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Un político cuenta el clima de la campaña y un periodista el de las tertulias
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Esteban Hernández

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Un político cuenta el clima de la campaña y un periodista el de las tertulias

Las estrategias que están desarrollando los partidos para este domingo tienen un par de inconvenientes: se están convirtiendo en monotemáticas y no hablan de lo importante

Foto: Los políticos recorren España. (EFE/Jesús Diges)
Los políticos recorren España. (EFE/Jesús Diges)
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Un político en campaña me traslada una percepción interesante respecto del clima general. Estos comicios son europeos, suelen tener una participación baja y no son dados a movilizar grandes pasiones. Quizá en esta ocasión el porcentaje de votantes aumente, fomentado por la clave interna y por la polarización que domina España. Pero no lo tiene del todo claro: los actos y mítines van bien, hay incluso más gente de la prevista, pero se nota a los asistentes fríos y desapegados.

La pasada semana, un periodista narraba en privado la falta de sintonía que percibe el posible votante con los temas de los que se discute en la televisión o en la radio. A veces tiene la sensación de que, cuando comienzan los debates sobre temas de actualidad, valga la amnistía como ejemplo, el televidente o el oyente desconecta: “Nos contemplan como a esas personas que, por desgracia, tienen un problema mental y van hablando solas a voz en grito por la calle”.

La reducción de la campaña

Quizá ambas afirmaciones queden conectadas por una línea de puntos, porque estamos en una campaña casi monotemática. El PP tiene un marco definido, Begoña Gómez, y uno secundario, las mentiras de Sánchez, amnistía incluida, y está motivado por un propósito claro, que las elecciones sean un plebiscito contra el presidente (y si sale mal, contra Feijóo). El PSOE ha optado por combatir a la extrema derecha y a las mentiras, que en ese lado del espectro ideológico denominan fango, y por convertir el 9-J en una batalla contra las tendencias fascistas.

Ambos marcos tienen un efecto beneficioso para los grandes partidos, en la medida en que les permiten ganar espacio por sus flancos. Si el principal problema es la fusión autoritaria de PP y Vox, en el contexto de una Europa que gira hacia la derecha, el voto de la izquierda será para el PSOE. Si el problema consiste en la corrupción y en las mentiras del presidente, el voto irá mayoritariamente al PP. Si todo queda encajado en ese marco, el resto de partidos tienen menos opciones.

Sumar o Vox tienen elementos que los diferencian de PSOE y PP, pero no los harán valer si las elecciones son un plebiscito

Sumar ha quedado arrinconado en el otro gran tema que puede movilizar a la izquierda, Gaza, porque el PSOE ha tomado la delantera y les obliga a ir a remolque, al mismo tiempo que Iglesias presiona por el otro lado con una posición más dura con Israel y más pacifista en Europa. Vox está quedándose preso de aquello que le dio visibilidad: la presencia de Milei en Madrid y la reunión con Netanyahu. Ambos elementos mostraron claramente su sintonía con la derecha internacional, pero al mismo tiempo se resolvieron, con las alusiones expresas del presidente argentino y con la respuesta israelí, en el mismo marco que favorece al PP, el de poner el foco en Sánchez. Sumar, Podemos o Vox pueden tener elementos diferenciales con los partidos mayoritarios de su espectro político, pero es complicado que los hagan valer cuando la campaña gira alrededor de si Sánchez debe irse o quedarse.

El mayor riesgo

Lo llamativo es que, tanto para el PP como para el PSOE, su marco puede ser tan beneficioso como perjudicial, porque activa a los suyos, pero moviliza a los contrarios: es una jugada que no se sabe cómo saldrá. Además, corren el riesgo de que sus monotemas no atraigan a los indecisos y que tiendan a alejar aún más de la política a quienes ya están alejados. El porcentaje de abstención será importante a la hora de saber qué efectos se han generado.

En épocas de crisis sistémica, las élites de los países subordinados se enfrentan por conservar el poder en su territorio

Sin embargo, y más allá de cómo se resuelvan estas elecciones, lo cierto es que la campaña refleja muy bien el momento español.

Hay un problema de fondo, que es difícilmente solucionable, pero que debería corregirse para que las cosas en España comiencen a tomar un rumbo sano. Como suele ocurrir en épocas de crisis sistémica, y Europa está sumida en una (brechas políticas profundas, posición geopolítica declinante, electorados divididos, distintos intereses entre sus países), lo más habitual es que las élites de los países subordinados, en lugar de afrontar los problemas, se enfrenten por conservar el poder en su territorio. Se olvidan las cuestiones de fondo, se asume que no tienen nada que aportar a las grandes preguntas del momento y se centrar en conservar su parcela territorial. Esa mentalidad colonizada de nuestras élites nos aparta no solo de los grandes debates internacionales, sino de la capacidad de influir en ellos, así como de traer a escena elementos diferenciales que puedan beneficiarnos.

