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Cuando Pablo Iglesias apostó una cena con Otegi
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Marta García Aller

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Cuando Pablo Iglesias apostó una cena con Otegi

Pablo Iglesias se jugó una cena con Otegi a que fijo esta vez sí que entraría en un Gobierno de coalición con el PSOE

Foto: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. (Reuters)
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. (Reuters)

Una semana antes de las elecciones de las que se acaba de cumplir un año, Pablo Iglesias se jugó una cena con Otegi a que fijo esta vez sí que entraría en un Gobierno de coalición con el PSOE.

—¿Coalición? Sí, hombre —le dijo incrédulo el coordinador de Bildu al líder de Podemos—. Lo lógico es que firmen un pacto de Estado PSOE y PP.

—Hazme caso, Arnaldo —respondió al teléfono Iglesias—. Si los números salen como creemos, no van a tener más remedio.

—Me juego lo que quieras a que, antes de gobernar con vosotros, el PSOE pacta con el PP.

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Iglesias se podía haber jugado con el exportavoz de Batasuna, qué sé yo, que Bildu condenara públicamente los atentados de ETA. Pero no. Se jugó una cena. Y el que pronto se convertiría en vicepresidente del primer Gobierno de coalición de la democracia, efectivamente, la ganó. Si ya han cenado juntos o no para celebrar su entrada en el Gobierno ya no lo cuentan María Llapart y José Enrique Monrosi, los periodistas que recogen esta conversación entre Iglesias y Otegi en su reciente libro 'La coalición frente a la pandemia' (Península, 2020). En él, reconstruyen, a partir de decenas de entrevistas con el entorno de los protagonistas, cómo Sánchez e Iglesias pasaron de no dirigirse la palabra a gobernar juntos.

Cuando no le quedó otro remedio para mantenerse en el poder, porque tras la repetición electoral la alternativa con Cs se había esfumado, Sánchez se tragó todos los vetos y ofreció a Iglesias lo que en verano le había negado. Eso que en campaña prometió a sus votantes que nunca haría: un Gobierno de coalición con Podemos. PSOE y UP habían perdido casi un millón y medio de votos entre los dos (siete escaños los morados y tres los socialistas), pero seguían siendo la única suma capaz de gobernar (aunque, a diferencia del verano, ya no bastaba).

No hace tanto que este pacto UP-PSOE le parecía imposible hasta a Otegi. Recordarlo ayuda a poner en perspectiva todo a lo que nos hemos acabado acostumbrando. No solo pactar, sentarse siquiera con Bildu a negociar también era tabú para aquel otro PSOE anterior al 10-N.

Foto: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se abrazan tras firmar el preacuerdo para el Gobierno de coalición, este 12 de noviembre. (EFE)

Esa misma noche electoral, Iglesias mandó un mensaje a Sánchez felicitándolo por la victoria. Sánchez no le respondió, como no respondió a Pablo Casado, que también esa noche lo llamó para felicitarle. Tampoco fue el presidente quien a la mañana siguiente cogió el teléfono para pedirle personalmente al líder de Podemos que se reuniera con él. Fue Iván Redondo quien se encargó de invitar a Iglesias a Moncloa, donde el presidente le ofreció un café y una vicepresidencia, sin siquiera consultarlo antes en la ejecutiva federal del PSOE. Tampoco Sánchez consultó con Iglesias qué le parecía que en vez de una o dos vicepresidencias, el nuevo Gobierno se estrenara con cuatro para diluir su perfil.

Más allá de haberse dejado moño e incorporado la corbata a sus comparecencias con naturalidad, parece que Moncloa ha cambiado más a Iglesias que viceversa. Y a los retos de la Agenda 2030, de la que se supone se encarga su vicepresidencia, no les hacen mucho caso ni el vicepresidente ni su secretaria de Estado, Ione Belarra. Puede que en parte por lo ocupado que han tenido al líder de Podemos asuntos judiciales como la causa abierta por los indicios de delitos de revelación de secretos y daños informáticos del caso de su exasesora Dina Bousselham.

La agenda que más le preocupa al ministro de la Agenda 2030 es que su partido no se diluya y tenga perfil propio en las decisiones de gobierno o, al menos, que lo parezca. Esto último le funciona mejor que lo primero. Uno de los momentos clave de la legislatura para determinar la verdadera impronta de Iglesias en el Gobierno depende de la huella que deje en los tardíos Presupuestos que por fin, un año después de las elecciones, llegan al Congreso. De momento, es menor de lo que les gusta presumir.

