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El 78 y nosotros, que lo quisimos tanto
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Aurora Nacarino-Brabo

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El 78 y nosotros, que lo quisimos tanto

Vox no ha rascado ni un voto, le ha dado oxígeno a Sánchez y ha proporcionado a Yolanda Díaz la mejor pista de lanzamiento

Foto: Ramón Tamames y Santiago Abascal, durante la moción. (EFE/Chema Moya)
Ramón Tamames y Santiago Abascal, durante la moción. (EFE/Chema Moya)
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Voy a ser dura con Ramón Tamames, y espero que esto se entienda como lo que es: una muestra de respeto. El señor Tamames no es un menor de edad ni una persona con las facultades mentales disminuidas, sino un adulto. Más que un adulto: alguien que se estima con la capacidad necesaria para desempeñar el cargo de presidente del Gobierno. Y bajo el umbral de exigencia de tal cargo y tal responsabilidad hemos de juzgarlo.

Así que es preciso decir algunas verdades: que el señor Tamames se prestó a participar de una moción de censura mortinata, a pocos meses de las elecciones, sin aritmética viable ni programa alternativo, y —sospechamos— por la más espuria de las razones: la coquetería. Que ni siquiera nos iluminó con un caudal de erudición deslumbrante, como algunos esperaban del prócer. Se nos había dicho que el Congreso iba a tener ocasión de comprobar la diferencia entre los políticos de la Transición y los de ahora, y a buen seguro que la hay, pero ello no se desprende de la intervención de Tamames.

Esto pasa a menudo: salen del Partido Comunista, pero el Partido Comunista no acaba de salir de ellos

Culpó a Estados Unidos de la invasión rusa de Ucrania y a la Unión Europea de connivencia con la guerra, y elevó al régimen chino a la categoría de agente de paz: dice Tamames que tendrá que venir a salvarnos. Esto pasa a menudo: salen del Partido Comunista, pero el Partido Comunista no acaba de salir de ellos. Hay que reconocer, sin embargo, lo transversal de su postura, que dio gusto a la mitad del Gobierno y a buena parte de Vox. Y no es el único punto en el que el candidato frisó ideas de los nacionalismos: habló de Gibraltar como un "problema de dignidad nacional" y citó a un demógrafo racista catalán, Josep Antoni Vandellós, para concluir que la combinación de baja natalidad y llegada de inmigrantes da la medida de un "pueblo decadente".

Tanto da la opinión que tengamos sobre uno y otro: el presidente del Gobierno se había preparado bien su discurso, y el aspirante a presidente del Gobierno, no. Suplió ese esfuerzo con espontaneidad —entiendo que hubiera quien agradeciera la naturalidad en un escenario en el que ya todo es impostado y está escrito de antemano—, pero el señor Tamames no estaba allí para hacer chascarrillos, sino para postularse como presidente de la nación, que es una cosa muy seria.

No fue el único que no estuvo a la altura de la ocasión, empezando por el partido proponente, que mostró una irresponsabilidad institucional propia de un partido gamberro —y hay unos cuantos en el parlamento—. Claro que, a veces, las gamberradas se pagan: Vox no ha rascado ni un voto, le ha dado oxígeno a Sánchez y ha proporcionado a Yolanda Díaz la mejor pista de lanzamiento. Pero lo más aciago de la moción fue escuchar a Patxi López, que habló como un bárbaro; un individuo no inculturado, no socializado, ajeno a los valores de la polis. Para explicar su discurso valdría más un antropólogo que un analista político, aunque no conviene perder demasiado tiempo en su hipérbole mitinera: como dijo Talleyrand, todo lo exagerado es irrelevante.

Como me dijo una amiga que compartió una noche con el actor Hugh Grant: nunca conozcas a tus ídolos

Con todo, agradezco al candidato que arrancara su alocución reivindicando a la generación del 56, porque la Transición comenzó con ellos y es preciso honrarlos. La España del 78 empezó a vislumbrarse el día que los Tamames, Semprún, Pradera y compañía reunieron por primera vez en un mismo sujeto a los dos bandos de la guerra civil: "Nosotros, hijos de los vencedores y de los vencidos". Nosotros: eso es una nación. Sin embargo, —qué paradoja— creo que esta moción ha contribuido a acelerar el declive de la España del 78 más que ningún otro episodio político reciente, porque la condición de posibilidad de un mito —y la Transición es nuestro mejor mito— es la distancia. Como me dijo una amiga que compartió una noche con Hugh Grant: nunca conozcas a tus ídolos.

La moción de censura me ha dejado en la boca un sabor amargo, de fin de época. De fin de nuestra mejor época. No ha sido la semana más feliz que ha vivido el Congreso de los Diputados. Y, a pesar de todo, viendo aquella tribuna y aquella bóveda y aquel hemiciclo, pensé que el Congreso tiene una dignidad resistente a todas las perrerías, a todas las humillaciones que le infligen. No sé si soy muy friki o muy romántica, pero a mí me sigue emocionando.

Voy a ser dura con Ramón Tamames, y espero que esto se entienda como lo que es: una muestra de respeto. El señor Tamames no es un menor de edad ni una persona con las facultades mentales disminuidas, sino un adulto. Más que un adulto: alguien que se estima con la capacidad necesaria para desempeñar el cargo de presidente del Gobierno. Y bajo el umbral de exigencia de tal cargo y tal responsabilidad hemos de juzgarlo.

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