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Aurora Nacarino-Brabo

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La mala reputación

El pánico que se ha apoderado del PSOE hay que entenderlo en esta clave: los socialistas no creen estar ante un problema de ética pública, sino ante uno de moral privada

Foto: Pedro Sánchez y el Tito Berni.
Pedro Sánchez y el Tito Berni.
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Como en la canción de Brassens, Pedro Sánchez sigue su propio camino, y eso a las braves gens ―Feijóo diría "la gente de bien"― no les gusta. Lo que pasa es que el protagonista de La mauvaise réputation cae simpático: es, en su misantropía, humano.

Llevo tarareándola desde que estalló el caso Tito Berni, que también es humano, demasiado humano, y que ha inaugurado una crisis de reputación ―disculpe el lector la vulgaridad del juego de palabras― en el Gobierno de coalición. No es la primera a la que tiene que hacer frente el Ejecutivo, pero sí es, por su naturaleza, un escándalo que puede sentenciar al presidente. Al caso no le falta detalle: fíjense en el nombre del mediador de la trama, Tacoronte, que podría ser el título de una tragedia de Sófocles. Nomen est omen.

Un partido que defiende la abolición de la prostitución no puede permitirse que sus diputados se vayan de putas

Veremos cuál es el alcance de la tragedia, pero esta crisis tiene algo que la hace diferente y potencialmente más dañina para el PSOE que otras anteriores. Sánchez puede convencer a una parte importante de su electorado de que indultar a los presos del procés o reformar la malversación o derogar la sedición para favorecer a sus socios contribuye a la pacificación de Cataluña. Puede intentar, incluso, responsabilizar de las consecuencias de su reforma de los delitos sexuales a los jueces, agentes del patriarcado. Puede responder a un escándalo de corrupción con la corrupción del Partido Popular: y tú más. Pero un partido que defiende la abolición de la prostitución ―qué ambición― y que la define como "pagar por violar a una mujer" no puede permitirse que sus diputados se vayan de putas después de votar en el Congreso por la extinción de las putas. Cuánto menos si hay fotos.

Una sociedad normal juzgaría antiestética esta querencia de algunos políticos por meterla y meterse ―en feliz definición de Montano―, pero no perdería de vista que la gravedad de los hechos se encuentra en la trama de mordidas y corrupción en la que se mezclan partidos y empresarios. Sucede que cuando uno toma la estética por la ética, suele también reducir la ética a la estética, y así se explica la degradación institucional que padecemos bajo la presidencia de este señor tan guapo y tan preocupado por la imagen.

El pánico que se ha apoderado del PSOE hay que entenderlo en esta clave: los socialistas no creen estar ante un problema de ética pública, sino ante uno de moral privada. La izquierda ha moralizado hasta tal punto el sexo y la vida privada que ha caído en la trampa mortal de su propia narrativa. Aquel pacto tácito que establecía una saludable distinción entre vicios privados y virtudes públicas fue sustituido por la proclama de que lo personal es político. Y ahora tenemos a diputados semidesnudos posando con prostitutas a las puertas del 8-M. Toma relato.

Al Gobierno no le van a bastar las muchas ocurrencias de su creativa secretaria de Igualdad para limpiar su mala reputación

Para quien ha hecho del exhibicionismo moral su bandera, la exhibición de esos cuerpos es letal. Como una crisis moral exige una respuesta moral, Patxi López se ha apresurado a decir que Tito Berni "no es socialista". Lo que se desprende de esa afirmación es que a un socialista no lo definen sus preferencias redistributivas o su posicionamiento en el eje ideológico: ser socialista es, ante todo, una categoría moral. Las inmoralidades, por tanto, solo pueden cometerlas otros: los conservadores, los liberales, los reaccionarios; pero no los socialistas. La tesis del falso socialista no es una explicación seria, y da una nueva muestra de la difícil relación que tiene el gobierno con la rendición de cuentas: Y a ti qué más te da.

Moral y sexo son las dos palabras esenciales de esta crisis de reputación. Al exhibicionismo moral del Gobierno acompaña una obsesión con el sexo que recuerda a la que históricamente ha caracterizado a las religiones. No es casualidad: la izquierda ha pasado de ser irreverente y liberal a erigirse en iglesia e impartir doctrina. La secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez Pam, consiguió hacerse un hueco mediático en la semana grande de Tito Berni hablando de masturbación: dice que es un escándalo que el 75% de las chicas prefieran la penetración a la autoestimulación. La verdad es que no hay color: quién puede querer follar pudiendo tocarse imaginando que folla. Cualquier día nos amenazarán, como curas, con que el sexo provoca ceguera. Aplicaremos entonces la estrategia de Ernesto Sevilla para las pajas: cuando me pongan gafas, paro.

Pero me temo que al Gobierno no le van a bastar las muchas ocurrencias de su creativa secretaria de Igualdad para limpiar su mala reputación.

Como en la canción de Brassens, Pedro Sánchez sigue su propio camino, y eso a las braves gens ―Feijóo diría "la gente de bien"― no les gusta. Lo que pasa es que el protagonista de La mauvaise réputation cae simpático: es, en su misantropía, humano.

Pedro Sánchez
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