para la marcha de la guerra, pero contiene propósitos bastante más profundos, que examinaremos en otra ocasión. Baste hoy con subrayar las palabras del ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov: "No se trata de Ucrania en absoluto, sino del orden mundial. La crisis actual es un momento fatídico que marca una época en la historia moderna. Refleja la batalla sobre cómo será el orden mundial".

Foto: El presidente chino, Xi Jinping. (EFE/EPA/Xinhua/Yan Yan) Opinión
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En este escenario, es conveniente recordar el aviso de Kennedy: sin una economía pujante es muy difícil mantener el poder militar. Y sin que esa economía genere beneficios a la mayoría de la población, es muy complicado mantener la estabilidad política precisa para encarar ambos objetivos. De momento, el problema parece estar en nuestro lado.

Una mala salida

Es complicado entender el momento económico de Occidente. No solo por las crisis en las que nos hemos vuelto inmersos, sino porque cualquier intento de comprensión de las mismas supone adentrarse en territorios inhóspitos para el lego en la materia. Las causas de las sucesivas crisis no son entendidas por la mayoría de la gente, que se ve enredada en términos como subprime, CDS, gilts, déficits de esto o de lo otro. Igual nos ocurre con la actual crisis bancaria. A veces conviene despejar los elementos técnicos, elevar la mirada y formular otra clase de preguntas.

Larry Fink, el CEO de BlackRock, uno de los fondos más importantes del mundo, dirige anualmente una carta a sus inversores que conviene leer. La de 2023 es interesante por muchos motivos, pero también porque subraya la tendencia general: “La crisis bancaria actual otorgará mayor importancia al papel de los mercados de capital. A medida que los bancos se vean potencialmente restringidos en sus préstamos, o a medida que sus clientes se den cuenta de los desajustes entre activos y pasivos, probablemente acudirán en mayor número a los mercados de capital para obtener financiación”. Fink avisa del cada vez mayor protagonismo del sector privado tras “años de crecimiento global impulsado por un gasto público récord y tasas de interés muy bajas”.

Nuestro sector financiero escapa de los riesgos presentes por la vía de hacerlos más complicados en el futuro: es una huida hacia adelante

La predicción de Fink tiene toda la pinta de cumplirse. La actual crisis puede generar un doble efecto. Por una parte, tenderá a que los bancos se concentren para hacerse más grandes y más sistémicos, lo que elimina riesgos porque, al convertirse en “demasiado grandes para caer”, saben que tendrán el respaldo público en caso de que aparezcan los problemas, lo que equivale a dar carta blanca a las malas gestiones. En segundo lugar, llevará a que los mercados de capital tengan mayor protagonismo en la economía, lo que supone un desplazamiento desde un sector más regulado, como los bancos, hacia otro con mucha menor regulación. Y esto es un problema, porque se trata de un sector diverso, en el que hay de todo, pero muchos de esos fondos suelen operar de forma bastante arriesgada, a menudo con un apalancamiento preocupante, y sin apenas control.

Es una mala idea, y más aún en la medida en que supone una suerte de huida hacia delante de nuestro sector financiero. Se escapa de los riesgos presentes por el camino de hacerlos más complicados en el futuro. Lo cierto es que llevamos mucho tiempo inmersos en esta visión de la economía, que trata de cerrar grietas en el edificio mediante soluciones que no lo apuntalan. Ocurrió con la salida de la crisis de 2008 y el quantitative easing, con los bancos centrales rescatando a las grandes empresas durante el covid con la compra de bonos, y ayudando ahora a que a los bancos ofrezcan grandes beneficios a sus accionistas. Se echa más capital en el hoyo, pero este lo consume todo y nunca acaba por taparse.

Foto: Fotografía del edificio de Credit Suisse en Sydney. (Reuters/Jaimi Joy) Opinión
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El coste político que genera esta manera de gestionar la economía es muy grande, máxime cuando causa deterioros sucesivos en las economías de las familias. Implica mayores precios de bienes esenciales, contracción de la actividad, pérdida de recursos. Y, en el marco de una recomposición notable de las posiciones geopolíticas, inestabilidad en todos los sentidos. Las consecuencias las estamos viendo. No son tiempos tranquilos: el 74% de los franceses desean que Macron dimita, el gobierno alemán es débil porque los socialdemócratas se ven presionados en exceso por la FPD, y por unos verdes que ya han caído en intención de voto por debajo de Alianza para Alemania, en Holanda el partido campesino ha sido el ganador en las elecciones provinciales, EEUU continúa dividido, Israel vive notables tensiones internas, y el Reino Unido sufre desde el Brexit. Y todo eso con inflación elevada, problemas salariales por pérdida de poder adquisitivo e incertidumbre respecto de lo que nos espera.

