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Aurora Nacarino-Brabo

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Cinco lecciones políticas de Doñana

Sánchez compite en un marco mucho mayor que Moreno, y para él puede ser rentable perder algunos votos en el entorno de Doñana si a cambio gana otros en el conjunto de España

Foto: Unas plantaciones cercanas al parque de Doñana. (Aníbal Gómez)
Unas plantaciones cercanas al parque de Doñana. (Aníbal Gómez)
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Es mucho más que el agua. La polémica sobre el regadío en las tierras próximas al parque de Doñana nos sirve para ilustrar algunos de los dilemas universales de la democracia. Allá van cinco:

1. Todo es susceptible de polarizarse

Cuando empezamos a estudiar la polarización, los investigadores querían saber qué cuestiones resultaban más divisivas. De ese modo, podríamos tratar de evitarlas cambiando la conversación pública hacia temas en los que fuera más fácil alcanzar acuerdos. Después, descubrimos que cambiar de tema solo servía para que se polarizaran asuntos que hasta ahora no habían sido conflictivos.

Foto: Juanma Moreno, en una visita reciente a Doñana. (EFE / Julio Muñoz)

Doñana es un buen ejemplo: hace una semana, casi nadie sabía nada del asunto, pero hoy forma ya parte de una conversación enconada en la que los partidos se han posicionado fuertemente, y sus votantes se han alineado con ellos. Sucede que la polarización no emerge de las cosas, sino que se cierne sobre ellas desde los partidos. La polarización no se hace sola, hay que hacerla. Como diría Schumpeter, las demandas de los votantes no son exógenas, sino que dependen de la oferta que crean los partidos. El problema de la polarización es que los electores premian en las urnas a quien la promueve, lo que contribuye a su perpetuación.

2. El bien común no existe

La democracia liberal es el sistema político que parte de la asunción de que en una sociedad conviven individuos con valores, opiniones e intereses distintos, y a menudo enfrentados. De ese pluralismo nace un conflicto que las instituciones democráticas permiten canalizar, facilitando la toma de decisiones por la mayoría, promulgando leyes que consagran la protección de las minorías y articulando las distintas sensibilidades de la ciudadanía por medio de la representación proporcional. Esto se hace evidente en Doñana: el interés de los agricultores que necesitan agua para regar sus campos no es el mismo que el de los ecologistas preocupados por la conservación del medio natural. Ambos puntos de vista son legítimos, y de esa divergencia nace un conflicto que salta a la arena política, polarizándose rápidamente por la proximidad electoral.

3. Los políticos responden a incentivos

Los partidos políticos son instituciones diseñadas para competir electoralmente y representar a los ciudadanos, y por ello adoptan posiciones que les permitan satisfacer las demandas de sus votantes. En el conflicto de Doñana, hay varios niveles administrativos implicados cuyos incentivos difieren notablemente: la Junta de Andalucía y los ayuntamientos de los municipios afectados, que deben rendir cuentas y responder a los intereses de sus electores, han mostrado una postura mucho más favorable a la autorización del regadío; las administraciones más alejadas del epicentro del conflicto, como el Gobierno central y la Comisión Europea, han adoptado posiciones más restrictivas.

"En el conflicto de Doñana, hay varios niveles administrativos implicados cuyos incentivos difieren notablemente"

Es normal: Pedro Sánchez compite en un marco mucho mayor que Juanma Moreno, y para él puede ser rentable perder algunos votos en el entorno de Doñana si a cambio gana otros en el conjunto de España con un discurso ecologista. Eso no significa que todos en el PSOE compartan los incentivos del presidente: el silencio del líder socialista en Andalucía, Juan Espadas, y la discrepancia manifestada por algunos alcaldes socialistas dan cuenta de que dentro del partido no hay una postura unánime, y de que esas diferencias están determinadas por los intereses electorales.

4. No puede ganar todo el mundo

Incluso cuando una posición es ampliamente compartida en una sociedad, como es el caso de la protección de los humedales de Doñana y de su diversidad de flora y fauna, es imposible que una comunidad política adopte decisiones que puedan satisfacer a todo el mundo. Podemos abrazar una filosofía utilitarista, tratando de maximizar el beneficio para el mayor número de personas, pero hemos de saber que cada política pública tiene ganadores y perdedores. Y no es suficiente con hacer un ejercicio cuantitativo: incluso si los ganadores de una decisión son muchos más que los perdedores, los perdedores pueden sufrir las consecuencias de una forma muy intensa. Es el caso de los agricultores que podrían perder su medio de vida si se les niega la posibilidad de regar sus campos.

5. Hay que cuidar a los perdedores

Todas las políticas públicas deben tener en cuenta a aquellos cuyos intereses se ven lesionados por una decisión, sobre todo porque, a menudo, los perdedores forman parte de los grupos socioeconómicos más vulnerables. La protección del medio ambiente es una de esas cuestiones en las que la persecución de un bien superior puede generar perdedores entre sectores sociales vulnerables: las políticas de restricción del tráfico en las ciudades tienden a beneficiar a quienes viven en el centro urbano (cuyo poder adquisitivo es mayor) y a perjudicar a quienes viven en la periferia y necesitan desplazarse en coche de forma habitual. La cruzada contra el diésel tiene sentido desde el punto de vista medioambiental (y de la salud pública), pero afecta de forma directa a un conjunto de trabajadores agrícolas e industriales cuya maquinaria funciona con gasoil. Las emisiones anuales de cualquier trabajador que se mueva por una ciudad con su vehículo privado están muy lejos de aquellas propiciadas por el desplazamiento internacional de las élites que promueven las medidas medioambientales.

Si echamos un vistazo a la lista de las empresas más contaminantes del país, encontramos un buen número de multinacionales del sector de la energía que han hecho bandera de la lucha contra el cambio climático. Hay una cierta hipocresía que puede resultar muy hiriente cuando al trabajador mediano se le pide que haga un gran esfuerzo personal para adaptarse a las necesidades de la transición ecológica. Del mismo modo, que el presidente del Gobierno aterrice con su Falcon (con dos Falcon) en Doñana para decirle a los agricultores que tendrán que buscarse otro modo de vida puede generar mucha frustración. Y el precio de no atender esa frustración puede ser muy alto: a menudo es el origen de movimientos sociales disruptivos que tienden a capitalizar los populistas. Por eso, la enseñanza de Doñana debería ser que la protección ambiental (a la que no debemos renunciar) ha de tener en cuenta a sus perdedores y tratar de compensarlos. Porque una sociedad democrática debe aspirar a no dejar a nadie atrás.

Es mucho más que el agua. La polémica sobre el regadío en las tierras próximas al parque de Doñana nos sirve para ilustrar algunos de los dilemas universales de la democracia. Allá van cinco:

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