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El récord de Pablo Iglesias y los elefantes
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Marta García Aller

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El récord de Pablo Iglesias y los elefantes

En apenas siete años Iglesias está a tiempo de incumplir su compromiso con los votantes en tres parlamentos diferentes

Foto: El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias. (EFE)
El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias. (EFE)

En política se habla a menudo de elefantes. Lo mismo los metemos en una habitación para referirnos a un problema incómodo que los presentes tratan de ignorar deliberadamente por obvio que resulte que se convierte en metáfora de lo poderosas que son las palabras para implantar un tema en la opinión pública. Por más que intentemos no pensar en un elefante, solo mencionar la palabra 'elefante', como explica George Lakoff, crea un marco de grandes orejas y larga trompa del cual es imposible salir.

El elefante en la habitación de Iglesias, lo que más le incomoda y de lo que nunca habla por más que cada vez se haga más evidente, es que su partido se está desmoronando. Los partidarios de Iglesias explican su marcha como un acto de generosidad y presumen de que sacrifica su sillón en el Consejo de Ministros para salvar Madrid. Pero las encuestas, que son muy puñeteras, indican que lo que está intentando es salvar de su creciente irrelevancia política a su partido, que dada su simbiosis con él es como salvarse a sí mismo. Pablo Iglesias, como en aquel chiste sobre una eterna joven promesa que contaba Freud, tiene un futuro brillante detrás de sí.

De materializarse en las urnas el estado crítico de Podemos en la región en la que nació el 15-M y donde más estructura tienen los morados, qué no esperar en las demás. Adelantando su marcha y apuntando preventivamente a Yolanda Díaz como sucesora, que tiene mucha mejor valoración entre los votantes que él, anticipa la solución al problema que aún ni siquiera reconoce. Si anteponer los intereses de su partido a los del país es generoso, entonces su gesto sí que lo es.

Reconocer que Iglesias abandona el Gobierno de forma prematura para evitar 'in extremis' que Podemos se estrelle electoralmente en las elecciones del 4-M tendría menos épica que autodesignarse como salvador del fascismo. Normal que tengan tanta importancia los marcos narrativos. Ahí es donde entra en juego el otro elefante, ese de Lakoff en el que un político trata de que tengamos presente algo todo el rato porque es el enfoque del debate público que más favorable le resulta.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (c), junto a los vicepresidentes Carmen Calvo (i) y Pablo Iglesias. (EFE)

Para Iglesias, que recién llegado al Congreso ya citaba a Lakoff lo mismo que a Manu Chao, ese elefante en el que quiere que pensemos no es la gestión de la pandemia de la comunidad, porque si no a él le podrían pedir cuentas de la gestión del Gobierno del que ha formado parte hasta ayer. Su tema favorito es Ayuso y la amenaza de la ultraderecha, asunto tan útil electoralmente para Podemos como la amenaza del comunismo para Ayuso y Vox. Ese marco que quiere implantar Iglesias es un espejo del de la presidenta madrileña en campaña: Iglesias o Ayuso; Ayuso o Iglesias. Oigan, ¿y las políticas públicas?

Además de especialmente inútil en medio de la pandemia, es un marco falso. Ni siquiera el rival directo de la presidenta madrileña es el exvicepresidente, que representa al sexto partido de la Asamblea. Además, el enfrentamiento de Iglesias con Ayuso nace con fecha de caducidad. Con el mismo desparpajo que Iglesias renuncia a ser vicepresidente del Gobierno, por qué iba a satisfacerle una simple vicepresidencia regional y, menos aún, el papel de simple diputado raso en la Asamblea. No descartemos que sueñe con presentarse como eterna cabeza de lista de su partido, comunidad por comunidad, municipio por municipio, a lomos de Babieca, en todas las convocatorias electorales del país a las que concurra Podemos. Eso sí que sería llevar a un nuevo nivel el hiperliderazgo.

placeholder El exvicepresidente Pablo Iglesias. (EFE)
El exvicepresidente Pablo Iglesias. (EFE)

