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Ciudadanos: ideas que esperan su momento
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Aurora Nacarino-Brabo

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Ciudadanos: ideas que esperan su momento

Ciudadanos se ha acabado, pero las ideas que alumbraron su nacimiento siguen ahí, esperando su momento

Foto: Albert Rivera e Inés Arrimadas en la campaña de 2019. (EFE/Andreu Dalmau)
Albert Rivera e Inés Arrimadas en la campaña de 2019. (EFE/Andreu Dalmau)
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Yo fui diputada de Ciudadanos, muy brevemente, en el año 2019. Concretamente, entre las elecciones de abril y las de noviembre de ese año. No lo digo porque piense que sea de interés, sino por honestidad: sepa el lector que todo lo que escriba sobre la suerte de ese partido estará necesariamente marcado por la experiencia personal. No se tenga este texto, por tanto, como la verdad, sino como lo que es: la mirada de alguien que estuvo allí, con la claridad que procura la cercanía y también con sus inevitables sesgos.

A la muerte de un partido sigue siempre la tentación de la autopsia. Se arremolinan en torno al finado forenses que salen de todas partes, como seleccionadores nacionales cuando llega el mundial de fútbol. A mí me gusta mucho más el fútbol que las necropsias, y seguramente me falte pericia para esa disección, así que les ahorraré un ejercicio que en el mejor de los casos sería ventajista e inútil, y, en el peor, revanchista y cobarde. No tengo actitud para el ajuste de cuentas ni la voluntad biográfica a la que obliga el obituario. Esto es solo un puñado de impresiones.

Foto: La portavoz de Ciudadanos en el Congreso, Inés Arrimadas. (EFE/Zipi Aragón) Opinión
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Ciudadanos se ha despedido sin ruido, con una dignidad de vaquero derrotado. Como aquel pistolero de John Wayne, Tom Doniphon, que disparó a Liberty Valance y lo perdió todo. Marcharse sin estridencias puede parecer poca cosa, pero ennoblece la política por contraste, y está bien así. Se fue Albert Rivera, que se equivocó como solo puede hacerlo quien tiene el coraje de tomar decisiones. Y ahora se va Inés Arrimadas, que haría mucho bien a todos si se quedara: tanto da si es en otra bancada, porque en política importan mucho más las ideas y las personas que las siglas.

Y eso que lo mejor de Ciudadanos era el nombre. Lo decía siempre mi compañero Paco Román, ya tristemente fallecido: que el nombre era el programa. Tenía razón. Era un nombre que contenía un proyecto de país, porque esa era la vocación fundacional del partido: defender una España de ciudadanos libres e iguales, donde el sujeto protagonista de la política fuera el individuo. No el territorio, no la tribu, no la identidad ni el colectivo. El ciudadano.

Se trataba, en Cataluña, de oponerse al poder nacionalista, pero no para instaurar una política de revancha, sino para hacer una política verdaderamente inclusiva allí donde era excluyente. De gobernar, por una vez, para todos. De gobernar también para los García y los González y los Martínez de Cataluña, que además son la mayoría. Y se trataba, en España, de ofrecer a los grandes partidos una sociedad fundada en los intereses nacionales, que soslayara el chantaje periférico de los conseguidores y los iluminados identitarios. También de defender un cambio por la vía de la regeneración y la reforma; no contra el 78, sino para el 78.

Foto: Soberón disfrutando la victoria. (EFE/Celia Agüero Pereda)

Y casi salió bien. Arrimadas nos brindó ―no a los que estábamos en Ciudadanos, ni siquiera a los votantes de centro, sino a todo el constitucionalismo― la noche electoral más feliz de cuantas recuerdo. Mejor, incluso, que aquella en la que conseguí un escaño. Porque nos demostró que los catalanes no estaban condenados a vivir bajo la hegemonía del nacionalismo. Su última etapa al frente del partido ha sido poco lucida y, probablemente, no podía ser de otro modo: tomó el relevo de un Ciudadanos reducido a diez escaños.

Pero durante aquel tiempo en Cataluña, Arrimadas encarnó un liderazgo fresco, radiante, optimista, alegre. Y fue capaz de contagiar ese estado de ánimo. Contagió a los catalanes hasta el punto de votarla masivamente, convirtiéndose en la primera candidata de un partido constitucionalista en derrotar al nacionalismo en votos y escaños. Luego todo salió mal. Los números no permitían formar gobierno y el partido decidió no intentar siquiera la investidura, lo cual se demostró un error. Pero aquella noche de diciembre de 2017 en Montjuic pensamos que cualquier cosa era posible. Que otra Cataluña era posible.

Después, Arrimadas se marchó al Congreso. Ella misma ha admitido que quizá fue una equivocación, pero en algún momento pareció lógico que si los nacionalistas mandaban en Madrid, entonces había que hacerles oposición también en Madrid. En todo caso, las acusaciones de traición son groseras. También las de cobardía. No hay inventario que pueda registrar todo lo que han tenido que aguantar los políticos constitucionalistas en Cataluña. No es comparable, claro, a lo del País Vasco, pero sí han estado sometidos a un acoso asfixiante. Ellos y sus familias. Sí, ha habido una auténtica diáspora, no solo de políticos, también de mucha gente anónima que no aguantó el clima irrespirable y de hostigamiento separatista.

Foto: La presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas. (EFE/Sergio Pérez)

Hay que haber vivido la experiencia de no poder pasear por la calle con tu pareja o con tus hijos antes de llamar traidor a nadie. Y eso es lo que les pasaba en Cataluña a personas como Albert Rivera o Inés Arrimadas, y también de otros partidos, como Cayetana Álvarez de Toledo. Suele decirse que lo de aguantar insultos va en el sueldo de los políticos. Pero yo niego la mayor. Cada vez que decimos que el insulto o el escrache van en el sueldo de los políticos estamos brindando una coartada a los maleducados, a los acosadores y a los violentos.

Casi nadie habla nunca bien de los políticos, así que sirva este texto de reconocimiento a las personas honradas que hacen política, aunque sea tan ingrata. Yo he tenido la suerte de conocer a unas cuantas. Muchas eran de Ciudadanos.

Ciudadanos se ha acabado, pero las ideas que alumbraron su nacimiento siguen ahí, esperando su momento.

Yo fui diputada de Ciudadanos, muy brevemente, en el año 2019. Concretamente, entre las elecciones de abril y las de noviembre de ese año. No lo digo porque piense que sea de interés, sino por honestidad: sepa el lector que todo lo que escriba sobre la suerte de ese partido estará necesariamente marcado por la experiencia personal. No se tenga este texto, por tanto, como la verdad, sino como lo que es: la mirada de alguien que estuvo allí, con la claridad que procura la cercanía y también con sus inevitables sesgos.

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