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Lo que nos queda por saber de la relación de Junts con el PSOE
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Esteban Hernández

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Lo que nos queda por saber de la relación de Junts con el PSOE

La derecha soberanista catalana está obligada a dar un giro ideológico, más allá de la visualización de la pugna con Madrid. El cambio que veamos definirá muchas cosas en la política española

Foto: La portavoz de Junts, Míriam Nogueras. (EFE/Mariscal)
La portavoz de Junts, Míriam Nogueras. (EFE/Mariscal)
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Más allá de la sensación tan negativa que dejó la votación del miércoles, la sensación general es que, si hubo un ganador, ese fue Junts, y no solo por las cesiones que arrancó a los socialistas, sino por la manera en que lo hizo. Los de Puigdemont han dejado claro, como lo hizo Podemos, que no habrá una legislatura pacífica en el bloque de investidura. Sin embargo, el contenido de las competencias que consiguió Junts, como las relativas a inmigración, añade un matiz ideológicamente importante.

Además de su carácter instrumental, el pacto de amnistía por investidura que aceptó Sánchez contenía algunas promesas relativas a la pacificación del frente político catalán. En una sociedad que ha abandonado en su gran mayoría el procés, podía contribuir a que los partidos independentistas realizasen un viraje desde la secesión hacia los asuntos cotidianos. Las elecciones catalanas ya no tendrían lugar a partir del enfrentamiento con el Estado, sino a partir de diferentes ofertas mucho más ligadas a la política de los problemas diarios de los ciudadanos.

Ese viraje supondría una recomposición ideológica de los partidos de ese eje. ERC y Junts tendrían que dejar de competir por cuál es más soberanista y deberían poner sobre la mesa programas dirigidos a mejorar la vida de sus votantes. Volveríamos a asuntos terrenales, y, por tanto, al eje izquierda derecha, lo que permitiría salir de la deriva secesionista.

Las ideas de Junts (nacionalismo grande, tradiciones y liberalismo económico) estaban ligadas a las de las nuevas derechas

Sin embargo, ese giro desde el territorio hacia la ideología, que está por realizar en Junts, puede complicar las cosas en lugar de aclararlas. Conviene recordar que en la época del procés, la posición de Junts estuvo vinculada a formaciones de la derecha internacional. Sus apoyos vinieron de algunos republicanos estadounidenses, de Salvini, de esa Rusia interesada en enredar y que todavía estaba cerca de las extremas derechas europeas, o de la derecha israelí. En realidad, las ideas que defendía Junts (nacionalismo grande, raíces y liberalismo económico) estaban muy ligadas a esas posiciones de los nuevos conservadores. Compatibilizaban esa promesa, emitida por un buen número de economistas y expertos, según la cual Cataluña podría tener un mejor recorrido fuera de España porque aplicarían políticas liberalizadoras que permitirían que sus empresas fueran aún más competitivas, con el apoyo a las tradicionales locales.

Esas evidentes raíces ideológicas quedaron obviadas en la medida en que sus discursos públicos ponían el acento en el Estado español: eran un pueblo luchando contra los opresores y un partido democrático oprimido por las porras policiales.

El paso por el populismo

Sería un error confundir a Junts con el procés, porque la especificidad de este fue que no estuvo dirigido por un partido de derechas, sino por una coalición (más enfrentada aún que Podemos y Sumar) entre Junts y una formación de izquierdas, ERC, con ese complemento extraño que fue la CUP. El procés fue populista, en la medida en que podía recoger fuerzas de izquierda y de derecha y reunir en una misma posición nacional a la burguesía financiera catalana, a los emprendedores salidos de escuelas de negocio, a los funcionarios, a los dueños de pequeñas tiendas, a los tractoristas, a clases medias de profesiones liberales y a activistas progresistas. Los distintos partidos les prometían algo a cada uno de esos grupos, y la bandera servía para dar una dirección común.

