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Esteban Hernández

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Sánchez puede estar jugando con fuego al presionar a Iglesias

Hay dos experiencias recientes que advierten al PSOE de los riesgos que conlleva la fragmentación de las izquierdas. Los socialistas podrían llevarse la peor parte

Foto: Iglesias, en la presentación del libro de Echenique. (EFE/Kiko Huesca)
Iglesias, en la presentación del libro de Echenique. (EFE/Kiko Huesca)
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Las tensiones en las izquierdas sobre la fórmula electoral que finalmente elegirán (si habrá dos o tres partidos en las elecciones generales) han puesto el foco en elementos internos, mucho más que en cuestiones ideológicas o programáticas. La idea dominante, conformar un bloque que pueda evitar la pérdida del Gobierno, lleva a discusiones múltiples acerca de cuál es el método más práctico para ese propósito, y sobre si, una vez elegido este, será posible llevarlo a cabo, dadas las diferentes tácticas y los enfrentamientos personales. Probablemente, no conozcamos la resolución de tales cuitas hasta después del 28-M.

En esa indecisión acerca de qué camino seguir, nutrida por la consciencia acerca de lo mucho que la ley electoral española penaliza la fragmentación, hay experiencias recientes que son interesantes para ilustrar los riesgos de la división. En especial, para el PSOE.

La estrategia fallida

Las últimas elecciones en la Comunidad de Madrid, que fueron diferentes por muchos motivos, son una de ellas. Recordemos que tres izquierdas se presentaron divididas. El PSOE, con Gabilondo al frente, intentaba atraer al socialismo fiel madrileño, pero también al elector más centrista. En la Moncloa y en Ferraz, eran conscientes de que la gran mayoría del voto de Ciudadanos giraría hacia el PP, pero también albergaban esperanzas de poder ganar algo de voto en ese ámbito: con un 10% les bastaba. Más Madrid contaba con el aval de su trayectoria como fuerza de oposición, además del capital simbólico que todavía le otorgaba ser el partido de Carmena, y tenía un electorado propio: profesionales urbanitas, progresistas, verdes y jóvenes. Podemos tenía que movilizar al voto de izquierdas, ese que nunca votaría al PSOE, pero que tampoco se sentía cómodo con un errejonismo al que percibían como demasiado ligero. Ese fue el planteamiento inicial, del que se esperaban, con suerte, buenos resultados.

El partido mayoritario del bloque, el PSOE, se hundió, el segundo ascendió de manera notable e Iglesias salvó los muebles de forma holgada

El planteamiento quedó roto cuando Pablo Iglesias lanzó una moneda al aire y decidió jugar la baza antifascista de manera decidida. Su marcha de un programa de radio por las palabras de la candidata de Vox fue secundada por los otros dos partidos. Fue una suerte de foto de Colón de las izquierdas madrileñas, y salió cruz. El resultado de las elecciones debe resaltarse: el partido mayoritario del bloque, el PSOE, se desplomó, el segundo ascendió de manera notable y el tercero, el de Iglesias, salvó los muebles de forma holgada. Ayuso ganó de forma contundente y Vox estuvo por encima de lo esperado.

La foto original

Dos años antes, tuvo lugar la foto de Colón original. La derecha parecía enormemente activada ante la posibilidad de que Sánchez ganara las elecciones y gobernase con Podemos, en un instante de pulso institucional de los independentistas. La unidad que se mostró en las derechas en aquel momento fue notable. Hubo editoriales, reflexiones, fotografías y muchos minutos de tertulia advirtiendo de los peligros latentes. Los votantes de la derecha acudieron a las urnas, activados por la agitación política. Existió unidad en el propósito, cada uno de ellos tenía un electorado más o menos definido al que dirigirse, pero las cosas fueron mal: la fragmentación les perjudicó notablemente. Ganó el PSOE, y en la derecha, los resultados anticiparon lo que ocurrió en Madrid con las izquierdas: el partido dominante en el bloque, el PP, salió muy tocado, el segundo en discordia, Ciudadanos, muy reforzado, y Vox mantuvo su espacio holgadamente.

