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Esteban Hernández

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Diez años de Podemos: un balance

Más allá de las rencillas personales, la izquierda española nacida con el 15-M transmite una sensación extraña, la de un proyecto agotado que no acaba de irse del todo

Foto: Pablo Iglesias. (EFE/Francisco Guasco)
Pablo Iglesias. (EFE/Francisco Guasco)
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La izquierda no tiene un problema en España, es otra cosa. No se trata de que 10 años después del surgimiento de Podemos (y 13 después del 15-M), las rencillas personales, la falta de perspectiva política de sus dirigentes y su manejo deficiente de las organizaciones hayan llevado los partidos existentes a una situación enfrentada y agria que expulsa a los votantes. El problema es mucho más profundo, en la medida en que las izquierdas occidentales han experimentado un retroceso sustancial en apoyo electoral al mismo tiempo que crecen las extremas derechas. Pero si nos ceñimos al caso español, lo paradójico es que la izquierda que vino a sustituir al PSOE es ahora minoritaria, mientras que los socialistas son la gran esperanza progresista en Europa; Podemos está en caída libre, convertido en un partido cuyo peso se ha situado en Canal Red, y Sumar se ha querido convertir en una suerte de partido verde, pero todavía no se sabe muy bien hacia dónde va.

En esos 10 años, hemos visto cómo se doblaba el brazo a Tsipras, cómo la opción de Francia Insumisa se convertía en un revoltijo para urbanitas, cómo Die Linke se ha hundido y cómo los verdes alemanes ejercen cada vez más como motor involuntario de la extrema derecha.

Las dos opciones

En esta década, no solo han cambiado los partidos, sino las perspectivas ideológicas. En realidad, las dos opciones mayoritarias en Occidente quedan bien simbolizadas en el escenario estadounidense, Trump contra Biden. Hay diferentes derivas locales y nacionales de estas posiciones políticas, pero todas ellas se parecen. En España, el lugar en que mejor se aprecian esas dos ideologías es Madrid. Ayuso realizó ayer una lectura del momento político que tendría todo el sentido si su objetivo fuera presentar la candidatura a la presidencia del Partido Popular y a la de Vox al mismo tiempo, mientras que Mónica García publicaba un vídeo con árboles de fondo en el que afirmaba que “el encuentro en Davos pone dos cosas de manifiesto: que la economía mundial está cambiando de paradigma y que Ayuso y Feijóo defienden un modelo caduco y agotado”. En él, aporta valoraciones que son propias no de una ministra de este Gobierno, sino de una ministra del PSOE en este Gobierno, probablemente porque todo lo que García propone lo defienden mejor Sánchez y los socialistas que Sumar o Más Madrid.

La izquierda se ha especializado en contar al mundo qué se debía hacer para evitar que las extremas derechas tuvieran éxito

Más allá de la reconversión verde y feminista, la izquierda española de los últimos años, como la occidental, se ha convertido en una fuerza cuyo principal programa es combatir a la extrema derecha. Han abundado los análisis sobre cómo parar a las nuevas fuerzas reaccionarias, y muchas de las figuras progresistas, también académicas y mediáticas, se han especializado en contar al mundo qué se debía hacer para evitar que los partidos extremistas tuvieran éxito, en denunciar a quienes tomaban posturas que les parecían ambiguas y en constituirse como batallón de choque discursivo que impidiera el giro hacia las derechas de las poblaciones occidentales. Han tenido escaso éxito. A quien mejor le ha salido la jugada, una vez más, ha sido al PSOE, que ha utilizado ese argumento para mantener el Gobierno.

Medicina paliativa

Ese reparto de las izquierdas entre el progresismo verde, por una parte, y la posición antifascista, por otra, puede ser útil mediáticamente, pero es poco práctico, a juzgar por sus resultados. Conviene escuchar a uno de los suyos, Álvaro García Linera, el exvicepresidente boliviano, que llegó a publicar un libro con Errejón, y su descripción del momento: “En tiempos de crisis, la economía manda, punto. Resuelve ese primer problema y luego el resto. Estamos en un tiempo histórico en que surgen el progresismo y las extremas derechas, y decae la centroderecha clásica neoliberal, tradicional, universalista. ¿Por qué? Por la economía. Es la economía, señores, la que ocupa el centro de mando de la realidad. El progresismo, las izquierdas y las propuestas que vengan del lado popular tienen que resolver en primer lugar ese problema”.

