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El peligro de seguir por las redes sociales la nevada del siglo en Madrid
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Marta García Aller

Segundo Párrafo

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El peligro de seguir por las redes sociales la nevada del siglo en Madrid

Madrid era un paisaje feliz de niños retozando en la nieve, pero también el epicentro del desastre. Los buscadores de 'likes' no sabían si tuitear la belleza o la indignación

Foto: Un grupo de personas disfruta de la nieve en Madrid. (EFE)
Un grupo de personas disfruta de la nieve en Madrid. (EFE)
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Hasta que al asomarme a la ventana no vi a un esquiador descender mi calle deslizándose cuesta abajo sobre la nieve e impulsándose con los palos de esquí, no sabía si creerme la dimensión de la nevada que se comentaba en las redes sociales. Porque de todos es sabido que lo que hay en redes sociales es mejor no creérselo del todo, sobre todo cuando nos da la razón. Aunque a los algoritmos, como a las borrascas, lo mejor es no subestimarlos.

El fin de semana que no paró de nevar en Madrid, había nieve por todas partes. Nevaba todo el rato en el telediario, nevaba también en WhatsApp y nevaba en Instagram. Imagino que debe de haber sido un empacho para los que en otras partes de España no han sufrido el temporal Filomena. Los madrileños no necesitamos mucho impulso para creernos el centro del mundo peninsular. Pero si encima la capital se convierte en escenario de la nevada del siglo, cómo dudar entonces de que lo seamos. Madrid, kilómetro cero del temporal y de la información autorreferencial.

Harta de ver nevar en Madrid por todas partes, me puse del lado de la ventana en que hacía calor a ojear 'Madrid'. Es el título de un libro magnífico de 150 fotografías editado por La Fábrica, en inglés y en español, que inicialmente se editó pensando en que lo comprarían los turistas. Con tanto confinamiento por la pandemia, sin embargo, hemos sido los madrileños encerrados en casa los que de tanto echar de menos la ciudad ahí fuera hemos agotado la edición. En el prólogo, dice Antonio Muñoz Molina que Madrid es la ciudad de las historias a medias, del manga por hombro y del descampado, en la que "casi no hay más paisaje que el paisaje humano, que es el territorio privilegiado de la fotografía". Por no haber, en Madrid no hay un río importante que atraviese la ciudad para que se hiele en condiciones en caso de un temporal como este, ni puentes con rincones especialmente poéticos ni monumentales, como en otras capitales europeas. Tal vez por eso Madrid estaba más bella que nunca cuando este fin de semana desapareció bajo la gran nevada. Tras 30 horas nevando sin parar, solo cabía imaginarla. Hasta la Almudena estaba bonita.

Foto: Catedral de la Almudena (Carmen Castellón)

Ese Madrid mestizo, arremolinado y plebeyo, del que habla Muñoz Molina, se manifestaba en las fotos 'amateur' de la nevada que circulaban por las redes. Sin ton ni son se mezclaban lo bello, lo trágico y lo inverosímil. Había dinosaurios, soviets y soldados de 'Star Wars' (suponemos que disfrazados) paseando en pleno vendaval entre coches cubiertos de blanco, niños con trineos en Las Ventas, gente construyendo iglús en Atocha y hasta un muñeco de nieve con forma de Menina. No podían faltar, en Madrid no faltan nunca, un grupo de monjas (suponemos que no era un disfraz) jugando a tirarse bolas de nieve.

Seguir el temporal por Twitter, a diferencia de seguirlo por la calle, tenía la ventaja de que no se congelaban los pies al caminar sobre el manto de medio metro de nieve que dejó el temporal. Tenía otros peligros, claro. El mayor de todos era caer en la tentación de buscar el bando adecuado. En circunstancias tan excepcionales como estas, es especialmente confuso saber con qué indignarse. El temporal más intenso en la capital en los últimos 50 años trajo mucha confusión entre los comentaristas más alineados, porque no es fácil encontrar los culpables que Twitter necesita ante un fenómeno meteorológico. Tenían además el reto añadido de acusar de imprevisión a un Gobierno, el nacional o el regional, exculpando por lo mismo al de ideología contraria. No lo tenían fácil los buscadores de la confrontación, sobre todo cuando el ayuntamiento, el Gobierno regional y el central optaron por darse continuas muestras de apoyo. Será que cuando a todos les falla la previsión, mejor que parezca que no les falla a ninguno.