Foto: La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz. (EFE/Mariscal) Opinión
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El patrón que se repite en ambas experiencias es relevante a la hora de señalar los peligros para la izquierda de ir dividida en tres bloques, y no solo porque la ley electoral penalice mucho, sino por las dificultades en que el PSOE puede meterse.

¿Un PSOE atrapado?

La división en la izquierda anunciada desde la presentación de Sumar en el Magariños parece conducir a un escenario electoral con tres partidos. Si las experiencias previas se repitieran, el PSOE obtendría peores resultados de los que la Moncloa espera, Sumar subiría y Podemos no desaparecería (en especial, si el candidato fuera Iglesias, y no sería tan raro). Eso no sería un gran problema si la suma de las izquierdas permitiera continuar en el Gobierno. Pero si no fuera así, y tanto Madrid como las generales de Colón subrayan que lo más probable es lo contrario, los socialistas tendrían un problema muy serio. Sánchez debería abandonar el liderazgo del partido, sin un recambio claro a la vista, y con la figura de Díaz creciendo entre las izquierdas. Y, además, el PP podría presionar a los socialistas para que le dieran el voto para gobernar y así no tener que contar con Vox. Ferraz se vería atrapado entre dos fuegos.

Foto: La vicepresidenta del Gobierno Yolanda Díaz, durante la presentación de Sumar, su nuevo proyecto político. (Sergio Beleña)

Pero incluso si ese escenario no se diera, y la presión llegase únicamente por la izquierda, los socialistas entrarían en una situación de crisis que ya vivieron: la bajada de voto generaría menor cohesión en el partido, las luchas internas podrían volver a aparecer y la amenaza de Díaz en el horizonte aumentaría la tensión. La última vez que ocurrió algo similar estuvieron a punto de suicidarse, hasta que Sánchez lo arregló recorriendo España con su coche.

El PSOE debería evitar la posibilidad de que otro partido ocupe su espacio o le robe parte del voto

En esta especulación continua en que hemos convertido los análisis electorales, también habría que contemplar esta vertiente, porque el PSOE no solo debe concurrir para mantener el Gobierno, sino para ganar voto. No es un asunto menor: si conforme se acerquen las elecciones las encuestas ofrecen buenos resultados a Sumar y regulares para el PSOE, y la victoria de la derecha se da como muy probable, la campaña tendría que girar hacia la confrontación con Díaz, porque lo importante sería salvar los muebles. El PSOE debería evitar entonces la posibilidad de que otro partido ocupe su espacio o le robe buena parte del voto.

Este es un problema añadido respecto de la falta de acuerdo de Iglesias y Díaz. Un Sumar que concurra con Podemos sería mucho más fácil de manejar, porque incluso si les fuera bien en las elecciones y mal al PSOE, bastaría con agitar las tensiones internas en la coalición para que los socialistas tuvieran espacio para recuperarse. Así ocurrió en la ocasión anterior: después del golpe de Estado en Ferraz para echar a Sánchez, y cuando el PSOE estaba enormemente desgastado, los problemas internos explotaron en Podemos y permitieron que Sánchez cobrase aliento.

Las tensiones en las izquierdas sobre la fórmula electoral que finalmente elegirán (si habrá dos o tres partidos en las elecciones generales) han puesto el foco en elementos internos, mucho más que en cuestiones ideológicas o programáticas. La idea dominante, conformar un bloque que pueda evitar la pérdida del Gobierno, lleva a discusiones múltiples acerca de cuál es el método más práctico para ese propósito, y sobre si, una vez elegido este, será posible llevarlo a cabo, dadas las diferentes tácticas y los enfrentamientos personales. Probablemente, no conozcamos la resolución de tales cuitas hasta después del 28-M.

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