La ventana se cierra

Ha de reconocerse que España está jugando un papel en el entorno internacional con Gaza, que en la UE Sánchez ha tenido una presencia mucho más activa que gobiernos anteriores y que durante estos años ha sido escuchado en Bruselas, pero también es cierto que ese margen se está cerrando. Es una época de recomposición europea, que nos llevará a lugares diferentes de los actuales, y los actores importantes están moviendo ficha. Macron ha propuesto un plan de futuro (y Le Pen jugará un papel importante entre las derechas), Meloni ha señalado a Draghi como presidente de la Comisión y respalda su propuesta para la UE, Alemania no tiene claro qué hacer, pero parece estar girando hacia Varsovia y hacia el norte de Europa, e incluso Hungría ha desarrollado una estrategia de conectividad potente y muy significativa.

España está invertebrada, más que nunca, solo que además nos parece bien

España no tiene una propuesta propia, no solo porque camina dividida por asuntos internos, sino porque todos los elementos que han salido a colación en los debates de la campaña son insuficientes, cuando no enormemente pobres. Unos pretenden realizar la transformación digital y verde, que es el mismo plan que antes de la pandemia, otros quieren vincularse más con EEUU e Israel, otros quieren volver a la austeridad y otros están muy perdidos respecto de Europa. En definitiva, hay mucha más gente hablando sola que pensando en el futuro.

En ese contexto de ausencia de visión de Estado, hay un montón de cuestiones relevantes para nuestro país que no están siendo contestadas porque ni siquiera se están formulando las preguntas. En este nuevo escenario, es preciso que cada país adopte una posición en la que pueda hacer valer sus fortalezas, y eso requiere un plan estratégico, una visión común y fuerzas que trabajen a la par. España está invertebrada, más que nunca, solo que además nos parece bien.

Uno de tantos casos

Hay al menos, media docena de asuntos esenciales en los que deberían tejerse, a través de las fuerzas políticas o desde fuera de ellas, algunas direcciones en común. Un ejemplo entre otros, la energía. Hay que asegurar el abastecimiento, lo que implica diseñar un plan para el futuro. España tiene sol y viento, por lo que es razonable que se aproveche al máximo esa capacidad. Y ello al margen de que, como no basta con esa clase de energía, se definan bien cuáles serán las fuentes alternativas que se puedan producir en nuestro país y cuáles serán los socios principales para las energías de las que carecemos.

Foto: El ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente, en un mitin electoral. (Europa Press/Claudia Alba)

La segunda parte de la cuestión, que es todavía más pertinente, es qué hacemos después. Podemos llenar España de placas solares y de molinos eólicos, pero todo eso debe servir para algo. En caso contrario, lo único que se estará haciendo es favorecer a las grandes eléctricas, porque sus beneficios aumentarán con el sistema marginalista de precios, mientras los usuarios seguiremos pagando en nuestras facturas el coste de la más cara.

La cuestión obvia es que, si se puede producir energía barata y en grandes cantidades, debe ser aprovechada por nuestro país. Una opción lógica es la de aprovechar el impulso relocalizador, y favorecer la reindustrialización en nuestro país aprovechando la ventaja que nos brinda una energía barata, ya sea fomentando industria propia o atrayendo a la de otros países para que fabrique aquí. Un país que puede producir grandes cantidades de energía en momentos determinados también puede aprovechar las opciones de exportación. Del mismo modo, sería natural apoyar a las empresas arraigadas en nuestro territorio y que trabajan en este sector, en lugar de centrarnos en esas empresas cuyos principales accionistas tienen a menudo intereses diferentes de los del país.

Sin embargo, estas opciones, que están en muchos papeles, tienen que llevarse a la práctica en algún momento. Hasta ahora, España carece del propósito de aprovechar esta ventaja y tampoco está poniendo las bases para que en el futuro se desarrollen. Nos movemos entre lugares comunes, a menudo ideologizados, pero sin la capacidad de asentar todo lo necesario para que esa posibilidad aporte algún rédito a los españoles.

España carece del propósito decidido de aprovechar sus ventajas y tampoco está poniendo las bases para hacerlo en el futuro

Sin embargo, en este terreno, como en otros, nada apunta a que un cierto consenso de país, un mínimo sentido común, esté penetrando entre las élites políticas, económicas, financieras y expertas de nuestro país.

De modo que, este domingo, como los asistentes a los mítines de los que hablaba el político, iré a votar, porque es un momento relevante para España y para Europa, pero sin demasiadas esperanzas.

Un político en campaña me traslada una percepción interesante respecto del clima general. Estos comicios son europeos, suelen tener una participación baja y no son dados a movilizar grandes pasiones. Quizá en esta ocasión el porcentaje de votantes aumente, fomentado por la clave interna y por la polarización que domina España. Pero no lo tiene del todo claro: los actos y mítines van bien, hay incluso más gente de la prevista, pero se nota a los asistentes fríos y desapegados.

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