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La pareja Sánchez e Iglesias: el triunfo del amor (al poder)
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Marta García Aller

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La pareja Sánchez e Iglesias: el triunfo del amor (al poder)

A Pedro y a Pablo, como a tantas parejas que antes de quererse se odiaron, no les puede dar más igual las cosas terribles que se decían el uno al otro antes de sellar su amor

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, es felicitado por el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, es felicitado por el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)

Siempre es arriesgado poner verde al ex de un amigo, no sea que la pareja se reconcilie y luego haya que tragarse entre sonrisas incómodas aquellas confesiones sobre lo mal que nos caía. Reconocer con desahogo que alguien nos parece un cretino tiene luego difícil marcha atrás. Mayor desparpajo para desdecirse ejercen siempre los enamorados cuando vuelven a juntarse. Y a Pedro y a Pablo, como a tantas parejas que antes de quererse se odiaron, no les puede dar más igual las cosas terribles que se decían el uno al otro antes de sellar su amor. El suyo, el de Pablo y Pedro, no se trata de amor mutuo. Lo suyo es amor al poder. Pero amor, al fin y al cabo.

Cuando Pedro Sánchez salió por fin investido presidente del Gobierno, el que lloró de la alegría fue Pablo Iglesias quitándole de paso un poco de protagonismo. En las parejas, a veces pasan estas cosas, solo que sin querer. La escena tras la votación dejó claro quién tenía más motivos para estar emocionado. Iglesias es el que está cumpliendo exactamente lo que prometió a sus votantes que lograría. Sánchez, lo contrario. Este no ha sido capaz de llegar solo a lo más alto. El otro le acompaña mientras va tomando posiciones. Ya avisó de que aspiraba a tomar el cielo por asalto y la vicepresidencia es el penúltimo peldaño.

Iglesias y Errejón celebran la investidura de Sánchez con un apretón de manos

Solo han pasado seis años desde que el líder de Podemos se inventó un partido prometiendo a sus votantes que sí se podía, y vaya si pudo. Ahí está, de vicepresidente del Gobierno en coalición con el mismo partido al que acusó de tener el pasado manchado de cal viva. El Podemos actual, sin embargo, ha cambiado mucho. O al menos, se esfuerza en que lo parezca. Ahora, los republicanos del morado en las banderas reivindican hasta la monarquía. Quién le iba a decir al Unidos Podemos que todavía se escribía con la ‘o’, aquel que jaleaba a los de Rodea el Congreso en la investidura de Rajoy, que Iglesias acabaría defendiendo la legitimidad democrática de los Borbones en el hemiciclo (y quién le iba a decir al Rey que eso sucedería mientras el PSOE calla ante los insultos independentistas). Para alguien que sigue pensando que el de Waterloo es un 'exiliado', Iglesias ha logrado adoptar una pose bastante convincente de vicepresidente del Gobierno. Veremos si el cargo le queda o no tan grande como la chaqueta que vestía en el Congreso.

Para terminar de convencer a sus señorías de que le apoyaran, Pedro Sánchez salió a la tribuna a decir que España no podía estar “ni un día más” sin Gobierno. Después de casi un año entero en funciones y una repetición electoral inútil (en julio, ERC le hubiera dado su apoyo a la coalición con Podemos sin pedirle nada a cambio), le habían entrado las prisas. Dirá Sánchez que si Podemos iba a conformarse con ministerios florero, ya podría haberlos aceptado entonces. El poder tiene razones que la razón no entiende. No sé si esto también lo diría Azaña.

Foto: El líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias. (EFE) Opinión
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Además de para investir a Sánchez, la jornada sirvió para reconfirmar algo que ya deducíamos de las dos primeras sesiones: que a ERC “le importa un comino” la gobernabilidad de España y que al nuevo Gobierno de España le importa un comino que ERC los llame “verdugos” con tal de tener su apoyo. Otra cosa es que cumpla con ellos lo que les ha prometido. El consuelo de una gran parte de los votantes socialistas es que Sánchez logre engañar a sus nuevos socios igual que antes los engañó a ellos cuando les prometió que no pactaría con los independentistas ni haría vicepresidente a Iglesias. Qué difícil debe de ser aplaudir a la vez que uno se tapa la nariz.

Tampoco pueden estar muy sorprendidos los socialistas. Al fin y al cabo, ni siquiera los votantes de Sánchez se fiaban de él antes de la repetición electoral. En septiembre, un 40% de su electorado reconocía que el candidato socialista le despertaba "poca" o "ninguna" confianza pese a haberlo votado en abril, según el CIS. Cómo sería la alternativa para que volviera a ganar las elecciones con siete millones de votos en noviembre (700.000 menos que en abril).

Hay relaciones que cuesta imaginarse que puedan salir bien, aunque no por ello les falta el apoyo entusiasta de quienes no quieren perderse la fiesta

Si no lo hacen ni sus votantes, normal que Pablo no se fíe de Pedro. Ni Pedro de Pablo. Ellos mismos explicaron insistentemente las razones de su desconfianza durante la campaña electoral a la que los condujo aquella incapacidad de entonces para quererse. Por mucha reconciliación que escenifiquen, no todo se olvida con los abrazos.

Hay relaciones que cuesta imaginarse que puedan salir bien, aunque no por ello les falta el apoyo entusiasta de quienes no quieren perderse la fiesta. De momento, más que celebrar que están juntos en esto, ambos celebran haber llegado. Pedro Sánchez ya es presidente de Gobierno. Pablo Iglesias, su pareja actual.

Siempre es arriesgado poner verde al ex de un amigo, no sea que la pareja se reconcilie y luego haya que tragarse entre sonrisas incómodas aquellas confesiones sobre lo mal que nos caía. Reconocer con desahogo que alguien nos parece un cretino tiene luego difícil marcha atrás. Mayor desparpajo para desdecirse ejercen siempre los enamorados cuando vuelven a juntarse. Y a Pedro y a Pablo, como a tantas parejas que antes de quererse se odiaron, no les puede dar más igual las cosas terribles que se decían el uno al otro antes de sellar su amor. El suyo, el de Pablo y Pedro, no se trata de amor mutuo. Lo suyo es amor al poder. Pero amor, al fin y al cabo.

Pedro Sánchez