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Marta García Aller

Segundo Párrafo

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España como ejemplo (de lo que no hay que hacer)

Si el canario fuera un poco más espabilado, sabría que a medida que avanza en la mina no está para dar lecciones a los que vienen detrás, sino para aprender de ellos

Foto: Una trabajadora municipal desinfecta las proximidades de un parque infantil clausurado en la localidad madrileña de Alcobendas. (EFE)
Una trabajadora municipal desinfecta las proximidades de un parque infantil clausurado en la localidad madrileña de Alcobendas. (EFE)
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Que el Gobierno de España se quiera poner de ejemplo de gestión de la pandemia en Europa es tan penoso como ver al de Madrid, la región con peores indicadores de toda la UE, aspirando a dar lecciones de buenas prácticas al resto de España. La ministra de Exteriores afirmaba este domingo en una entrevista a El Confidencial que sus homólogos de otros países la llaman preguntándole “qué estamos haciendo”. Presentaba nuestra gravísima situación actual con un orgullo desconcertante, como si fuéramos una especie de avanzadilla mejor informada de lo que le espera este otoño al resto de Europa. “Somos el canario en la mina”, afirmaba González Laya, como buscando exculparse en la inevitabilidad del desastre. Con su metáfora aviar, sin embargo, más bien reconoce que España es un detector del camino equivocado. Si siete de las 10 regiones europeas con más contagios de covid-19 siguen siendo españolas, es probable que muchos de los que llaman al Gobierno español para preguntarle qué ha hecho en estos meses quieran tomar nota, sí, pero para apresurarse en hacer exactamente lo contrario.

Es verdad que Europa mira a España con atención. 'Il Corriere della Sera' nos describe como víctimas de “la gran relajación” que aceleró los contagios este verano. No tanto por el comportamiento de los ciudadanos durante las vacaciones, como por la temeraria aceleración institucional de la reapertura. Hasta la propia González Laya reconoce que si en España el índice de contagios es más elevado es porque “abrimos antes que otros”. El motivo fue tratar de salvar el verano en lo económico, subestimando el riesgo de hundir más el país en la segunda ola si volvía con fuerza la pandemia en otoño. Se perdió un tiempo precioso sin marcar un camino claro para el fortalecimiento de los servicios esenciales, en manos de las comunidades autónomas.

Laya reconoce que España es un detector del camino equivocado. Siete de las 10 regiones europeas con covid son españolas

La precipitación en la desescalada, sumada a la falta de médicos y de rastreo, es uno de los errores cometidos en España. He ahí la inspiración de lo que no hay que hacer en una pandemia si no se quiere encabezar el 'ranking' de nuevos contagios. Es solo un análisis preliminar, claro, ya que seguimos sin tener nada parecido al examen independiente de la gestión del covid-19, como urgía al Gobierno español un grupo de 150 científicos en la revista 'The Lancet' a principios de agosto. Para evitar repetir errores, decían estos, es importante detectar cuáles son los cometidos hasta ahora. Un triunfalismo ingenuo se impuso entre la dejadez, la falta de liderazgo y de autocrítica. Y así es como hemos llegado sin tener claros los errores a segundo de pandemia siendo, de nuevo, los peores de la clase.

El ministro de Sanidad, últimamente más ocupado en escenificar su enfrentamiento político con Madrid que en auditar sus propios errores, no considera urgente un análisis concienzudo de los errores cometidos. Ya si eso, cuando pase la pandemia. Su Gobierno prefiere últimamente aprovechar la oportunidad política que le brinda que sean tantos, y tan evidentes, los cometidos por la presidenta de la Comunidad de Madrid, para poner el foco en la capital. Y mientras predican de boquilla la urgencia de la unidad y ahondan 'de facto' en la confrontación, la pandemia avanza en toda España por deméritos propios.

