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Un partido verdaderamente democrático

Uno de los mayores males de nuestra democracia es que el principal cauce de participación de los ciudadanos en la vida política, los partidos, no cumplen

Uno de los mayores males de nuestra democracia es que el principal cauce de participación de los ciudadanos en la vida política, los partidos, no cumplen con la exigencia constitucional de ser democráticos en lo que a su funcionamiento se refiere. Más bien al contrario, estamos ante estructuras fuertemente jerarquizadas, monolíticas… donde unas poquísimas personas tienen un inmenso poder real: el Secretario que interviene decisivamente en la elaboración de las listas electorales, cerradas y bloqueadas, es uno de ellos. También lo es el líder, ese ser que parece tener el don de la ubicuidad y cuya “imagen” parece infinitamente más importante que la sustancia o la forma de su discurso político. Mucho menos expuesto a la luz, el Tesorero del Partido resulta un personaje clave, pues controla los fondos de unas organizaciones que sin límite alguno, cada vez reciben más dinero a cargo de los Presupuestos Generales del Estado y que funcionan por el sistema de caja única.

El terrible déficit democrático es aún más acusado, si cabe, en los grandísimos partidos de ámbito nacional: PP y PSOE, singularmente, afectando por tanto y de manera muy severa a grandes capas de la población.

No cabe duda que uno de los problemas de la participación democrática es la gestión eficiente de miles de voces individuales, todas las cuales tienen el mismo derecho de pronunciarse en un momento dado no sólo a través un voto de “si” o “no”, lo cual sería una información fácil de gestionar… sino a opinar y proponer en cualquier materia que estimen oportuna, empleando para ello el lenguaje. Ahora bien… ¿Es posible gestionar semejante avalancha de datos?

Las nuevas tecnologías han desarrollado toda una serie de técnicas de gestión de la información: véanse las maravillas de los buscadores de Internet: algoritmos matemáticos que desentrañan el lenguaje para encontrar información, filtrarla, presentarla ordenadamente…

Damos el paso

Así las cosas, es grande la tentación de experimentar con las nuevas tecnologías ante la catastrófica falta de democracia interna de nuestros partidos políticos. Los lúcidos comentarios de nuestros lectores la semana pasada nos han acabado de animar: vamos a dar el paso.

Proyecto Cívico quisiera, en su intento de aportar su granito de arena a la regeneración democrática de España, hacer el experimento. Se trata de que pase lo que pase, la experiencia haya sido útil: que de ella saquemos unas enseñanzas que puedan animar a otros a eventualmente dar el paso.

Desde Proyecto Cívico estamos estudiando diversas posibilidades tecnológicas, con la ayuda inestimable de nuestros voluntariosos colaboradores: Alme, Luis, Cosme… y usted que nos lee, si es un hacha de las nuevas tecnologías.

El proyecto consistiría en montar un partido político. Sus Estatutos harían especial hincapié en que uno de sus objetivos sería lograr un funcionamiento lo más democrático posible. La transparencia sería otro de los principales objetivos, así como la gratuidad (o casi): esa es otra de las metas que nos proponemos. ¿Es posible lograr un buen funcionamiento con unos costes realmente bajos? ¿La tecnología verdaderamente posibilita esto?

Un experimento de seis meses

Pondríamos un horizonte temporal: por ejemplo seis meses, prorrogables por otros seis, si vemos que el experimento promete. Al final haríamos un informe, en el que relataríamos nuestra experiencia. Habríamos visto lo que funciona y lo que no.

Habida cuenta de que cada persona tiene su vida y su trabajo que atender, se trataría de dedicar un tiempo razonable a participar en lo público: cinco minutos a la semana… o una hora al día: lo que cada uno en función de sus posibilidades y deseos, pudiese.

Habría que fijar unas metas, como si de un verdadero partido se tratase. ¿Seríamos capaces de elaborar una lista electoral? Cada militante que quisiese podría presentarse. ¿Nos permitiría la tecnología que cada uno hiciese campaña? Trataríamos de elaborar entre todos un Programa Electoral. ¿Sería posible o al final la miríada de propuestas sería tal que el volumen de información no era más que una masa inmanejable? ¿Y qué ocurre con los intentos de elaborar propuestas legislativas? ¿Serían posibles?

De lo que se trataría es de probar si en efecto, con las posibilidades que ofrecen hoy las nuevas tecnologías, hablar de partidos verdaderamente democráticos y transparentes es una posibilidad real. La perfección no es de este mundo, pero ¿diría uno que está razonablemente satisfecho con la organización? Esa es la meta.

De lo que estamos bastante seguros desde Proyecto Cívico es de que las nuevas tecnologías ofrecen hoy unas posibilidades que desde luego no se daban hace treinta años. Las posibilidades de que los mecanismos de la democracia directa se potencien haciendo uso de ellas está claro. También las posibilidades de hacer “pedagogía politológica”.

Pero para entender el funcionamiento y las posibilidades de las cosas, nada hay como la prueba de fuego que es la experiencia social, real, con la participación de un nutrido grupo de ciudadanos. Nos alegraría saber que nos va a acompañar en nuestro experimento. De lo que estamos seguros es de que no perdemos el tiempo: vamos a aprender todos mucho de ello.

Y entretanto esperamos sus comentarios porque con ellos iremos perfilando nuestro Partido… y haciendo, como todas las semanas, nuestro Manifiesto Cívico.

Uno de los mayores males de nuestra democracia es que el principal cauce de participación de los ciudadanos en la vida política, los partidos, no cumplen con la exigencia constitucional de ser democráticos en lo que a su funcionamiento se refiere. Más bien al contrario, estamos ante estructuras fuertemente jerarquizadas, monolíticas… donde unas poquísimas personas tienen un inmenso poder real: el Secretario que interviene decisivamente en la elaboración de las listas electorales, cerradas y bloqueadas, es uno de ellos. También lo es el líder, ese ser que parece tener el don de la ubicuidad y cuya “imagen” parece infinitamente más importante que la sustancia o la forma de su discurso político. Mucho menos expuesto a la luz, el Tesorero del Partido resulta un personaje clave, pues controla los fondos de unas organizaciones que sin límite alguno, cada vez reciben más dinero a cargo de los Presupuestos Generales del Estado y que funcionan por el sistema de caja única.