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Postpolítica
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Muface y los privilegios de los funcionarios: un agujero de la izquierda
El paso de más de un millón de personas al Sistema Nacional de Salud, a propuesta del ministerio de Sanidad, revela la peculiar posición ideológica del ámbito progresista
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Las últimas encuestas, de la más variada procedencia (incluida la del CIS, si nos atenemos a las cifras reales y no a la lectura de Tezanos), arrojan el mismo diagnóstico. Es cierto que las encuestas, en este instante, tienen una validez muy escasa, en la medida en que no hay elecciones a la vista, pero sirven para constatar una tendencia. La derecha crece, en particular Vox, el PSOE baja un poco, pero se mantiene alrededor de un 30% y su izquierda se desploma. Dado el auge de un extremo y el declive del otro, el gobierno actual no repetiría. Más al contrario, la mayoría de PP y Vox estaría cerca de ser abrumadora.
Hay un agotamiento general en las izquierdas. El PSOE se ve presionado por la dificultad de gobernar en un tiempo difícil con una mayoría parlamentaria débil y ambigua y por el desgaste que está sufriendo el presidente a partir de la acción judicial. Se hace complicado adivinar un camino por el que los socialistas puedan resurgir electoralmente, alcanzar ese 35% que se han fijado como meta aspiracional, y salvar los muebles en unas futuras elecciones. En el Congreso de este fin de semana se han visto algunas pistas sobre qué dirección quieren tomar para fortalecerse.
Sin embargo, el mayor problema viene por la izquierda del PSOE. La caída a plomo de Sumar y la fragmentación del espacio perjudican especialmente. Pero también la sensación social de que las izquierdas actuales están dirigidas por una generación políticamente agotada (de Yolanda Díaz hasta Pablo Iglesias, pasando por todos los que les rodean). Es complicado que recuperen tracción social si no ponen un punto y final en ese sentido.
El 'momento Kamala Harris'
La figura de Antonio Maíllo es ahora relevante, no como líder del futuro espacio, sino como mediador indispensable para realizar una tarea necesaria, la de la recomposición de todas esas fuerzas en una común que las integre. Está realizando un trabajo inteligente que va en la dirección adecuada. Sin embargo, hace falta más; la reunión es una condición indispensable, no una solución. Las izquierdas necesitan nuevos líderes, pero también un programa diferente. Pueden creer que hablando de la economía de los cuidados en la era de la crisis ecosocial lograrán reunir a esa parte de votantes de izquierda en cuya papeleta nunca figurarán las siglas PSOE, pero es más probable que manden a parte de ellos a la abstención y a otra parte con los socialistas.
La lucha contra la ultraderecha no es una propuesta, sino el último cabo al que agarrarse
El contexto tampoco favorece, porque las izquierdas están perdiendo fuerza en el entorno europeo, y porque viven un 'momento Kamala Harris': la realidad les señala que las ideas que han mantenido no funcionan, ni social ni electoralmente, pero no las quieren abandonar (esa Irene Montero que lo primero que dice en el programa de Risto Mejide es que deben utilizar el 'todes') porque consideran que están en una suerte de cruzada moral. En ese escenario, la lucha contra la ultraderecha como programa, el último cabo al que agarrarse, suena como una propuesta muy endeble. Además, ese papel lo puede desempeñar mejor el PSOE.
La desorientación de las izquierdas aparece de una manera evidente con el asunto Muface, que señala tanto una mala lectura social por parte de las izquierdas como un empecinamiento en las posturas moralistas.
Los funcionarios, esos privilegiados
El Ministerio de Sanidad, ante la negociación fallida para renovar el acuerdo que mantenían con empresas aseguradoras, por el que prestaban servicios a parte de los funcionarios que optaban por la cobertura privada (se ofreció un incremento del 17% y las aseguradoras exigían un 40%), ha propuesto prorrogar el modelo actual durante 9 meses, tras los cuales, tales funcionarios pasarían al Sistema Nacional de Salud.
Según el ministerio, hay más de un millón de personas que eligieron la asistencia sanitaria privada. El 65% de ellas son docentes de educación primaria, secundaria y universitaria y un 17% pertenece a algunos cuerpos de la Administración General del Estado.
Es también una cuestión de principios, afirman: no tiene sentido que la Administración pague seguros privados a sus funcionarios
Para el ministerio, esa falta de acuerdo es una oportunidad, ya que permitiría adecuar el sistema a las necesidades actuales (Muface surgió hace muchos años) y posibilitaría que las cantidades que se destinan a la cobertura privada revirtiesen en un sistema público que necesita inversión. En segunda instancia, es también una cuestión de principios: no tiene sentido que la Administración pague seguros privados a sus funcionarios. El paso al Sistema Nacional de Salud es justo y necesario, ya que contribuye a acabar con privilegios adquiridos.