"El concepto de ‘economía popular’ es un agujero negro para las izquierdas: no lo conocen, no lo entienden y no tienen propuestas productivas"

La cuestión es que, cuando la izquierda tiene que abordar la economía desde una perspectiva de izquierdas, no entiende a quién se está dirigiendo; no sabe quiénes están al otro lado. Linera señala con acierto que “el porvenir social va a ser con informalidad, con ese pequeño trabajador, pequeño campesino, pequeño emprendedor, asalariado informal, atravesado por relaciones familiares y de vínculos muy curiosos de lealtad local o regional, subsumido en instancias donde las relaciones capital-trabajo no son tan diáfanas como en una empresa formal”.

Se refiere a Latinoamérica, pero esa misma incomprensión de la economía productiva y de sus actores está plenamente presente en la occidental y, desde luego, en la española. Sin embargo, “el mundo de la informalidad agrupado bajo el concepto de economía popular es un agujero negro para las izquierdas que no lo conocen, no lo entienden y no tienen propuestas productivas para ella que no sean los meros paliativos asistenciales”. Tiene especial razón García Linera, en este giro que ha dado, cuando señala que la izquierda se ha convertido, en su acción económica, en una suerte de medicina paliativa: proporciona cuidados, pero no sabe cómo afrontar las enfermedades.

El ignorado cambio internacional

El otro espacio en el que la izquierda está fuera de la realidad es el internacional, siempre importante para la política interna, pero especialmente ahora. Las tendencias latentes se agudizaron con la pandemia, entraron en una etapa nueva el mismo día que Putin invadió Ucrania y se han acelerado todavía más desde el 7 de octubre. Las rupturas electorales en los países occidentales, en los que distintas élites están peleando por hacerse con el control, están plenamente relacionadas con esas transformaciones.

Foto: Ilustración: Marina G. Ortega.
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En ese contexto, es simpático que Mónica García cite a Davos como referencia. En un mundo en el que las bombas no dejan de caer, en el que hay una recomposición del orden internacional profundo, en el que Occidente está siendo puesto en cuestión de una manera que no habíamos visto desde hace décadas, los dos mayores riesgos, para el WEF, son la desinformación y el cambio climático. Son conclusiones obvias, siempre y cuando vivas en un mundo distinto de este. Esa desorientación no es solo un mal que se contrae en la montaña mágica, sino que se ha expandido entre las izquierdas.

El desafío internacional implica grandes interrogantes sobre el futuro de Occidente, sobre sus capacidades perdidas y sobre cómo va a salir de una globalización que se ha vuelto en contra. Señala otro papel de los Estados, otra manera de enfrentarse a los desafíos económicos, de reconstruir las cadenas productivas y asegurarlas, de cómo salvaguardar las libertades en un mundo en cambio, de cómo manejar las tensiones entre las élites. Todas estas cosas están siendo afrontadas por países que no son occidentales de una manera directa.

No ocurre aquí, donde la posición habitual es ver el futuro con optimismo, confiar en la inteligencia artificial y en la tecnología y pensar que, en realidad, las transformaciones se disolverán. Llevamos años en ese marco y los cambios se aceleran en lugar de frenarse. La respuesta de la izquierda española es atacarse entre sí, hablar de la plurinacionalidad, la lucha contra el cambio climático y las posibilidades de la tecnología. Buena suerte.

Foto: Ione Belarra, a las puertas del Congreso de los Diputados. (Europa Press/Parra) Opinión
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En estos 10 años, no hemos visto a la izquierda emergente del 15-M perder apoyo social, ni convertirse en motivo de mofa por sus peleas internas, ni verse rechazada por las nuevas generaciones. Lo que hemos visto es el mundo cambiar. La izquierda seguirá su declive incesante si no se pone a la altura de los acontecimientos. Y eso supone dejar de vivir en las burbujas de clases medias altas urbanas y su altivez credencial, proponer un proyecto positivo a la altura de los tiempos que vaya más allá del cambio climático y de combatir a los fascistas y, sobre todo, entender la sociedad a la que se dirigen.

La izquierda no tiene un problema en España, es otra cosa. No se trata de que 10 años después del surgimiento de Podemos (y 13 después del 15-M), las rencillas personales, la falta de perspectiva política de sus dirigentes y su manejo deficiente de las organizaciones hayan llevado los partidos existentes a una situación enfrentada y agria que expulsa a los votantes. El problema es mucho más profundo, en la medida en que las izquierdas occidentales han experimentado un retroceso sustancial en apoyo electoral al mismo tiempo que crecen las extremas derechas. Pero si nos ceñimos al caso español, lo paradójico es que la izquierda que vino a sustituir al PSOE es ahora minoritaria, mientras que los socialistas son la gran esperanza progresista en Europa; Podemos está en caída libre, convertido en un partido cuyo peso se ha situado en Canal Red, y Sumar se ha querido convertir en una suerte de partido verde, pero todavía no se sabe muy bien hacia dónde va.

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