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Chamberlain tenía razón y otros hechos alternativos
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Aurora Nacarino-Brabo

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Chamberlain tenía razón y otros hechos alternativos

Un siglo después de que Einstein enunciara la relatividad, seguimos instalados en el relativismo. El problema de negar la existencia de la verdad es que entonces tampoco puede existir la mentira

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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Ahora que ha muerto Paul Johnson me he acordado de aquello que contaba en Tiempos modernos sobre la teoría de la relatividad de Albert Einstein, y las consecuencias no intencionadas ni previstas que el descubrimiento tuvo sobre la sociedad de su época. El gran público confundió relatividad con relativismo, y concluyó que del hallazgo se seguía que la verdad no existía. Que no había certezas. El tiempo y el espacio, el bien y el mal, el conocimiento: todo era relativo. Einstein estaba horrorizado. No era un judío practicante, pero creía firmemente en estándares absolutos sobre lo que era correcto y lo que no, y, sobre todo, reconocía un mundo cuya realidad era objetiva y había consagrado su vida a la búsqueda de certidumbres.

Un siglo después de que Einstein enunciara la relatividad, seguimos instalados en el relativismo. El problema de negar la existencia de la verdad es que entonces tampoco puede existir la mentira. Se habla así de "hechos alternativos" para justificar manipulaciones burdas de la realidad con fines políticos. La mentira ha dejado de conmover ―cuántas nos ha contado Sánchez desde que se acostara con quien dijo que no dormiría. Y, al contrario, la verdad es disruptiva. Un juez acaba de absolver a Cayetana Álvarez de Toledo de la acusación de intromisión en el honor del padre del exvicepresidente Pablo Iglesias, antiguo militante del FRAP, al que la diputada había llamado "terrorista". El juez encuentra que sus palabras están amparadas por la libertad de expresión porque se sustentan sobre una "indudable base fáctica". La verdad es un escándalo que acaba en los tribunales.

La última encuesta de Tezanos dice que el PSOE aventaja al PP en intención de voto

La mentira, en cambio, es solo un punto de vista. La última encuesta de Tezanos dice que el PSOE aventaja al PP en intención de voto. Tanto da que sea el único sondeo que llega a esas conclusiones, porque el objetivo no es reflejar la realidad, sino prefigurarla: construirla. Que todo ello se haga con dinero público y justo cuando se acaba de reformar el delito de malversación a beneficio de los socios del Gobierno permite concluir que también la malversación es relativa. Contra esa revisión penal y contra la derogación de la sedición, por cierto, se manifestaron miles de personas en Madrid. ¿Cuántas? 30.000 o 300.000, dependiendo de quién las cuente.

Cuando no hay verdades, es más probable que la gente acepte como verdad cualquier cosa. Me contaba el otro día Gregorio Luri que, en una ocasión, un alumno le había solicitado fuentes de consulta sobre políticas de la sostenibilidad en la antigua Grecia. El profesor dio una respuesta a la altura de la pregunta, y lo remitió con mucha socarronería al gran Memonides de Moronea, cuya obra ―aseguró al estudiante― se había perdido casi por completo, pero del que se conservaban algunos extractos muy valiosos. El chaval lo cascó tal cual en las referencias bibliográficas de su trabajo. A Luri le divirtió tanto que se propuso incluso reconstruir el legado del filósofo, e inventó para él sentencias y enseñanzas que deslumbraron a no pocos lectores en internet.

El exministro de Universidades Manuel Castells publicó ayer un artículo sobre la guerra de Rusia en Ucrania, "Putin y Hitler" se titula, que traza un paralelismo con la Segunda Guerra Mundial. "Chamberlain tenía razón", concluye Castells. Obviando la imposibilidad del contrafáctico, solo una laxitud extrema de estándares factuales y morales permite formular semejante afirmación —precisamente en la misma semana en que el mundo recuerda los crímenes del Holocausto—.

El relativismo en año electoral cobra aires de superproducción de ficción

Hace unos días, la líder de Más Madrid, Mónica García, anunció, a la salida del Foro de Davos, un cambio de paradigma económico. Como sucede que en los últimos diez años la situación del mercado de trabajo no ha progresado en nuestro país y los españoles han perdido poder adquisitivo, entiendo que el cambio sustancial al que se refería es este: el de quienes han pasado, en apenas una década, de manifestarse en el 15-M contra las élites económicas y políticas a formar parte del establishment global. Es un cambio relativo, aunque, sin duda, para algunos es un cambio absoluto.

El procés ha terminado o está vivo y coleando, dependiendo de si le preguntan al Gobierno o a ERC. A Federico Jiménez Losantos le ha tocado esta semana ser un puto progre por criticar a Vox. A Carmena, una facha de mierda por cuestionar la ley del solo sí es sí. Desde Podemos han dicho recientemente: "Lo que está haciendo Bolsonaro en Brasil lo está haciendo Feijóo en España". Borja Sémper, que vivió con escolta desde los 19 años hasta hace cuatro días, es un moderadito, y la derecha valiente va a combatir el aborto con ecografías 4D. Pedro Sánchez ha estado jugando a la petanca con pensionistas que resultaron ser cargos y militantes del PSOE.

El relativismo en año electoral cobra aires de superproducción de ficción. Lo que pasa es que incluso para hacer ficción se debe respetar el principio de verosimilitud y de coherencia interna. Y una tiene la impresión de que, de un tiempo a esta parte, la política española ya solo es una sucesión desopilante de saltos de raccord.

Ahora que ha muerto Paul Johnson me he acordado de aquello que contaba en Tiempos modernos sobre la teoría de la relatividad de Albert Einstein, y las consecuencias no intencionadas ni previstas que el descubrimiento tuvo sobre la sociedad de su época. El gran público confundió relatividad con relativismo, y concluyó que del hallazgo se seguía que la verdad no existía. Que no había certezas. El tiempo y el espacio, el bien y el mal, el conocimiento: todo era relativo. Einstein estaba horrorizado. No era un judío practicante, pero creía firmemente en estándares absolutos sobre lo que era correcto y lo que no, y, sobre todo, reconocía un mundo cuya realidad era objetiva y había consagrado su vida a la búsqueda de certidumbres.

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