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'QuHerida'

Hace unas semanas abordábamos el tema de 'Mujer y miseria en España'. Hoy se hace ineludible el de mujer y violencia, ese que resumía el famoso

Hace unas semanas abordábamos el tema de 'Mujer y miseria en España'. Hoy se hace ineludible el de mujer y violencia, ese que resumía el famoso cartel de nuestro título. No cabe duda que la dependencia económica de unas personas respecto de otras da fácil pie a situaciones de abuso. Un abuso que sólo crece cuando la relación es personal o familiar… y uno de los dos es más fuerte que el otro. Ayudará… pero esa no es su causa. Pero es un problema con solución. Se llama educación; y es posible.

Las cifras no mienten: veíamos que sólo un 8,5% de la población reclusa era mujer. Sin embargo la práctica totalidad de víctimas de los delitos de prostitución y de tráfico de seres humanos eran féminas. Añadamos un par de datos: más del 80% de las víctimas de delitos sexuales son mujeres y niñas, y el 95% de las víctimas de la violencia doméstica son mujeres.

Si ETA viene a tener unas 1.000 víctimas mortales en el tiempo que la venimos padeciendo, el equivalente de mujeres muertas a manos de sus parejas ascendería a 3.500 para el mismo periodo. Una cifra brutal y un mazazo en las conciencias de todos.

España está en la media Europea, con unas diez mujeres muertas por millón. Sus cifras las superan Finlandia y Bélgica, las dobla Suiza y las quintuplican Estonia y Rumanía, con más de cincuenta mujeres muertas por millón.

El programa para acabar con esta vergonzosa lacra es mundial y lo lleva la ONU, cuya «Declaración para la eliminación de la violencia contra la mujer» de 20 de diciembre de 1993, la definía como “todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada” (Artículo 1 de la Resolución 48/104 de la Asamblea General).

Aún tan avanzado el siglo XX como en 1962, nuestra legislación penal seguía imponiendo el mero destierro para el marido que, sorprendiendo en adulterio a su mujer, matase o lesionase gravemente a alguno de los adúlteros. Algo así como un asesinato debidamente justificado y por ende comprensible, vamos. A la adúltera, sin embargo, se la castigaba con hasta seis años de cárcel, por este... ejem, “delito”. Al marido no: sólo cuando “tuviere manceba dentro de la casa conyugal o notoriamente fuera de ella.” Y todo esto se aplicaba también a la hija menor de 23 años y a su “corruptor”.

¿Estereotipos aprendidos, valores equivocados, educación errada? ¿Son éstas las causas? No siempre y no sólo. Únicamente uno de cada tres hijos de maltratadores lo es a su vez. Se trata pues de algo evitable.

Además el agresor suele ser una persona frustrada, insegura, con un miedo (atávico) a las mujeres, egoísta y propenso a los actos de crueldad, facilitados y excusados por un pensamiento excesivamente rígido.

Algunos logran aliviar su conciencia: pero sólo por un tiempo. Un 20% - 30% de los maltratadores trata de suicidarse; unos dos tercios lo logran. Todos saben que son culpables. Como regla general, ante los demás son encantadores con su mujer. También lo son con terceros. Es en la intimidad, sin testigos molestos, es donde se da el maltrato.

El resultado en la persona maltratada acaba siendo la degradación de la autoestima hasta la más absoluta pasividad, el sentimiento de culpa, el nacimiento de obsesiones o de verdaderos síndromes, como el de la dependencia afectiva. Hasta que un día puede más el instinto de supervivencia… o no.

Se calcula que menos de un cuarto de las agresiones se denuncian. Desafortunadamente las denuncias falsas son demasiado frecuentes, fruto del un oportunismo inmoral de algunas mujeres y una ley mal hecha hasta lo inconstitucional. El delito no conoce de sexos, aunque la vigente Ley Orgánica 1/2004, Integral Contra la Violencia de Género, sí haga distingos.

Y además el delito no espera: y mientras algunas mujeres consumen recursos judiciales y policiales para nada, otras sufren palizas y vejaciones, hasta la muerte. Esa que les llegó antes que la ayuda que ellas sí que necesitaban.

Estos son los remedios urgentes, pero la solución global y a largo plazo es mucho más profunda y se llama educación, educación y más educación, con una simultánea transformación de la realidad basada en un radical rechazo ante cualquier forma de discriminación, que no de pérdida de identidad de las personas.

Quizá un día descubramos todos que es en la igualdad donde está la verdadera libertad de todos y que sin ella no somos realmente libres nadie. Y en ella cada uno puede ser como es: con una physis, pathos y psyché que la naturaleza hizo propia de cada sexo -que no idéntica para ambos-, sino complementaria entre ellos, y para nuestra mayor felicidad, que es para lo que estamos hechos.

Y como siempre esperamos sus magníficas opiniones, porque con ellas haremos nuestro Manifiesto.

Hace unas semanas abordábamos el tema de 'Mujer y miseria en España'. Hoy se hace ineludible el de mujer y violencia, ese que resumía el famoso cartel de nuestro título. No cabe duda que la dependencia económica de unas personas respecto de otras da fácil pie a situaciones de abuso. Un abuso que sólo crece cuando la relación es personal o familiar… y uno de los dos es más fuerte que el otro. Ayudará… pero esa no es su causa. Pero es un problema con solución. Se llama educación; y es posible.

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