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Río Brabo
Por
Campaña total
Robar unas cremas incapacita para el cargo público a cualquier político de derechas, pero una condena por terrorismo no pesa para los socios preferentes del Gobierno
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Algunas ideas sobre la campaña electoral:
Un tablero inclinado: Ayer estuve con mi amigo Jaime, que ha votado toda la vida al PSOE, pero ya no. La legitimación de las candidaturas etarras en las listas de Bildu le parece especialmente lacerante: robar unas cremas de Deliplus —me decía— incapacita para el cargo público a cualquier político de derechas, pero una condena por terrorismo no pesa para los socios preferentes del Gobierno. Solo la presión social y mediática les ha hecho anunciar que los condenados por asesinato —los demás ni siquiera incomodan— no recogerán el acta de concejales, pero sus nombres siguen en una lista. Y luego, ya veremos, porque la acción es el anuncio: de eso va la política performativa.
Los partidos educan a los votantes: Las decisiones que se toman por imposiciones aritméticas tienen que ser justificadas con argumentos que no pueden ser tácticos, sino normativos. Hay que hacer de la necesidad virtud —a veces con resultado de vicio—. Los partidos políticos son expertos en construir relatos que justifican sus intereses y estos argumentarios permean después en los votantes, al menos en los más fieles. Si un político repite suficientes veces ciertos eslóganes, una parte del electorado los acabará creyendo: el PSOE derrotó a ETA, la derecha es peor que Bildu, Otegi es un hombre de paz.
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La oferta política crea su demanda, y con esto no descubro nada: es economía schumpeteriana. Que los promotores del cordón sanitario lo hayan extendido antes sobre el centro —con Rivera no— y la derecha que sobre la llamada izquierda abertzale da una idea de su sentido de la profilaxis. Pero un día, pronto, despertarán —el PNV, el PSOE, Podemos— con una victoria política de Bildu en el País Vasco, y descubrirán que han estado incubando el huevo de la serpiente —enroscada en el hacha—.
Una campaña total: Si la guerra total es la subordinación de la política a la guerra, en la campaña total toda la política se supedita a la campaña. Da igual que sea una elección municipal y, en algunos casos, autonómica: todo el poder central y todas las administraciones están en campaña. Como en la guerra total, en la campaña total vale todo: también las instituciones del Estado se usan políticamente, y las multas de la Junta Electoral no previenen la erosión de la separación de poderes. Se confunden el partido y el Gobierno, y las portavocías del Estado y el dinero de los españoles se ponen al servicio de la campaña electoral más cara de la historia. Hay también algo de adulteración de la competición en ese uso del poder central y su gran maquinaria política para condicionar unas elecciones locales y regionales.
Aires de caudillismo: En la campaña total la política se hace vertical. Ha dicho el presidente Sánchez que él no hace promesas electorales, sino anuncios. Es cierto. No importa si ha llegado al final de la legislatura sin hacer nada de lo que ahora proclama o si no resta tiempo ya para acometerlo o si no es competencia de su Gobierno. Como decíamos, en la política performativa la acción es el anuncio. Y todavía vale lo de McLuhan: el medio es el mensaje. Así, el anuncio se retransmite por televisión desde algún mitin, sin pasar por el Consejo de Ministros, que se supone que es un órgano colegiado. Como aquel Chávez que llegaba en helicóptero a escuchar las quejas de los venezolanos, y entonces ordenaba al ministro del ramo: "¡Hágase!". O bien: "¡Exprópiese!".
"Como decíamos, en la política performativa la acción es el anuncio. Y todavía vale lo de McLuhan: el medio es el mensaje"
Un estado corporativo: España es un país cada vez más dividido, excepto en aquello donde la división es condición de salud democrática: los poderes. Puede parecer contraintuitivo, pero la primera víctima de la división es el individuo. La campaña imprime al país un tinte de estado corporativo: el Gobierno ha troceado la nación en grupos vinculados por intereses corporativos, ha empaquetado a los votantes en función de ciertos vínculos profesionales, culturales o biológicos, y se presta a comprar sus votos.
Se ha abandonado el principio liberal del ciudadano ―que solo es idéntico a sí mismo― por el del gremio ―donde la identidad no es individual, sino colectiva―: el gremio de los pensionistas, los estudiantes, los funcionarios, los trabajadores con discapacidad, la industria cultural, los menores de treinta y cinco. Siempre ha habido coaliciones de intereses, claro, pero estas tendían a organizarse de abajo hacia arriba, y no desde el poder, como sucede ahora.
El resultado es un apuntalamiento del poder mismo. Ya no hay intermediarios entre el Gobierno y los ciudadanos, y los contrapesos están en retroceso. No hay sociedad civil, no hay academia, no hay sindicatos dignos de tal nombre, porque todo depende económicamente de un poder vertical que provee. Todo es oficialismo. Incluso el antioficialismo.
Algunas ideas sobre la campaña electoral: