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¿Un Gobierno colaboracionista?
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Aurora Nacarino-Brabo

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¿Un Gobierno colaboracionista?

Porque todo va de eso: va de libertad. Hace un año, Rusia era todavía una democracia muy extravagante, iliberal, autoritaria

Foto: Primer aniversario de la invasión Rusa a Ucrania. (Reuters/Johanna Geron)
Primer aniversario de la invasión Rusa a Ucrania. (Reuters/Johanna Geron)
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No fue un paseo militar. Ha pasado un año y los ucranianos resisten la invasión de Putin. Se equivocaron todos los expertos jugadores de Risk, los militares criptorrusos en la reserva que aconsejaron a Zelenski que no opusiera resistencia. Los intelectuales, los políticos en el alambre pacifista de la equidistancia.

Se precipitó el Kremlin asumiendo el declive de Estados Unidos, cuya inteligencia se anticipó siempre a los movimientos de Moscú, y cuya participación económica, estratégica y militar es un sostén vital para el pueblo ucraniano. Y con Biden: ser viejo no es lo mismo que ser débil. Se equivocó el Kremlin asumiendo que los europeos se mostrarían, primero, indiferentes, y hostiles a la guerra tan pronto como comenzaran a notarla en el bolsillo. Correlacionó erróneamente la estatura y la talla moral de aquel cómico metido a presidente, que se puso serio y reclamó munición cuando todos le ofrecían la evacuación. Desde entonces, la dignidad viste de verde oliva. Y no entendió nada el Kremlin cuando creyó que los ucranianos no lucharían; pero es que no puede entender la fuerza de la nación en armas quien no ha conocido la libertad.

Hace un año, Rusia era todavía una democracia muy extravagante, iliberal, autoritaria

Porque todo va de eso: va de libertad. Hace un año, Rusia era todavía una democracia muy extravagante, iliberal, autoritaria. Hoy no hay matices: ya es una dictadura plena, apuntalada sobre el monopolio de la energía; o sea, un despotismo oriental, para decirlo con Wittfogel, que señala la inexorable querencia rusa ―lo advirtió Marx― por el modo de producción asiático. Pero Occidente ha respondido, a pesar del chantaje atómico. La paradoja del arsenal nuclear es que se cultiva para no tener que usarlo. Su poder es disuasorio, pero declina conforme se acumulan las amenazas no consumadas. Esta semana hemos escuchado la enésima, no con desafección, pero ya sin la congoja de hace doce meses.

En este año hemos visto arrasadas ciudades enteras de Ucrania, pero también hemos visto arrasada la credibilidad militar de Rusia. Y su superioridad ya solo se explica porque está dispuesta ―como siempre― a poner los muertos al peso y a intervenir su industria para volcarla en la guerra. Mientras tanto, Ucrania suple su inferioridad con inteligencia y tecnología, y Occidente acelera los procesos de reconversión de su economía para emanciparse energéticamente. La libertad aguanta el tirón en el frente de Bajmut, mientras retrocede sin esperanza en Rusia. Es el fin de la Historia, todavía.

Pero no todos han estado a la altura de la causa ucraniana. No lo estuvieron hace un año, cuando todavía cabía aducir incertidumbre, y no lo están hoy, cuando perseveran en una postura cuya culpa es imperdonable. Es una deshonra escuchar a una ministra del Gobierno de España afirmar que la ayuda militar a Ucrania ha sido un error. Es una desgracia el discurso que exige el alto el fuego solo a una de las partes ―¡y no al invasor, sino a la víctima!―. Es una calamidad que su propuesta para ayudar a Ucrania sea la que rechazan de plano todos los ucranianos. Es una indecencia que el Gobierno español actúe como un altavoz que replica las amenazas del Kremlin: "Vamos a un enfrentamiento entre potencias nucleares", ha amedrentado Belarra. Es una vergüenza que la cuarta economía de la Unión Europea caiga hasta el puesto 18º en el envío de ayuda a Ucrania.

No hay nada más inmoral que el pacifismo de perfil y la falsa equidistancia

Vivimos en una sociedad que ha sustituido la moral por la moralina. Los mismos que nos aturran cada día con un exhibicionismo moral que va del sexo a la cesta de la compra, pasando por la sanidad y la gala de los Goya, son incapaces de reconocer una causa genuinamente moral cuando les golpea en la cara. No hay nada más radicalmente moral que defender la libertad, la democracia y la integridad territorial en Ucrania. No hay nada más inmoral que el pacifismo de perfil, la falsa equidistancia y la paz por territorios. No hace falta haber leído a Sun Tzu o a Clausewitz para saber que no se negocia desde la rendición incondicional, sino desde la fortaleza. Y que no cabe el compromiso con quien no tiene palabra.

Dijo el otro día Pablo Iglesias que estamos en guerra. Que no solo lo está Ucrania, sino también nosotros, los europeos. Y por una vez tengo que estar de acuerdo con él. Lo que pasa es que, si nos atrevemos a decir en voz alta que, efectivamente, estamos en guerra, entonces podremos preguntarnos legítimamente si tenemos un gobierno colaboracionista. Ahora que la realidad por fin nos pone ante una historia de buenos y malos ―las que gustan en Podemos―, no tienen claro con quién van. A estas alturas quedan pocas dudas de que se encuentran más cerca del tirano ruso que de la OTAN, y yo me pregunto qué antiamericanismo ha podido sobrevivir a la imagen de un chaval de veinte años saltando en paracaídas sobre Normandía, tan lejos de casa.

Es curioso que esta generación de políticos, que vive sentimental e ideológicamente en la guerra civil, se haya olvidado tan pronto de aquello de "resistir es vencer". A lo mejor es hora de comprender que la mayor amenaza contra Europa la tenemos aquí dentro, con permiso de Sánchez, sentada en el Gobierno.

No fue un paseo militar. Ha pasado un año y los ucranianos resisten la invasión de Putin. Se equivocaron todos los expertos jugadores de Risk, los militares criptorrusos en la reserva que aconsejaron a Zelenski que no opusiera resistencia. Los intelectuales, los políticos en el alambre pacifista de la equidistancia.

Vladimir Putin Conflicto de Ucrania
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