A Iglesias le gustan las elecciones, pero no se le dan bien los compromisos que adquiere en las urnas. Ha dado por terminado su trabajo en la coalición sin cumplir el tiempo previsto y, lo que más debería indignar a sus votantes, sin pelear porque se cumplan los compromisos electorales a los que se comprometió con ellos. No es novedad. Tampoco aguantó la legislatura que hace seis años empezó como eurodiputado. Solo tres meses estuvo en Bruselas antes de ponerse a preparar otra candidatura electoral, entonces a sus primeras elecciones generales. Antes buscaba un ascenso, ahora se escapa cuesta abajo convertirse en diputado autonómico. En apenas siete años Iglesias está a tiempo de incumplir su compromiso con los votantes en tres cámaras diferentes. Todo un récord en deserciones.

A fin de cuentas, Iglesias se va del Gobierno sin conseguir que se aprueben las leyes estrella por las que peleaba. Ni la ley de igualdad ni la limitación del precio de los alquileres tal y como la propone su partido. En todas las comparecencias públicas que ha hecho últimamente como vicepresidente, ha destacado lo importante que es para los españoles que esa ley de vivienda se tramite como dice Podemos y lo difícil que es. Cuesta entender que considere algo tan importante para el país al tiempo que provoca que Podemos pierda peso en el Gobierno durante la negociación. Trabajar para llegar a un acuerdo debe de resultarle más tedioso, y menos útil electoralmente, que criticar en los medios que no se está cumpliendo. Yéndose, además, evita reconocer otra derrota ante el PSOE si Sánchez una vez más se sale, como parece, con la suya.

Han sido apenas 14 los meses que Iglesias ha aguantado en el Gobierno. Año y poco. 10 menos de lo que dura el embarazo de un elefante

El presidente no parece muy contrariado con su marcha. Anunció su remodelación de Gobierno como hace Sánchez todos los anuncios, con una sonrisa profidén a juego con su corbata, desde las escalinatas de Moncloa y sin permitir preguntas de los periodistas. De rueda de prensa solo tenía el atril para la puesta en escena. Tampoco Iglesias atendió preguntas incómodas en su última comparecencia. Ni a las cómodas siquiera. Se limitó a subir un video empaquetadito en su cuenta de Twitter, parecido al que hace unos días le reprochó la Junta Electoral, presumiendo de sus logros de legislatura. Mejor dicho, de su logro. Hasta él mismo habla de ello en singular. Solo mencionó uno: la distribución de 238 millones de euros entre las CCAA en materia de dependencia. Un asunto en el que no ha habido colisión alguna con su socio de Gobierno. Como no hubo preguntas, no se le pudo preguntar al exvicepresidente por qué si tanta importancia le ha dado a la dependencia no ha visitado en pandemia una sola residencia.

No podemos decir que Iglesias haya dejado por tanto mucha huella legislativa. En su defensa cabe alegar que tampoco ha tenido mucho tiempo. Tampoco podemos hablar en plural de los años de Pablo Iglesias en el Gobierno de España porque el ya exvicepresidente no ha llegado ni ha cumplir un par. Pedro Sánchez se encargó de remarcar esa brevedad al agradecerle escuetamente a su socio de Gobierno su trabajo “en este último año”. Escaso, pareció añadir para sus adentros.

Por largo que se le haya hecho a muchas ministras, han sido apenas 14 los meses que Pablo Iglesias ha aguantado en el Gobierno. Año y poco. 10 meses menos de lo que dura el embarazo de un elefante, que ya que tanto gusta a los politólogos este animal, bien podría servir también como unidad de medida temporal.

En política se habla a menudo de elefantes. Lo mismo los metemos en una habitación para referirnos a un problema incómodo que los presentes tratan de ignorar deliberadamente por obvio que resulte que se convierte en metáfora de lo poderosas que son las palabras para implantar un tema en la opinión pública. Por más que intentemos no pensar en un elefante, solo mencionar la palabra 'elefante', como explica George Lakoff, crea un marco de grandes orejas y larga trompa del cual es imposible salir.

Yolanda Díaz Pedro Sánchez
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