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¿Cómo que no es país para viejos?
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Aurora Nacarino-Brabo

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¿Cómo que no es país para viejos?

Hay muchas más razones para alegrarse de ser viejo en España. Los mayores son el grupo de edad con menor índice de pobreza y el mayor de vivienda en propiedad

Foto: Un hombre pasea a su perro. (EFE/Javier Etxezarreta)
Un hombre pasea a su perro. (EFE/Javier Etxezarreta)
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He leído estos días que España no es país para viejos. Sin embargo, yo tengo la impresión de que este lugar nunca fue mejor que ahora para ser mayor. Echemos un vistazo a los titulares de las últimas semanas: un nonagenario ha protagonizado una moción de censura que, de haber prosperado, lo habría convertido en presidente del Gobierno. Una mujer de 68 años ha sido madre por gestación subrogada ―en el país con la tasa de fecundidad más baja del mundo y la mayor brecha entre los hijos deseados y los nacidos no se habla de otra cosa―. Y el Gobierno acaba de aprobar una reforma de pensiones que blinda el poder adquisitivo de los jubilados de hoy a costa de una subida de impuestos encubierta a los trabajadores y de la creación de empleo ―ya hasta Grecia tiene menos paro que nosotros―.

Hay muchas más razones para alegrarse de ser viejo en España. Los mayores son el grupo de edad con menor índice de pobreza y el mayor de vivienda en propiedad. La pensión máxima de un español es más del doble que el salario medio de un trabajador joven, y además este año ha subido un 8,5%: el equivalente a incrementar de forma permanente el presupuesto en educación un 28%, ha dicho Nacho Conde Ruiz. Como ha señalado Ángel de la Fuente, tenemos un sistema generoso: un español percibirá aproximadamente el 80% de su salario cuando se retire ―un alemán, la mitad, un 40%―. Lo hará, además, durante muchos años, porque tenemos la mayor esperanza de vida del mundo. Si la salud lo acompaña, podrá disfrutar de numerosos beneficios culturales, de ocio o de viaje, porque estas actividades están subvencionadas para los mayores. Un pensionista que perciba cerca de 3.000 euros mensuales pagará menos por usar el metro que mi hermano pequeño, un camarero mileurista veinteañero.

Los mayores son muchos y eso hace que sean un colectivo al que los políticos tratan de fidelizar

Yo creo que este sí es país para viejos, aunque el fenómeno desborda los confines nacionales: es un buen momento para ser viejo en Europa. La combinación del progreso técnico-científico con unos estados de bienestar provisores ha hecho que nuestros mayores nunca vivieran tanto y tan bien como ahora, y, sobre todo, los ha hecho muy numerosos. Esto es más evidente si confrontamos las cohortes de mayor edad con las más jóvenes, cada vez más exiguas. Y las consecuencias de este cambio demográfico son también políticas.

Los mayores son muchos y eso hace que sean un colectivo al que los políticos tratan de seducir y fidelizar. Así hay que entender la subida y la reforma de las pensiones que acaba de aprobar el Gobierno: no garantiza la sostenibilidad del sistema, disparará el déficit y la deuda, detraerá recursos para cualquier otra política social, y además va en contra de todo lo que predicaba el ministro Escrivá cuando dirigía la AIReF como un técnico ortodoxo. Pero los incentivos cambian cuando la continuidad en el cargo pasa por el sufragio, tanto más en año electoral. Por eso Macron es un ave rara: no hay muchos políticos capaces de asumir la impopularidad por el bien de su país.

Pero el peso de los mayores no solo se deja sentir en las urnas. También en la calle. Históricamente, la condición de posibilidad de las grandes protestas o las revoluciones ha sido la existencia de una generación joven muy numerosa. En mayo del 68 vimos a los hijos del baby boom de posguerra protagonizar una oleada de revueltas que afectó a varios continentes, de Europa a Asia y a las dos Américas. Más recientemente, el norte de África y Oriente Próximo vivieron su Primavera Árabe. Sin embargo, a medida que se invierte la pirámide poblacional esto está cambiando. También los mayores comienzan a ser mayoría bajo las pancartas, y esto condiciona el tipo de reivindicaciones que se hacen. El 68 prendió en Nanterre porque los chicos y las chicas no podían dormir juntos en los colegios mayores universitarios: el "problema sexual de los jóvenes", lo llamó Cohn-Bendit. Si miramos hoy a Francia, los movimientos sociales más disruptivos de los últimos años los han protagonizado los mayores, tanto en el caso de los Chalecos Amarillos como ahora, contra la reforma de las pensiones que promueve Macron.

Yo creo que sí es país para viejos, y me alegro mucho por ello

Es normal: los mayores son más numerosos que nunca, tienen una salud mejor que nunca y además tienen mucho tiempo libre. Eso les permite protagonizar protestas de forma muy coordinada y con capacidad de resistir en el tiempo. Me di cuenta en mi etapa de asistente en el Congreso: la manifestación más ruidosa ―¡hacían más ruido que los taxistas!―, más multitudinaria y más persistente era siempre la de los pensionistas, que se concentraban cada semana sin falta en la Plaza de las Cortes.

Yo creo que sí es país para viejos, y me alegro mucho por ello. De lo que no puedo alegrarme es del reverso de esta constatación: que no es país para jóvenes. Y de momento no parece haber quien quiera ponerle remedio. La última vez que los jóvenes protagonizaron el momento político en España fue durante el 15-M. Los efectos se dejaron sentir en el Congreso: quebró el viejo bipartidismo. Uno de los partidos que emergió de esa fractura generacional ocupa hoy el Gobierno. Habría que preguntarse si esa renovación de élites ha cumplido las promesas que hicieron sus representantes o si, más bien, ha servido a los intereses particulares y la promoción de una camarilla de amigos. O sea, a un chalet en Galapagar y muchos chiringuitos.

He leído estos días que España no es país para viejos. Sin embargo, yo tengo la impresión de que este lugar nunca fue mejor que ahora para ser mayor. Echemos un vistazo a los titulares de las últimas semanas: un nonagenario ha protagonizado una moción de censura que, de haber prosperado, lo habría convertido en presidente del Gobierno. Una mujer de 68 años ha sido madre por gestación subrogada ―en el país con la tasa de fecundidad más baja del mundo y la mayor brecha entre los hijos deseados y los nacidos no se habla de otra cosa―. Y el Gobierno acaba de aprobar una reforma de pensiones que blinda el poder adquisitivo de los jubilados de hoy a costa de una subida de impuestos encubierta a los trabajadores y de la creación de empleo ―ya hasta Grecia tiene menos paro que nosotros―.

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