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Postpolítica
Por
El consejero de Seguridad Nacional de EEUU sí sabe qué hacer con la economía
Los dilemas que afrontan Europa y EEUU son difíciles de solucionar: las medidas pensadas para arreglar un sector desajustan otro. Pero hay un camino de salida, según Jake Sullivan
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En un escenario de acontecimientos veloces, la lectura del presente suele quedar enturbiada por la inmediatez. A menudo, las lecturas cambian si se toman como referencia periodos más largos de tiempo, ya que permiten observar los cambios de una manera más nítida. Este es un momento ambiguo en lo que se refiere a la economía, y se amaga con cambios profundos, pero en el fondo hay mucha más continuidad que ruptura.
1. Las contradicciones
Nuestros problemas económicos no están exentos de contradicciones. La más significativa es la que reúne dos tendencias opuestas en el ámbito laboral. El empleo, como ratifican los datos de ayer, ofrece muy buenas señales. Además, el crecimiento económico parece vigoroso después de una época de parón. Pero, al mismo tiempo, las dificultades aumentan para los trabajadores, ya que el incremento de los precios en los bienes esenciales para la subsistencia, desde la vivienda hasta la energía, pasando por los alimentos, les aprieta por el lado contrario. Sería necesario que los salarios crecieran, al menos, como la inflación. Pero, en ese caso, afirman los economistas ortodoxos, se provocaría una inflación más elevada.
Dilemas similares viven las pequeñas empresas y los autónomos, sectores beneficiados por el incremento de la actividad. El incremento en los ingresos suele verse acompañado por costes más elevados, producto de distintos factores, cuyo efecto último es la reducción de márgenes: a menudo, por su tipo de actividad o por la estructura propia del mercado, la posibilidad de repercutir los costes en los precios es muy baja. Es usual que muchos de ellos soliciten del Estado rebajas de impuestos o ayudas. Sin embargo, actuar de esa manera generaría menos ingresos al Estado, y, por tanto, volvería más complicado el pago de las deudas y la reducción del déficit.
Las medidas de la Fed y el BCE buscan solucionar los problemas de la economía financiera, pero causan perjuicios en la economía real
En ambos casos, se vive en la divergencia entre las necesidades de la economía real, que requiere de acciones de protección y de impulso (y a ello se han dedicado la mayoría de los gobiernos occidentales durante la pandemia), y las de la economía financiera, que demanda ajustes y contracción. Las medidas impulsadas por la Fed y el BCE quieren solucionar los problemas de la segunda, pero generan perjuicios en la primera: las subidas de tipos, que están destinadas a reducir la inflación, tienen como efecto colateral la pérdida de empleos y la disminución de la actividad económica, además de generar un coste mayor de bienes esenciales, como la vivienda.
No se trata únicamente de las medidas monetarias. Las tensiones sociales en Francia provienen de la reforma de las pensiones públicas (que también se han efectuado en España), y que se han realizado no solo para ajustar el presupuesto, sino por el miedo a Fitch, es decir, a que las agencias de rating rebajen la calificación de su deuda y la encarezcan. Las promesas de ajuste en el déficit público, y el aseguramiento de la deuda, están siendo negociadas por los países europeos con Bruselas, e incluso el Gobierno español se ha adelantado con sus deberes y ha afirmado que cumplirá los objetivos antes de tiempo. Si a todo ello le sumamos la subida de tipos, es fácil apreciar que se apuesta por un regreso a la fórmula habitual, los ajustes. Esto, a su vez, provoca una contradicción más: si los Estados deben invertir mucho más dinero en defensa y tienen que acometer una transformación verde y digital, los fondos europeos son claramente insuficientes. Se requiere un gasto mayor, lo que podría llevar a aumento de impuestos.
2. Una seguridad débil
Esto es común en el manejo de nuestra economía: hemos llegado a un punto en que lo que se arregla en un lugar se desajusta en otro. Ocurre también dentro del entorno financiero, ya que las acciones de los gobiernos, y las mismas subidas de tipos, pretenden generar estabilidad mediante el aseguramiento de la banca tradicional; sin embargo, pueden beneficiar a la industria financiera no bancaria (IFNB), la llamada banca en la sombra. Las exigencias de mayor capitalización de la banca tradicional están desplazando el capital hacia estos fondos de inversión, fondos de crédito privados, aseguradoras, empresas de desarrollo empresarial, fondos de cobertura, gestores de activos, fondos de pensiones y otras entidades no bancarias. Son grandes tenedores de deuda, tanto como los mismos bancos.