Este último argumento es significativo, porque es exactamente el mismo que cualquier creyente neoliberal utilizaría: los funcionarios son unos privilegiados y es hora de que tengan las condiciones laborales de cualquier otro empleado. El conjunto de los españoles les estamos pagando unos beneficios que no están justificados. Quienes se oponen a perder esa ventaja, y hay funcionarios que lo ven con desagrado, pretenden gozar de una situación tremendamente injusta: si quieren sanidad privada, que se la paguen.
Ha habido también argumentos más gruesos: quienes se niegan a cambiar de situación, son los típicos derechistas que pertenecen al Grupo A de la Administración, que ven con desagrado tener que juntarse con la chusma en un ambulatorio.
Los inconvenientes
Ese moralismo desagradable conlleva desventajas, algunas evidentes, para quienes proponen el cambio (y dejamos de lado el componente partidista del asunto, con la lucha entre ministerios y con las tensiones PSOE-Más Madrid). La primera es meramente pragmática. En ese millón y pico de personas hay bastante voto de izquierdas. Empeorarles las condiciones no parece una buena idea para atraer simpatizantes; es más probable que los aleje.
La izquierda que impulsa la medida les afea el hecho de querer conservar lo que tienen: es más probable que causen enfado que aceptación
En segunda instancia, los afectados no lo van a percibir como una cuestión de justicia. Esos funcionarios tenían unas condiciones, ligadas a su trabajo desde el inicio, que ahora se les eliminan. Hay algo que pierden, por tanto, sin contrapartida. La mayoría de los funcionarios a los que afecta la medida no pertenecen a la alta administración, no son ricos que se quejan porque ya no pueden ir a clínicas de lujo. Lo esperable es que la izquierda pelease por mejorar sus condiciones, no por empeorarlas. Si, además, la izquierda que impulsa la medida les afea el hecho de querer conservar lo que tienen, es más probable que causen enfado que aceptación.
Hay otras consecuencias menos evidentes, pero que, especialmente Más Madrid, debería tener en cuenta. Uno de los efectos positivos de la eliminación de los servicios prestados por compañías de seguros a los funcionarios es que habrá más recursos para la sanidad pública. Dejando de lado el hecho de que eso está por verse, si fuera así, los ingresos adicionales acabarían en manos fundamentalmente de las autonomías que gobierna el PP. Y estas, según afirma la izquierda madrileña, se distinguen justo por generar negocio a las empresas privadas a costa de la sanidad pública. En otras palabras, puede ocurrir que el efecto final sea perverso, que se consigan más recursos cuyo destino final sea retribuir la subcontratación privada de servicios que debería prestar la sanidad pública.
Lo esencial del asunto Muface
Sin embargo, todo esto es lo de menos. El error de fondo es bastante más grave, porque es conceptual. Lo esperable de la izquierda, tal y como era entendida, es que tratase de conseguir recursos de las capas más favorecidas de la sociedad para sostener un bien común, la asistencia sanitaria universal. Es una red de seguridad y un instrumento de cohesión social al que todos deben contribuir, y más quien más tiene. De modo que, si faltan recursos, la izquierda tradicional diría que se deben obtener mediante un mayor aporte de los más favorecidos. Eso no es lo que está ocurriendo: los más ricos, y especialmente si son muy ricos, pueden evitar los sistemas fiscales gracias a mecanismos legalmente establecidos, de modo que la carga fiscal va a parar, en realidad, a las clases medias y medias altas vía impuestos directos y a las trabajadoras vía impuestos indirectos. Y esto es Muface: se detraen recursos de los que se beneficiaban clases medias y trabajadoras (muchos de esos funcionarios no perciben salarios precisamente elevados) con el objetivo de fortalecer el sistema público, mientras que los que más tienen cada vez pagan menos. Y no solo eso, sino que encima se llama privilegiados a quienes se quejan. Esto es comprar el marco neoliberal doblemente.
Pero este es un mal de la izquierda actual, que está enfrentando de manera permanente a clases sociales perjudicadas por un sistema que tiende a la dualización. Enfrenta a los que tienen un poco con los que tienen menos en lugar de comprender hasta qué punto el funcionamiento del sistema deteriora a ambos. A cambio, deja las estructuras intactas. Muchas de las situaciones que se les han vuelto en contra parten de ese presupuesto, y las medidas para combatir el cambio climático son un buen ejemplo. Quizá lo primero que tendrían que hacer, como izquierda, es entender cuál es la composición de clase de nuestra sociedad. A partir de ahí podrían comenzar a operar de manera efectiva, y así abandonar el rincón.
Las últimas encuestas, de la más variada procedencia (incluida la del CIS, si nos atenemos a las cifras reales y no a la lectura de Tezanos), arrojan el mismo diagnóstico. Es cierto que las encuestas, en este instante, tienen una validez muy escasa, en la medida en que no hay elecciones a la vista, pero sirven para constatar una tendencia. La derecha crece, en particular Vox, el PSOE baja un poco, pero se mantiene alrededor de un 30% y su izquierda se desploma. Dado el auge de un extremo y el declive del otro, el gobierno actual no repetiría. Más al contrario, la mayoría de PP y Vox estaría cerca de ser abrumadora.