Foto: Pablo Iglesias, vicepresidente segundo del Gobierno. (El Herrero)

De subir los impuestos a quienes cobrasen más de 130.000 euros, como prometían en enero, ahora el aumento está en un par de puntos de IRPF a los que ingresen 300.000 euros anuales. No parece que con esto baste para que el miedo cambie de bando. Tampoco tiembla la banca, que pese a la insistencia del vicepresidente del Gobierno de convertir Bankia en una banca pública, está en plena fusión con CaixaBank. Operación de la que ni Pedro Sánchez ni la vicepresidenta Nadia Calviño informaron, por cierto, a Iglesias, mientras se fraguaba. Eso sí, luego ambos han podido contar con el líder de Podemos, el de la casta y el 'tramabús', para hacerse la foto con los banqueros y demás mandamases del Ibex a final del verano. Cuando Sánchez los convocó para aplaudirle en aquella conferencia en la que inauguraba la cantinela de la resiliencia para la temporada otoño-invierno, Iglesias aplaudía junto a Fainé.

Tampoco ha conseguido Iglesias hacerse con el tanto del ingreso mínimo vital por el que tanto ha peleado en los medios. Al depender del ministerio de José Luis Escrivá, es el ministro de Seguridad Social quien se ha encargado de explicarlo y tramitarlo. Y teniendo en cuenta lo mucho que urge y lo tarde que está llegando, el propio Gobierno estima que el 80% de las solicitudes está aún sin tramitar por complicaciones burocráticas, tampoco es que sea un tema del que presumir mucho últimamente. Sin embargo, tanto en la subida del salario mínimo como en la negociación de los ERTE y ahora las políticas activas de empleo, Podemos sí que ha logrado anotarse un tanto. Solo que no es Iglesias, sino la ministra Yolanda Díaz, quien se lo apunta. Ella es el cargo de Podemos mejor valorado en el Gobierno, según el último CIS.

Foto: Pablo Iglesias en la clausura del acto Samuradipen en julio. (EFE) Opinión
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Entre las grandes banderas políticas económicas que Podemos llevaba en su programa electoral, e Iglesias impuso como imprescindibles durante aquel café en Moncloa en el que negoció su vicepresidencia, queda también la intervención del mercado de alquileres, que se negociará en la nueva ley de vivienda. Veremos en qué queda su tramitación en el Congreso, pero de momento sabemos que serán las comunidades autónomas las que establezcan los precios y además el Gobierno planea que queden excluidos de la limitación de alquileres los pequeños propietarios (que suponen cerca del 90% de la oferta).

Los Presupuestos más sociales de la democracia, que es como los llama este Gobierno (igualito que los anteriores a los suyos), va a ser difícil que convenzan a los ciudadanos de que suponen el fin de la austeridad en plena debacle económica creada por la pandemia. Ni está claro que con los 70.000 millones que enchufará Bruselas sea suficiente para tapar todos los agujeros de una segunda ola más grave de lo que se previó.

Estaba convencido de que tendría suficiente poder para cambiar España con sus propuestas. Si hubiera apostado la cena a esto último, habría perdido

Puede que en la Casa Real estén más preocupados que en Moncloa por tener a un republicano tan militante de su causa en el Gobierno. Pero el rey Felipe debe de estar demasiado preocupado con el sabotaje en propia puerta que su padre está haciendo a la Corona como para preocuparse por los desplantes, de momento más simbólicos que otra cosa, que hace a la monarquía el partido del vicepresidente. Ni siquiera Pedro Sánchez le informó este verano de la salida de España del rey Juan Carlos que se estaba preparando, algo que Iglesias reconoció en una entrevista que le enfadó mucho. Ese mismo día, aseguró que unos PGE con Ciudadanos eran “inviables”. También en eso Podemos está reculando. Ya no dice aquello de “si pacta los Presupuestos con Cs, que no cuente con nosotros”. En realidad, hace semanas que el PSOE estaba negociando con Arrimadas sin informar del plan a su socio de gobierno hasta la recta final.

Cuando hace justo un año Iglesias salió de tomarse el café con Sánchez, ganó una cena y una vicepresidencia. No solo estaba convencido de que entraría en el Gobierno de coalición, también de que tendría suficiente poder para cambiar España por completo con sus propuestas políticas. Si hubiera apostado la cena a esto último, sin embargo, habría perdido. Al menos, de momento.

Una semana antes de las elecciones de las que se acaba de cumplir un año, Pablo Iglesias se jugó una cena con Otegi a que fijo esta vez sí que entraría en un Gobierno de coalición con el PSOE.

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