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La entrevista de Alsina a Sánchez: la banalidad y las mentiras
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Esteban Hernández

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La entrevista de Alsina a Sánchez: la banalidad y las mentiras

El paso del presidente del Gobierno por los micrófonos de Onda Cero resultó decepcionante, en la medida en que demostró la falta de perspectiva del entorno político y mediático sobre la situación española

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juanjo Martín)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juanjo Martín)
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La esperada entrevista de Carlos Alsina al presidente del Gobierno fue enormemente decepcionante. A pesar de que ambos se manejaron bien dentro de sus marcos, la irrelevancia de la gran mayoría de los temas que se trataron en ella señala un alejamiento diáfano de la esfera política, y de la mediática, de las necesidades de nuestro país.

La entrevista se planteó desde un eje que Alsina puso sobre la mesa desde su pregunta inicial, y que no abandonó a lo largo de los aproximadamente 50 minutos de conversación: “¿Por qué nos ha mentido tanto, presidente?”.

Es probable que este punto de partida fuese celebrado por los votantes hostiles a Sánchez, que debieron entender que, por fin, alguien plantaba cara al líder socialista en uno de los asuntos que entienden más relevantes para las elecciones, el carácter y la personalidad del presidente. Si hacemos caso a las encuestas, una de las mayores debilidades de los socialistas de cara a las generales reside en que su líder es percibido como antipático y falso por buena parte de los electores.

La pregunta que se sigue haciendo el PSOE

Este marco tiene mucho recorrido, porque ha sido y es determinante a la hora de plantear las tácticas electorales del 23-J desde los partidos dominantes. En la Moncloa, entendieron que la personalidad de Sánchez lastró los resultados del 28-M, y que, por tanto, había que combatir esa percepción de una manera decidida en los siguientes comicios. El posicionamiento discursivo lo dejó claro el propio Sánchez desde el día después: la presión mediática y las mentiras de la derecha habían construido una manera de ver a los socialistas, el antisanchismo, que les estaba dañando. Esa fue la principal explicación que encontraron al dilema que les atormentó la noche electoral: si las medidas que se habían tomado eran buenas, si las cifras macroeconómicas eran objetivamente constatables, si la economía marchaba después de dos crisis profundas, ¿cómo era posible que el electorado no se lo hubiera retribuido satisfactoriamente?

Ese castigo, que fue más a la izquierda que al PSOE, reforzó la convicción en que la eficacia de las medidas que se habían adoptado, ya fuera sobre la economía o sobre Cataluña, era poco eficaz frente al antisanchismo que los medios y la derecha habían difundido. La acción de gobierno había sido positiva, pero los socios en los que se habían apoyado, la actitud del presidente, fluctuante y altiva, y los patinazos en leyes impulsadas por Podemos, como el sí es sí, les habían llevado a perder poder.

Ya que la gestión no daba réditos, era preciso insistir en asuntos ligados con las costumbres y con el progreso: por ahí llegaría la movilización

Una vez realizado el diagnóstico, era la hora del contraataque. De ahí surge la insistencia en Vox, en sus acuerdos con el PP, en el lema de La mejor España, la de la modernidad contra la reacción. Ya que la gestión no daba réditos, era preciso insistir en asuntos ligados con las costumbres y con el progreso: por ahí se podía movilizar de nuevo a sus simpatizantes.

Desde la derecha, el diagnóstico tampoco varió: el antisanchismo estaba funcionando, no era el momento de cambiar el marco. Había que insistir en Bildu, en Cataluña, en los excesos de los socios y en el carácter del presidente. Los dos principales contendientes coincidían en cuáles eran los puntos clave de la campaña.

Lo que dijo y lo que hizo

En esa línea se movió la entrevista con Alsina, que trató de poner de manifiesto los distintos giros de Sánchez, de hacer hincapié en su persona (“¿Cómo cree que será recordado, presidente?”) y en la distancia entre lo que dijo y lo que hizo. El director de Más de uno fue percutiendo en esa línea una y otra vez, y Sánchez se defendió con soltura, con un tono suave, sin buscar confrontaciones y sin un ápice de soberbia o de altivez; más bien intentó adoptar una postura razonable y sosegada frente a las críticas.

Volver al asunto de si Pedro Sánchez es o no un mentiroso puede resultar satisfactorio como espectáculo, pero carece de interés político

El problema de todo esto es que resulta infructuoso, banal, falto de perspectiva. La forma de ser del presidente no puede ser el elemento electoral primero en un momento como el presente. Y no se trata de que la confianza que genera un dirigente sea irrelevante, que no lo es, sino de que, a estas alturas, todos tenemos una impresión clara respecto de quién es Pedro Sánchez y de cuál es su forma de actuar. Volver al tema puede ser satisfactorio como espectáculo, pero políticamente carece de interés.