Las medidas tomadas para asegurar las finanzas desplazan el capital hacia sectores poco regulados que pueden esconder grandes riesgos
Esos actores financieros ya fueron los grandes ganadores de la crisis de 2008, lo que resultó sorprendente. La recesión comenzó con la banca en la sombra, pero finalmente fue la banca tradicional la que acabó pagando los costes (y los ciudadanos después). Ese desplazamiento está ocurriendo de nuevo. Como asegura Larry Fink, presidente de BlackRock, la mayor gestora de fondos del mundo, “en 2005, el sector bancario era el gran responsable de la financiación de la economía, hoy lo son los mercados de capitales”. Y no hay que olvidar que la banca cuenta con competidores del entorno tecnológico que están desarrollando la actividad financiera, como Amazon o Alibaba, y especialmente Apple.
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Dicho de otro modo, las medidas tomadas para asegurar el ámbito financiero están desplazando el capital desde un entorno que tiene complicaciones, pero que es bien conocido y cuenta con estándares reguladores, hacia otro menos transparente, menos regulado y que puede generar mayores riesgos sistémicos. Es un buen ejemplo de los dilemas actuales.
3. El giro
Ese doble choque entre las necesidades de la economía real y las de la financiera, y los de la banca tradicional y la banca en la sombra, no puede resolverse sin causar perjuicios en algún lugar. No hay medidas pretendidamente expertas que puedan desenredar la madeja de forma indolora. La cuestión de fondo, por tanto, no es técnica, sino política.
En la anterior crisis, la banca en la sombra triunfó sobre la tradicional y la economía financiera sobre la real. Ahora también
Estos enredos plantean dilemas profundos en el sistema occidental, que tiende a arrimarse a tablas en cuanto puede: las soluciones que escoge son las que conoce de crisis anteriores. Conviene no llevarse a engaño: cuando se asegura que en esta ocasión se ha reaccionado de manera diferente, se está diciendo que se ha actuado de otra forma en los momentos de urgencia, no después. En la anterior crisis, en el ámbito financiero, la banca en la sombra triunfó sobre la tradicional, y la economía financiera sobre la real. Ahora también: estamos volviendo al mismo lugar.
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Sin embargo, ya no ocupamos el mismo espacio, sino que estamos en uno mucho peor. Hay más deuda, más necesidades, más contradicciones y menos margen de maniobra. Y, sobre todo, hay una notable presión geopolítica, con la invasión en Ucrania y la guerra fría entre EEUU y China, que se está convirtiendo en una competición entre Occidente y los países emergentes. Se trata de Estados que, en conjunto, cuentan con industria en su más amplia extensión, grandes masas de población, potencial de crecimiento, recursos naturales, capital y, ahora, con tecnología aportada por Pekín. La economía va a ser muy relevante en esa reorientación del mundo, y no se puede ser poderoso en ese ámbito únicamente con una banca en la sombra muy desarrollada. Hace falta regresar a lo real, a lo productivo, y hay que hacerlo de manera urgente. Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional estadounidense, lo tiene bastante claro. Basta con leer el discurso pronunciado en la Brookings Institution para darse cuenta de que la geopolítica debe primar sobre la economía, y todo lo que ello conlleva. Veremos qué cantidad de arrojo político pone en juego la Administración a la que pertenece para llevarlo a efecto, pero no será porque el camino no esté marcado.
En un escenario de acontecimientos veloces, la lectura del presente suele quedar enturbiada por la inmediatez. A menudo, las lecturas cambian si se toman como referencia periodos más largos de tiempo, ya que permiten observar los cambios de una manera más nítida. Este es un momento ambiguo en lo que se refiere a la economía, y se amaga con cambios profundos, pero en el fondo hay mucha más continuidad que ruptura.