De Madrid a la cresta de la ola

El enfrentamiento entre el Gobierno de Ayuso y el de Sánchez escenifica todo lo que va mal en la gestión de la pandemia en España. Por si González Laya hubiera pasado este punto por alto, tomen nota también nuestros vecinos de lo dañino de azuzar una gresca política en plena segunda ola. El 'Financial Times' también pone los gobiernos de Sánchez y Ayuso como ejemplo de cómo las disputas políticas entre el Gobierno y las regiones obstaculizan la respuesta al coronavirus. También lo destaca 'The Guardian'. No puede ser casualidad que la región con más contagios de Europa, 722 por cada 100.000 habitantes, sea también escenario de semejante mezcla letal de incoherencia e ineptitud.

Veamos algunos ejemplos de lo que no hay que hacer. Mientras la Puerta del Sol no ve sentido en implantar un mismo criterio de confinamientos para toda la comunidad, exige a Moncloa un mismo baremo para toda España. A su vez, el Gobierno de Sánchez quiere que los confinamientos se apliquen sin distinción a todas las poblaciones madrileñas que registren más de 500 contagios por cada 100.000 habitantes, sin aclarar de dónde se saca ese criterio ni, si tan conveniente es, por qué no se aplica en el resto del país. A Ayuso le indigna que el Gobierno quiera imponer en Madrid un baremo especial, justo una semana después de haber afirmado que “tratar a Madrid como al resto de las comunidades es muy injusto”. Y la comunidad se planta con un órdago a Moncloa en el que se compromete a cumplir el criterio de 500 x 100.000 si, y solo si, se extiende forzosamente ese filtro al resto del país, de lo que se deduce que no lo cumpliría porque lo considere bueno para los madrileños, sino por ganar un pulso político. Entre tanto, Illa ha desautorizado públicamente al Gobierno madrileño, al tiempo que reivindica que la unidad es fundamental y lleva semanas prometiendo que respetaría lo que cada comunidad decida. Igual que los espacios cerrados, la falta de coordinación también beneficia el avance del virus. Madrid ya tiene el 40% de las camas UCI ocupadas por pacientes covid.

placeholder Manifestación en Vallecas por las medidas de restricción aplicadas por Ayuso. (Reuters)
Manifestación en Vallecas por las medidas de restricción aplicadas por Ayuso. (Reuters)

Tampoco es España el único país en el que el Gobierno central colisiona con las administraciones locales. En Francia, otro de los países donde la segunda ola avanza con más fuerza, las desavenencias políticas entorpecen la gestión. Después de haber delegado en los alcaldes y las regiones la libertad de tomar las decisiones epidémicas, Macron ha decidido imponer nuevos cierres en Marsella, enfrentándose al Gobierno de la ciudad y politizando unas medidas cuya eficacia se ve debilitada por la división de criterios. Si los ministros de Exteriores quisieran hacer una puesta en común, verían que Francia comparte otros errores con España, como lo mucho que tardan en llegar los resultados de los test. Esto dificulta en el momento más delicado un seguimiento de la infección que permite que se extienda el virus más rápidamente.

En Holanda, otro de los países europeos en que más fuerte está pegando la segunda ola de la pandemia, con 142 casos de media por cada 100.000 habitantes, también hay epidemiólogos reclamando un enfoque nacional de la respuesta a la pandemia, en lugar del regional que mantiene el Ejecutivo holandés. Denuncian que desde los grandes núcleos urbanos como Ámsterdam (que duplica la media de contagios del país) se está extendiendo el virus “como una fuga de gas” al resto del país, porque hay demasiado movimiento para que las medidas locales sean efectivas.

Lo que el canario debería aprender

No es la descentralización la culpable de los malos resultados, ni la dependencia del turismo la excusa para todo. También el Gobierno croata y el griego optaron por salvar el verano, ya que el turismo es más de una quinta parte de su PIB. Sin embargo, aún no tienen ninguna de sus regiones entre las 20 con más contagios de Europa, aunque también están ya en alerta por el rápido avance del coronavirus.