El cambio ideológico de ERC se notó mucho más en Madrid que en Cataluña, donde el giro era mucho más complicado

Cuando se constató algo que todos los protagonistas sabían, que la independencia no era factible y que no se daba ninguna de las condiciones que permiten a un territorio secesionarse, la marcha atrás no fue sencilla. En ese instante, el reparto de posiciones políticas tuvo lugar entre quienes insistían en mantener viva la ilusión de la independencia, con Puigdemont a la cabeza, y quienes no renunciaban a ella, pero sí de facto. Esquerra, con los indultos, fue la formación que antes entendió ese momento, y comenzó a dar un giro ideológicamente orientado.

El difícil viraje

Se notó mucho más en Madrid, donde Rufián consiguió fijar una posición política distinguible, ligada a una ideología de izquierdas y a los pactos con el bloque progresista. En Cataluña es mucho más complicado, y no solo por los liderazgos débiles de ERC, sino porque el peso de la bandera es todavía grande y la pugna con Junts tenía permanentemente veneno dentro.

Sin embargo, con los indultos y la amnistía, y con una población catalana separada ya de las grandes pulsiones indepes, ambos partidos tienen que poner un acento mucho mayor en la ideología. Especialmente cuando lleguen las elecciones catalanas, habrán de poner sobre la mesa un proyecto político que vaya más allá de un mayor o menor alejamiento de España.

Contaba Josep Martí cómo las 10 alcaldías en manos de Junts en la comarca del Maresme (el norte costero de Barcelona) exigieron la expulsión inmediata de los delincuentes profesionales multirreincidentes que estaban actuando en la zona. La unión de inmigración y delincuencia quedaba así fijado porque, concluía Martí, “estos alcaldes no están dispuestos a dejarse robar la tostada por Vox —ataviado con la rojigualda— o por Alianza Catalana —con la estelada—“.

Quizá los vientos internacionales empujen a Junts todavía más en dirección contraria a la de un Gobierno progresista

Existía la esperanza, aún vigente en sectores de la derecha catalana, de que, con la amnistía, Junts comenzase a frenar e iniciara una transición lenta que le devolviera a postulados convergentes, al tradicional liberalismo de derechas, integrado en el Estado y puente negociador con él, ese que sabía manejar sus bazas sin grandes aspavientos. Pero también existe la posibilidad de que Junts, esto es, la derecha catalana actual, insista en sus elementos constitutivos y se radicalice ideológicamente. La disminución del ruido procesista se compensaría con un refuerzo de sus grandes postulados, aquellos que les unen a fuerzas de extrema derecha y derecha populista internacional: más nacionalismo, más neoliberalismo en lo económico, mayor predominio de las tecnológicas, más vínculos con EEUU e Israel y cierre a la inmigración. Quizá los vientos internacionales empujen a Junts todavía más en una dirección contraria a la de un Gobierno progresista.

Y esa es la paradoja: que si desaparecieran los choques territoriales entre el PSOE y Junts, surgirían los ideológicos, que son tan profundos o más que los anteriores. Rufián ya lo está viendo venir: escribía ayer que “la izquierda es orden y debe ser contundente en la defensa de un modelo de seguridad y lucha contra la delincuencia. Pero la izquierda es también antifascismo y debe ser contundente en la denuncia de los discursos que la vinculan al pobre y al migrante. Se hagan con una rojigualda o con una estelada”.

Más allá de la sensación tan negativa que dejó la votación del miércoles, la sensación general es que, si hubo un ganador, ese fue Junts, y no solo por las cesiones que arrancó a los socialistas, sino por la manera en que lo hizo. Los de Puigdemont han dejado claro, como lo hizo Podemos, que no habrá una legislatura pacífica en el bloque de investidura. Sin embargo, el contenido de las competencias que consiguió Junts, como las relativas a inmigración, añade un matiz ideológicamente importante.

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