Así que Madrid era un paisaje feliz cubierto de helado de nata y niños retozando en la nieve, pero también el epicentro del desastre. La capital era una ciudad sitiada, con las carreteras y los servicios de emergencia paralizados en medio de la pandemia, con miles de árboles caídos, cornisas amenazando con aludes, parturientas desasistidas, y cientos de personas atrapadas en sus coches esperando un rescate que tardó más de 12 horas en llegar. Cualquier escena de felicidad compartida, de gente jugando con la nieve y bailando Alaska en la Puerta del Sol, pasaba de ser divertida a frívola, que viene de frío, en cuestión de segundos. De pronto alguien recordaba la pandemia, eclipsada por unas horas informativas, y se acababa la fiesta. En Madrid, dice Muñoz Molina, no hay escapatoria de lo real.

Foto: Un hombre esquía en la calle Mayor de Madrid, este sábado. (EFE)

Durante el temporal, en las redes sociales igual que en las teles, empezaron intercalando con cierta bipolaridad imágenes festivas con las llamadas a la responsabilidad. Nos pedían que nos quedáramos en casa a la vez que nos mostraban lo bien que se lo pasaba la gente jugando fuera. Pero a medida que avanzaba el fin de semana, cuando tras las nevadas llegaron las heladas, entendimos que el frío iba en serio; tras el jajajá de los trineos y los dinosaurios, cuando el colapso de la ciudad se hizo evidente no solo en las pantallas, también en los supermercados del barrio y las colas para el pan, se acabaron las risas y los vecinos empezaron a rascar los coches y las aceras.

Para los buscadores de 'likes', no ha sido fácil decidir si tuitear la belleza o la indignación, la solidaridad de la gente o la evidente falta de medios. Para los políticos, tampoco. Sus 'community managers' debieron dudar mucho si compartir escenas de sus líderes jugando a tirarse bolas con sus hijos o limpiando luego la nieve a palazos.

Ignacio Aguado, vicepresidente de la Comunidad de Madrid, salió el domingo a la puerta de su casa con una pala para pedirnos a los madrileños que hiciéramos lo propio. Limpiar las calles, se entiende. No posar con una. Muchos tuiteros se indignaron con él por pedir algo tan asombroso como colaboración ciudadana en medio de una tragedia, o tal vez por hacerlo con mocasines. Unas horas más tarde, Pablo Casado fue más allá. Él también sacó una pala, pero se puso a usarla. Estuvo echando palazos frente a varios centros de salud, al menos, durante los 39 segundos que dura el vídeo colgado por la cuenta en Twitter del partido. Varios dirigentes del PP aprovecharon entonces para reprochar en redes al presidente Sánchez haber estado desaparecido viernes y sábado, durante lo peor del temporal, y reaparecer el domingo en su 4x4 "para hacerse la foto de rigor". Las acusaciones cruzadas de postureo no tardaron en llegar, tampoco las discusiones de si las palas son liberales o socialdemócratas. Era cuestión de tiempo que los tuiteros en busca de bando encontraran su camino. El peligro de seguir la nevada del siglo por las redes sociales es creer que la política hay que hacerla para ellas, un riesgo que lamentablemente no desaparecerá cuando amaine el temporal.

Hasta que al asomarme a la ventana no vi a un esquiador descender mi calle deslizándose cuesta abajo sobre la nieve e impulsándose con los palos de esquí, no sabía si creerme la dimensión de la nevada que se comentaba en las redes sociales. Porque de todos es sabido que lo que hay en redes sociales es mejor no creérselo del todo, sobre todo cuando nos da la razón. Aunque a los algoritmos, como a las borrascas, lo mejor es no subestimarlos.

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