Segundo Párrafo
Por
El rey Juan Carlos y esa Transición de la que usted me habla
El problema de haber utilizado tantos años a la persona para justificar la institución es que ahora no es fácil poner la institución a salvo del descrédito de la persona
El secretario de Cultura de Reino Unido, Oliver Dowden, ha pedido a Netflix que especifique al inicio de la serie 'The Crown' sobre la monarquía británica que se trata de una obra de ficción. "Sin esto, me temo que una generación de espectadores que no vivió estos eventos puede confundir la ficción con la realidad", argumentaba el político británico. Cabe preguntarse, puestos a ignorar el acceso que a una mala las nuevas generaciones tienen de Wikipedia, si los españoles no necesitaríamos una advertencia similar con tantas biografías complacientes con la monarquía española y demás relatos edulcorados del rey Juan Carlos. Aunque no está claro en nuestro caso qué generación necesitaría más esa aclaración.
Hay quienes creen defender la monarquía reivindicando solo las luces del reinado del emérito, como si invocar la Transición sirviera de sortilegio que tapa todos los escándalos que se le van amontonando. Que el rey Juan Carlos ocultó a Hacienda ingresos millonarios de empresarios a cambio de no se sabe muy bien qué… ¡Transición! Que el emérito creó fundaciones y cuentas suizas para ocultar su patrimonio… ¡Transición! Tal vez estos defensores a ultranza del monarca confundan inviolabilidad con invisibilidad, porque el truco ya no funciona. Ignoran los últimos juancarlistas, incluso ahora que el monarca está siendo investigado por la Justicia, que la presunción de inocencia no sirve de salvoconducto moral. Negarse a criticar los errores del Rey emérito solo aumentará el descrédito de lo que de justo tendría la alabanza. Flaco favor tanto a la Corona como a la Constitución.
Entre los biógrafos de Juan Carlos I, a menudo amigos suyos, hace años que cundía el temor de que quienes no vivimos la Transición, las nuevas generaciones, ignorásemos la importancia que su figura tuvo en la gestación de la democracia. Tanto temían que los jóvenes traicionaran la monarquía con su desmemoria, que no se dieron cuenta de que era Juan Carlos I quien traicionaba la confianza de los juancarlistas, que durante tantos años miraron para otro lado creyendo protegerlo con su desmemoria selectiva. Tanto se invocaba su importante labor en aquellos años setenta y ochenta para tapar sus deslices que hasta el propio monarca se lo tomó como una especie de bula real.
En 1996, el 66% de españoles se declaraba en las encuestas a favor de la monarquía, frente al 13% de republicanos. Solo 15 años más tarde, en 2011, el porcentaje bajaba al 49% de monárquicos y el 37% de republicanos. Lo más preocupante para la Casa Real, señalaba Paul Preston en su biografía de Juan Carlos I, actualizada antes de la abdicación, era que entre los menores de 35 años había ya un empate al 45%. Entre aquellos jóvenes, que una década más tarde ya somos cuarentones, dejaba de encajar la idea de que España era más juancarlista que monárquica. Al no recordar la Transición, destacaba Preston, las nuevas generaciones no recordábamos las gestas de don Juan Carlos en sus años de heroísmo y, por tanto, el temor era que no comprenderíamos la utilidad de la monarquía.
El problema de haber utilizado tantos años a la persona para justificar la institución es que ahora no es fácil poner la institución a salvo del descrédito de la persona que la encarnó durante cuatro décadas. Será tarea de Felipe VI restaurar la confianza en una institución que su padre malversó. Si lo logra, tendrá su propia épica con la que los biógrafos monárquicos del futuro afearán a las nuevas generaciones no saber lo mucho que le deben a su Rey. Pero el nuevo monarca no va a tenerlo fácil en estos tiempos en que no está muy clara cuánta ayuda para lograrlo va a recibir del Gobierno, teniendo en cuenta que la parte morada de la coalición trabaja abiertamente contra la Corona.
Sería un buen comienzo para fortalecer la jefatura del Estado aprender de los errores de su predecesor en el cargo, al que le faltaron transparencia y rendición de cuentas. Y si la figura del rey Juan Carlos ha ido perdiendo apoyo, no tiene tanto que ver con la desmemoria de las nuevas generaciones, por no haber vivido los valores y sacrificios de la Transición, como con la toma de conciencia de esa parte de la historia de su reinado que hasta ahora se había obviado. Ahora sabemos que el rey Juan Carlos ha ido amasando con los años una fortuna opaca de la que hasta se desentiende su propio hijo. Ahora sabemos que es sospechoso de haber cobrado comisiones por los contratos que se supone ayudaba a negociar por el bien de España, no por el de su bolsillo. Ahora sabemos que el Rey escondía a Hacienda los regalos millonarios que recibía de empresarios y potencias extranjeras, como las dictaduras árabes, por favores que podrían haber sido realizados en el ejercicio de su cargo. Difícilmente se puede considerar todo esto asuntos de su vida privada.
Sin embargo, poder criticar a Juan Carlos I por sus errores no es sino un triunfo de la democracia española. Y se puede hacer desde la lealtad constitucional. En el siglo XXI, se exige a la jefatura del Estado un nivel de ejemplaridad y transparencia que a finales del siglo XX se le perdonaba por miedo a que desestabilizara la democracia. El éxito de la Transición no puede seguir siendo una alfombra roja bajo la que tapar todos los 'business' juancarlistas. Difícilmente eso ayudará a fortalecer la institución monárquica, amenazada ahora tanto por quienes la desacreditan desde el propio Gobierno como por quienes la adulan ciegamente desde la oposición. Ni siquiera su propio hijo está dispuesto ya a hacer la vista gorda ante todos los escándalos de Juan Carlos I. Por encima de él está la Constitución. Es esta la que ha hecho posible que tengamos unas instituciones capaces de investigar al mismísimo Rey de España que ayudó a su gestación. Que ya no sea intocable es un éxito de la democracia española.
El secretario de Cultura de Reino Unido, Oliver Dowden, ha pedido a Netflix que especifique al inicio de la serie 'The Crown' sobre la monarquía británica que se trata de una obra de ficción. "Sin esto, me temo que una generación de espectadores que no vivió estos eventos puede confundir la ficción con la realidad", argumentaba el político británico. Cabe preguntarse, puestos a ignorar el acceso que a una mala las nuevas generaciones tienen de Wikipedia, si los españoles no necesitaríamos una advertencia similar con tantas biografías complacientes con la monarquía española y demás relatos edulcorados del rey Juan Carlos. Aunque no está claro en nuestro caso qué generación necesitaría más esa aclaración.