Qué hemos hecho con el dinero

No podemos decir que nos esté yendo bien, y dado que la competencia entre potencias tiene lugar en términos comparativos, no es de extrañar que Xi Jinping comience a sonreír enigmáticamente en las fotos. Es cierto que China tiene sus propios problemas, que su economía está sujeta a riesgos y que no es tan boyante como puede parecer. Quizá Pekín y su cada vez mayor esfera de influencia tengan que soportar turbulencias, pero ¿y las nuestras?

Foto: Imagen: EC Diseño.
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Se nos dijo, durante dos décadas y con insistencia, que China iba a caer, que el régimen no aguantaría las presiones internas, que se vería obligado a abrirse a la democracia, que sus clases medias crecientes demandarían más libertades, que el mercado chino iba a ser el futuro de las empresas occidentales cuando su gobierno cediera. Y mientras repetíamos esas ideas consoladoras, Pekín aplicó la técnica del judo y aprovechó la fuerza del contrario en su propio beneficio. El deseo de riqueza de Wall Street encontró un socio en los elevados rendimientos que proporcionaba la mano de obra barata, masiva y continua china. Pero los asiáticos no se conformaron con ese lugar en el entorno productivo, e invirtieron cantidades masivas, esas que les proporcionábamos, en su desarrollo como potencia.

Se necesita una economía pujante y que cree prosperidad, para seguir siendo una potencia

Mientras China destinaba su capital a bienes reales y a planificar el futuro, Occidente utilizó las masas ingentes de dinero, incluidas las que generaban las muy favorables condiciones de los bancos centrales, en bonos, derivados, apuestas de extraños acrónimos y demás. El resultado es que exhibimos títulos y apuntes contables, pero no producimos casi nada. En el caso europeo es notorio: no tenemos energía propia, ni ejércitos poderosos, ni industria ni producción, más que en unos sectores limitados. Y las sanciones a Rusia señalan las equivocaciones a que nos conduce pensar en los viejos términos: decíamos que el PIB ruso era poco relevante, pero lo conseguía gracias a elementos indispensables, desde la energía hasta los fertilizantes; los países europeos tenían muy poco de eso, aunque contasen con mayor PIB.

Volvamos a la conclusión de Kennedy en Auge y caída de las grandes potencias. Se necesita una economía fuerte y real, pujante y que cree prosperidad, para continuar siendo una potencia. Europa no termina de entender esto y EEUU hace amago de haberlo comprendido, pero cuando llega la hora de la verdad financiera vuelve a tomar el camino erróneo. Las crisis bancarias forman parte de esta falta de visión de futuro de nuestros dirigentes, de los bancos centrales y de las propias empresas financieras, incluidas las que juegan a las perturbaciones bajistas para enriquecerse. La pregunta clave es qué estamos haciendo con el dinero, y qué vamos a hacer con él en el futuro, y está claro que la vía que hemos seguido no hace más que meternos en problemas. Subrayemos, pues, que las guerras también se libran en ese terreno, y de momento vamos perdiendo.

Paul Kennedy publicó hace varias décadas una obra, Auge y caída de las grandes potencias, cuya lectura continúa siendo pertinente. Kennedy estudió los motivos por los que las grandes potencias aumenten o pierden su poder y su influencia, en qué momento se convierten en relevantes y cuándo dejan de serlo. Hay muchos factores que explican el crecimiento o el declive, y los elementos tecnológicos o geográficos van a ser siempre muy significativos. Sin embargo, hay una variable que suele olvidarse y que termina por ser fundamental. Hay que hacer particular hincapié en ella, porque pone de relieve la importancia de la relación entre lo externo y lo interno, entre la expansión y el frente interior, pero también porque acaba por ser decisiva.

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