La vida de la gente común

Y esto es así por razones de calado. Una de ellas la ponía de manifiesto Javier Jorrín en este periódico al señalar la divergencia entre el discurso macroeconómico y el micro: la recuperación no ha llegado a las clases bajas ni a buena parte de las medias, que están sufriendo con la crisis. Suele ocurrir, pero en esta ocasión es especial, porque son varias recesiones seguidas las que llevan soportando. Quizás uno de los motivos que llevó a que los votantes de izquierda no se movilizasen para el 28-M, y que aparezcan por detrás en las encuestas para el 23-J, tenga que ver también con esta distancia entre los grandes números y los cotidianos. Quizás esas medidas hayan venido bien a una parte de la población, pero no hayan surtido efectos en clases especialmente tensionadas, y de ahí el distanciamiento a la hora de votar; quizá se trate de que la gestión no ha sido tan efectiva como se nos cuenta.

Sin duda, el mal momento de las izquierdas tiene varias causas, pero esta es una de ellas, y no se suele mencionar, porque estamos enredados con el antisanchismo. Y es relevante porque, más allá de que tenga muchos o pocos efectos electorales, constituye la realidad de muchos ciudadanos españoles, por lo que sería de esperar que el ámbito político la tomase en consideración de cara al futuro. Hay un fenómeno general de pérdida de recursos y de opciones vitales entre buena parte de la población española que exige una respuesta a la altura, y ningún partido la está proporcionando.

Esta tendencia general es muy relevante, en la medida en que nos señala la urgencia de cambios en la mentalidad política: hacen falta proyectos nuevos de España que nos puedan situar en un futuro que se adivina complicado. Olvidamos con mucha frecuencia el momento existencial que vivimos como europeos: la guerra de Ucrania nos está golpeando seriamente, y no solo por la debilidad coyuntural, sino por la estructural. Alemania, el centro de Europa y la referencia de España, se ha detenido bruscamente, y ha sido arrojada a un nuevo mundo en el que carece de la energía rusa, su industria se detiene, debe invertir en un ejército del que carece y las relaciones comerciales globales, en especial con China, aparecen mucho más dudosas que hace pocos años. En esta nueva tensión entre EEUU y China, Europa aparece como el gigante débil, y España está en la parte más frágil de la UE.

Urge pensar España, y aquí estamos dándole vueltas a la terminología de género y a si el presidente es o no simpático

La reacción francesa, por el contrario, parece imbuida de la urgencia, y está buscando resituarse a partir de un impulso decidido a la industria, a través de nuevos lazos globales y de una reconfiguración europea. En España ni siquiera estamos pensando cómo actuar en ese nuevo mundo, justo el que nos arroja a un lugar secundario. No es un problema menor, es un desafío existencial, y las fórmulas que se habían pensado antes de la pandemia y de la guerra de Ucrania para fortalecer a nuestro país, como la reinvención verde, se muestran ahora insuficientes. Urge pensar España, y aquí estamos dándole vueltas a la terminología de género y a si el presidente es o no simpático.

El refugio en el pasado

En esta tesitura, los partidos principales, pero también el resto, muestran una especial querencia por el pasado. Todo lo que sabemos del PP es que, si gobierna, derogará algunas de las normas dictadas por Sánchez y sus socios y que bajará impuestos. Lo primero implica estar más pendiente del ayer que del mañana; lo segundo es un simple brindis al sol: si Europa decide que es la hora de la consolidación fiscal, de la reducción del déficit público y la devolución de la deuda, Feijóo subirá los impuestos a las clases populares y a las medias, como ya hizo Rajoy, porque no quedará otra. Todo lo que hemos sabido del PP es que tienen una idea clara, la de sacar a Sánchez del poder, pero desconocemos cuáles van a ser sus acciones de gobierno. Un partido con opciones de gobernar debería tener un proyecto de Estado que vaya más allá de sanchismo o libertad, y mucho más en un momento como este.

Tampoco el PSOE está dando respuestas a esas preguntas. Su campaña está centrada en evitar el avance de la extrema derecha (una posición difícilmente exitosa, necesita bastante más) y sus recetas para el futuro consisten en profundizar la vía que ya se inició en el Gobierno de coalición. Los tiempos exigen otros planteamientos, de mayor ambición y de mayor alcance, pero esa visión no está encima de la mesa, porque seguimos discutiendo acerca de si Sánchez es o no un mentiroso. Es parte de esa España aplanada, sin ideas y arrojada a los lugares comunes, que necesitamos dejar atrás.

La esperada entrevista de Carlos Alsina al presidente del Gobierno fue enormemente decepcionante. A pesar de que ambos se manejaron bien dentro de sus marcos, la irrelevancia de la gran mayoría de los temas que se trataron en ella señala un alejamiento diáfano de la esfera política, y de la mediática, de las necesidades de nuestro país.

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