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Yolanda Díaz vs. Pablo Iglesias: domingo sin resurrección
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Yolanda Díaz vs. Pablo Iglesias: domingo sin resurrección

El poder de Podemos hoy es eminentemente virtual, como la luz de una estrella extinta que todavía brilla en el cielo nocturno

Foto: Yolanda Díaz y Pablo Iglesias en una foto de archivo. (EFE/Kiko Huesca)
Yolanda Díaz y Pablo Iglesias en una foto de archivo. (EFE/Kiko Huesca)
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Aurora Rodríguez educó a su hija Hildegart para que fuera "la mujer del futuro": era una creación concebida al servicio de una causa ideológica. Sin embargo, la mujer del futuro no llegaría a la edad adulta. La talentosa Hildegart tenía por delante una prometedora carrera como escritora, intelectual y activista política, pero sus inquietudes y relaciones personales la fueron alejando de su madre. En la adolescencia, la chica comenzó a demandar independencia y se le hizo insoportable el férreo control materno. Una noche, mientras dormía, Aurora se acercó a su cama y le descerrajó cuatro tiros, tres en la cabeza y otro más en el corazón. Cuando la policía le preguntó por qué había matado a su hija, Aurora Rodríguez contestó: "El escultor, tras descubrir la más mínima imperfección en su obra, la destruye".

A Pablo Iglesias le gustaría poder destruir su obra: Yolanda Díaz. Como Aurora con Hildegart, Iglesias concibió a su sucesora como un instrumento que habría de servir a su proyecto personal. Debía ser la ejecutora sumisa y dócil del plan paterno. Pero Yolanda creció y demandó autonomía y tuvo aspiraciones individuales y, cuando quiso darse cuenta, ya no podía gobernarla: la obra se había emancipado de su creador y quería una vida propia. Ahora a Iglesias se le ha hecho tarde para tomar la vía Hildegart.

Todas las encuestas dan a Feijóo una ventaja de al menos seis puntos sobre Sánchez

La izquierda se beneficiaría de un acuerdo entre Podemos y Sumar por varias razones, pero la más relevante es aritmética: cuanto más fragmentada acuda a las urnas, mayor será la penalización que reciba en términos de escaños, y no está la izquierda para regalarlos: todas las encuestas dan a Feijóo una ventaja de al menos seis puntos sobre Sánchez y, si bien el PSOE todavía compite mejor que el PP en el eje territorial —es capaz de atraer apoyos de un buen número de partidos nacionalistas o regionalistas, y eso son unos cuarenta escaños—, va a necesitar un socio fuerte a su izquierda para estar en disposición de pelear por un nuevo mandato.

Pero ya sabemos que a los partidos que ocupan el mismo espacio ideológico les mueve más el instinto asesino que el ánimo colaborativo. Y que las relaciones de fuerza nunca son simétricas. El poder de Podemos hoy es eminentemente virtual, como la luz de una estrella extinta que todavía brilla en el cielo nocturno, por eso Yolanda Díaz quiere postergar cualquier negociación con los morados hasta después de los comicios de mayo, cuando se hará patente su debilidad. Pero esa sentencia electoral no nos dará ninguna pista sobre el vigor de Sumar, porque el proyecto estará embargado hasta las generales: sin el recuerdo de voto de las autonómicas y municipales, será difícil predecir cuánta agua hay en la piscina de Yolanda Díaz.

Es cierto que no tiene los mismos incentivos quien compite para mantenerse en el Gobierno que quien ya se encuentra fuera de la política. A diferencia de Díaz, Iglesias puede pensar que su carrera se beneficiará de una legislatura con un gobierno de la derecha y un PSOE naufragado, en la que él pueda acaudillar la oposición en la calle. Yo no daría por hecho que esa es una operación ganadora. El éxito del Podemos original fue el de analizar correctamente el fracaso del 15-M: que los movimientos políticos solo prosperan si se canalizan institucionalmente —es decir, si se formalizan como partidos y se sientan en el parlamento—, y que para capitalizar malestares transversales conviene tener un discurso moderadamente transversal. Iglesias enterró la transversalidad en su guerra con Errejón y ahora está a punto de renunciar también a la institucionalidad, incluso sí cree que es una renuncia táctica y temporal. Y los incentivos de un Iglesias tertuliano no solo difieren de los de una vicepresidenta: hay decenas de altos cargos en Podemos a los que no les hará ninguna gracia apostar por una estrategia que los deja en la calle, y esa incomodidad se hará más evidente conforme se aproxime el abismo de las generales.

Díaz se ha labrado fama de buena negociadora, y con ella irán los sindicatos y una buena amalgama de fuerzas confederadas

La que sí parece dispuesta a ceñirse a la estrategia fundacional de Podemos es Yolanda Díaz, cuya propuesta de adición puede resumirse así: institucionalidad + transversalidad = Sumar. Aunque milite en el PCE desde la adolescencia, su liderazgo no emerge al frente de un partido percibido como extremista, sino de la más pura centralidad institucional: el Gobierno. Su discurso puede resultar inane y cursi, pero ese tono meloso contrasta con la agresividad de Iglesias —por mucho que en términos programáticos estén muy cerca— y eso le permite ser vista como una política moderada. Por último, Díaz se ha labrado fama de buena negociadora, y con ella irán los sindicatos y una buena amalgama de fuerzas confederadas. Si su propuesta funcionará o no en las urnas es todavía un misterio, pero no se vislumbra un liderazgo alternativo en la izquierda.

No, Yolanda no será Hildegart. Algunos, de hecho, no dudan en señalarla como Judas. Y, aunque hoy es Domingo de Resurrección, yo no tendría mucha fe en la resurrección política de Pablo Iglesias.

Aurora Rodríguez educó a su hija Hildegart para que fuera "la mujer del futuro": era una creación concebida al servicio de una causa ideológica. Sin embargo, la mujer del futuro no llegaría a la edad adulta. La talentosa Hildegart tenía por delante una prometedora carrera como escritora, intelectual y activista política, pero sus inquietudes y relaciones personales la fueron alejando de su madre. En la adolescencia, la chica comenzó a demandar independencia y se le hizo insoportable el férreo control materno. Una noche, mientras dormía, Aurora se acercó a su cama y le descerrajó cuatro tiros, tres en la cabeza y otro más en el corazón. Cuando la policía le preguntó por qué había matado a su hija, Aurora Rodríguez contestó: "El escultor, tras descubrir la más mínima imperfección en su obra, la destruye".

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