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Los partidos en España tienen menos controles que una comunidad de vecinos
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Marta García Aller

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Los partidos en España tienen menos controles que una comunidad de vecinos

El caso Kitchen investiga la corrupción institucional desde el Gobierno para tapar la corrupción de la caja B del PP. Es corrupción al cuadrado. Pero a Casado le parece que son “tiempos muy pasados”

Foto: Pleno del Congreso de los Diputados. (EFE)
Pleno del Congreso de los Diputados. (EFE)
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El PP protagonizó entre 2011 y 2015 “la mayor regeneración contra la corrupción” de la historia de España. Eso al menos es lo que decía Pablo Casado de su partido cuando era diputado por Ávila. Puede incluso que lo pensara de verdad. Ya no lo dice, claro. Las últimas revelaciones de la operación Kitchen dejan al descubierto claros indicios de corrupción institucional en aquella legislatura que a Casado no hace mucho le parecía el colmo de la ejemplaridad, y que no debió de serlo tanto si puede acabar con dos exministros de su Gobierno y el propio expresidente Rajoy en el banquillo.

El caso Kitchen investiga la corrupción institucional desde el Gobierno para tapar la corrupción de la caja B del PP. Es corrupción al cuadrado. Pero a Casado le parece ahora que aquellos son “tiempos muy pasados” y que entonces él no era más “que un diputado por Ávila”. Lo dice como si no pudiera haber un lugar más insignificante y remoto que esa tierra que es la suya, como si en vez de por Ávila su escaño hubiera estado en Babia. Insiste en que no tenía “ninguna responsabilidad”, pero ya tenía por entonces un cargo en el partido. Casado era en 2015 vicesecretario de Comunicación del PP. Como tal, se recorría los platós y las ferias de ganado de Valladolid defendiendo la ejemplaridad del partido en plena Gürtel. Lo hacía por la misma razón que el que fuera número dos de Interior, Francisco Martínez, asegura ahora que organizó el dispositivo policial para espiar a Bárcenas con cargo a fondos reservados. Órdenes de mandos políticos del PP.

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Esa es precisamente la raíz del problema de corrupción de los partidos políticos en España. Damos por hecho que la única manera de prosperar en un partido político en España es con la debida lealtad a los que mandan en él, arrimándose al poder orgánico, no cuestionándolo, ni mucho menos vigilándolo. Obedeciendo para prosperar.

Es la perversión de un sistema ideado en la Transición para dar estabilidad a las instituciones y que, al blindar los órganos ejecutivos de los partidos, ha acabado abocándolos a una endogamia que alimenta la corrupción interna en vez de perseguirla.

Los partidos en España tienen menos obligaciones de rendir cuentas que una comunidad de vecinos, una cooperativa o una empresa. Lo explican con detalle los sociólogos José Antonio Gómez Yáñez y Joan Navarro en su libro 'Desprivatizar los partidos', en el que diagnostican que buena parte de los problemas de nuestra democracia radica en la falta de mecanismos de transparencia y control de estas organizaciones que articulan la vida política en España.

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Las cúpulas de los partidos solo dependen de sus regulaciones internas, que cada dirección reinterpreta libremente porque solo rinde cuentas ante sí misma. A diferencia de lo que pasa en países como Alemania, Finlandia y Estados Unidos, en España los partidos se autoorganizan, reducen a su antojo los sistemas de control y ahogan la pluralidad interna. Tienen una de las regulaciones más laxas en lo relativo a su organización y prácticamente inexistentes en lo relativo a la selección de cargos internos y candidatos a cargos públicos. Gómez Yáñez y Navarro contabilizan hasta 100.000 nombramientos a dedo que cada cuatro años dependen de quién gobierne.

La venganza de los ‘ex

Convertidos en agencias de colocación, la posibilidad de discrepar dentro de los partidos es nula en la práctica. De ahí que su actividad política cotidiana no incluya auditar sus propias organizaciones. De eso solo se encargan los medios y el sistema judicial, que son los encargados de destapar los escándalos de los partidos sistemáticamente. O los ‘ex’ sin nada que perder.

Con este sistema de partidos que tenemos, tan endogámico y poco transparente, no es de extrañar que los que tiran de la manta sean siempre los 'ex'. El PP tenía desde hace años tirando de la manta al extesorero Bárcenas, y ahora se le suma al club de despechados el exsecretario de Estado de Seguridad Francisco Martínez, porque el partido le ha “dejado tirado” tras su implicación en la Kitchen (cuyo fin era tapar con otra manta de espionaje la manta de Bárcenas). Pero no son estos los únicos ‘ex’ agitando los fantasmas de corruptelas internas.

Foto: El presidente y líder del Partido Popular, Pablo Casado. (EFE)

También Podemos tiene su propio escándalo con el que fuera abogado de la formación, José Manuel Calvente, que acusa al partido de un supuesto delito de malversación de caudales públicos. En Podemos, como ya hicieran en el PP, aseguran que todo es mentira y se consideran víctimas de una condena mediática. También lo hizo el PSOE con el escándalo de los ERE.

Lo que todos estos casos tienen en común, salvando las distancias procesales, es que en ellos los afiliados de los partidos están desprotegidos. En vez de crear verdaderas comisiones independientes que investiguen si internamente ha habido malas prácticas, le encargan a un meritorio que se ponga ante los micros para asegurar que “el partido no tiene nada que esconder”.

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Esa era una de las misiones de Pablo Casado, hace muchos, muchos años, lo menos cinco: comparecer en Génova tras las reuniones del Comité de Dirección para tratar de quitar hierro a las informaciones del caso Bárcenas. Ya le resultaban, también entonces, historia antigua. Puede que aquel diputado por Ávila que acabaría al frente del partido no supiera que la cúpula de entonces tenía, según el informe de la Fiscalía, un dispositivo policial para destruir las pruebas con las que el extesorero del partido podía incriminar a sus jefes. Puede que desconociera los presuntos tejemanejes de los ministros Fernández Díaz y Cospedal pagados con fondos reservados para proteger el partido. Al fin y al cabo, ¿qué iba a saber él? Si no era más que un diputado por Ávila.

Tan normal parece en la vida política española alegar que un diputado raso no tenga que hacerse responsable de lo que dice y hace, ni tenga por qué saber si es cierta o no la honradez de su partido cuando la pregona, que lo que debería ser un problema bochornoso le sirve a Casado de coartada para desmarcarse del fango de la Kitchen. Y como la discusión política suele acabar consistiendo en demostrar que el partido rival es más delincuente que el propio, la mejor noticia para Casado es que el suyo no es el único partido bajo sospecha.

Entristece, pero no sorprende, que entre las prioridades de los políticos, en cuanto llegan al poder, nunca esté reformar la Ley de Partidos para aumentar los mecanismos de control y transparencia que garanticen la verdadera regeneración.

El PP protagonizó entre 2011 y 2015 “la mayor regeneración contra la corrupción” de la historia de España. Eso al menos es lo que decía Pablo Casado de su partido cuando era diputado por Ávila. Puede incluso que lo pensara de verdad. Ya no lo dice, claro. Las últimas revelaciones de la operación Kitchen dejan al descubierto claros indicios de corrupción institucional en aquella legislatura que a Casado no hace mucho le parecía el colmo de la ejemplaridad, y que no debió de serlo tanto si puede acabar con dos exministros de su Gobierno y el propio expresidente Rajoy en el banquillo.

Pablo Casado Luis Bárcenas