En Alemania, también hay diferentes medidas según los 'Lander' que pueden parecer contradictorias. En Múnich, se ha decretado la obligación de usar mascarillas en todos los espacios públicos, pero en Berlín, solo en el transporte. Las medidas restrictivas varían de una región a otra, pero el Gobierno de Merkel impuso desde el primer momento un baremo común a todo el país que les ayuda a mantener un mismo criterio con transparencia, lo que evita la sensación de arbitrariedad de que se quejan en Madrid y Marsella. En Alemania, los confinamientos se imponen cuando la tasa de contagio sobrepasa los 50 positivos por cada 100.000 habitantes. Así, no son los alcaldes ni las autoridades federales quienes deciden la gravedad de sus brotes, sino un criterio común al que no tienen más remedio que atenerse.

No es la descentralización la culpable de los malos resultados, ni la dependencia del turismo la excusa para todo

En Dinamarca, uno de los países que mejor gestionaron la primera ola, en cuanto su tasa de contagio ha superado el umbral de los 100 contagios por 100.000 habitantes, la primera ministra ha anunciado que extiende las restricciones que ya había impuesto en Copenhague al resto del país. Mette Frederiksen ha pedido a la población teletrabajar siempre y cuando sea posible y restringir al máximo el contacto social, así como evitar el uso del transporte público a hora punta, además de cerrar todos los restaurantes, las cafeterías y los 'pubs' a las 22:00 en todo el país durante 15 días.

En otro de los países que mejor han contenido los contagios, Finlandia, los expertos destacan como parte de la clave de su éxito que el país tuviera unos protocolos actualizados periódicamente, lo que les ha llevado a una menor improvisación. Además, su primera ministra, Sanna Marin, ha sido firme y creativa al comunicar algunas de las medidas contratando, por ejemplo, a 1.500 'influencers' encargados de difundir las medidas de prevención entre los jóvenes para concienciarlos en vez de demonizarlos.

Ninguna de estas medidas por separado, claro, puede arreglar el marasmo de confusión y la falta de liderazgo político en que se encuentra España en general, y Madrid en particular, ante la segunda ola de la pandemia. De ahí que urja acelerar esa auditoría científica e independiente, cuya autoridad reconozcan todos los partidos, que analice todos los errores cometidos, tanto por el Gobierno central como por las autonomías. Es el primer paso para incorporar el aprendizaje que han hecho otros países que mantienen la segunda ola mejor controlada que en España. Seguramente sea más útil aprender de ellos antes de andar dando lecciones fuera. Si el canario de la mina fuera un poco más espabilado, sabría que a medida que avanza en la cueva, no está para dar lecciones a los que vienen detrás, sino para aprender de los que más papeletas tienen para salir vivos de esta.

Que el Gobierno de España se quiera poner de ejemplo de gestión de la pandemia en Europa es tan penoso como ver al de Madrid, la región con peores indicadores de toda la UE, aspirando a dar lecciones de buenas prácticas al resto de España. La ministra de Exteriores afirmaba este domingo en una entrevista a El Confidencial que sus homólogos de otros países la llaman preguntándole “qué estamos haciendo”. Presentaba nuestra gravísima situación actual con un orgullo desconcertante, como si fuéramos una especie de avanzadilla mejor informada de lo que le espera este otoño al resto de Europa. “Somos el canario en la mina”, afirmaba González Laya, como buscando exculparse en la inevitabilidad del desastre. Con su metáfora aviar, sin embargo, más bien reconoce que España es un detector del camino equivocado. Si siete de las 10 regiones europeas con más contagios de covid-19 siguen siendo españolas, es probable que muchos de los que llaman al Gobierno español para preguntarle qué ha hecho en estos meses quieran tomar nota, sí, pero para apresurarse en hacer exactamente lo contrario.

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