Segundo Párrafo
Por
Ayuso se queda con la libertad, Sánchez con el caos
Mientras la pandemia sigue lejos de estar controlada, el debate político sigue centrado en el reparto maniqueo de culpas, sin coordinación real entre administraciones ni plan a medio plazo para evitar rebrotes
Poco antes de la medianoche del sábado, me crucé con varios jóvenes haciendo eses que bajaban la calle Carretas camino de la Puerta del Sol. Estaba a punto de acabar el estado de alarma de la pandemia decretado por Sánchez, pero ellos lo que coreaban era “¡Ayuso! ¡Libertad!”. Aclamaban a la presidenta de la Comunidad de Madrid por el fin de unas restricciones que no decretaba ella, igual que unas horas antes en las gradas de la Caja Mágica, durante la semifinal del Madrid Open entre un tenista alemán y uno austriaco, alguien del público gritaba: “¡Vamos, Rafa!”. Por pura inercia.
El fervor deportivo no entiende de coherencia. El político, tampoco. A Nadal se le sigue animando aunque ya esté eliminado. Y Ayuso se ha quedado con el 'copyright' de la libertad entendida como desahogo de la fatiga pandémica, aunque el estado de alarma no lo haya retirado ella. Pero no solo las calles de la capital se llenaron de gente que salió a celebrar el fin del toque de queda, en Barcelona miles de personas salieron a medianoche a beber, cantar y bailar olvidándose por unas horas del virus. En la Ciudad Condal también se oía a los fiesteros gritar la palabra libertad. Quién le iba a decir al PP que tres meses después de su batacazo electoral en Cataluña habría gente por la Barceloneta coreando a gritos el eslogan de la victoria de Ayuso.
Es curioso que sea Sánchez quien ha decidido levantar las restricciones, pero apenas vaya a rentabilizar ante la opinión pública las ventajas de flexibilizar movimientos ante la fatiga pandémica. Él solo ha caído en su propia trampa, la del pingpong de responsabilidades de la cogobernanza. Si eliminando el toque de queda y los cierres perimetrales no se produjera un aumento de contagios, cosa que los expertos en salud pública dudan muy seriamente, los partidarios de una mayor libertad reivindicarán que Ayuso tenía razón en que era necesaria más manga ancha. Sin embargo, si en dos o tres semanas se recrudecen los rebrotes, como parece previsible, es al Gobierno a quien van a responsabilizar las comunidades por haberse quedado sin cobertura legal para renovar las restricciones. Ya lo están haciendo.
Y mientras la pandemia sigue lejos de estar controlada, el debate político permanece enquistado en el reparto maniqueo de culpas, sin coordinación real entre administraciones ni plan a medio plazo para evitar rebrotes. Quienes anteayer reivindicaban más libertad individual para la gente y el fin de las restricciones, se echan ahora las manos a la cabeza porque de pronto el Gobierno apela a la responsabilidad de los ciudadanos para hacer un buen uso de la recién recuperada movilidad. Y los que veían irresponsable la flexibilidad madrileña, culpan alegremente a Ayuso hasta de los botellones en la plaza Mayor de Salamanca.
La temporada veraniega se la juega a que no empeoren los indicadores, porque aumentaría la desconfianza de los países vecinos
El peligro de haber acabado de pronto con el paraguas legal del estado de alarma es evidente. A la inseguridad jurídica de que los tribunales tumben decisiones que las comunidades consideran necesarias, hay que sumar que el ritmo de vacunación no ha logrado evitar que las UCI sigan saturadas en varias comunidades (como Navarra, Madrid y País Vasco). Con el fin de los cierres perimetrales, comunidades que como la Comunidad Valenciana tienen la incidencia controlada (36 por 100.000 habitantes) pueden llevarse la peor parte. Al fin y al cabo, vivir a la madrileña también es salir pitando a la playa en cuanto se tiene ocasión (y en la capital la incidencia por coronavirus es casi 10 veces superior a la valenciana).
Aún es difícil saber si la decisión del fin del estado de alarma es o no equivocada. Con tantas comunidades en contra, seguro es muy arriesgada. Es verdad que la oposición no se lo puso fácil a Sánchez en las anteriores renovaciones del estado de alarma, pero en esta ocasión el Gobierno ni siquiera ha puesto al PP en el apuro de oponerse a ella. Entre las ventajas, la recobrada libre circulación ayudará a remontar en el corto plazo los negocios que viven del turismo. Sin embargo, si los contagios remontan de nuevo en junio, se confirmaría que el Gobierno precipitó demasiado la apertura en vez de esperar a tener más avanzada la vacunación. El riesgo no es solo sanitario. Además del temor a miles de muertes más por covid, los rebrotes pueden dañar mucho la economía. La temporada veraniega se la juega a que no empeoren los indicadores, porque aumentaría la desconfianza de los países vecinos.
Así que más indignante que ver a miles de jóvenes salir a la calle para celebrar el fin de un estado de alarma, es que una vez más todo esto haya pillado por sorpresa a los responsables públicos. Cómo vamos a creernos que las autoridades pueden controlar el virus si no han sido capaces ni de anticiparse para prevenir las tentaciones humanas más previsibles. Es su irresponsabilidad, no la de los jóvenes, la que más debería preocuparnos. Aunque acumulen el mayor foco de indignación, ni siquiera todas estas fiestas callejeras son lo más peligroso tras el fin del estado de alarma. Los expertos en salud pública insisten en que siempre será más seguro reunirse en exteriores que hacer fiestas en las casas. Estas últimas vuelven a estar permitidas en la mayoría de comunidades y ya no saldrán en el telediario.
La noche del fin del estado de alarma, no muy lejos de Sol, vi grupos de chavales perreando alrededor del altavoz de su móvil. Esperaban su turno a las puertas de las tiendas de alimentación que seguían abiertas. Algunos tendrían casas en las que seguir la fiesta y compraban provisiones. Otros se quedaron en la calle y al filo de la medianoche empezaron a mirar el reloj para corear: “3, 2, 1… ¡Libertad!”. ¿De verdad no entraba dentro de lo previsible que no íbamos a comportarnos igual con estado de alarma que sin él? Esperemos que la otra cuenta atrás, la que empieza ahora camino del verano, la gane la vacunación.
Poco antes de la medianoche del sábado, me crucé con varios jóvenes haciendo eses que bajaban la calle Carretas camino de la Puerta del Sol. Estaba a punto de acabar el estado de alarma de la pandemia decretado por Sánchez, pero ellos lo que coreaban era “¡Ayuso! ¡Libertad!”. Aclamaban a la presidenta de la Comunidad de Madrid por el fin de unas restricciones que no decretaba ella, igual que unas horas antes en las gradas de la Caja Mágica, durante la semifinal del Madrid Open entre un tenista alemán y uno austriaco, alguien del público gritaba: “¡Vamos, Rafa!”. Por pura inercia.
El fervor deportivo no entiende de coherencia. El político, tampoco. A Nadal se le sigue animando aunque ya esté eliminado. Y Ayuso se ha quedado con el 'copyright' de la libertad entendida como desahogo de la fatiga pandémica, aunque el estado de alarma no lo haya retirado ella. Pero no solo las calles de la capital se llenaron de gente que salió a celebrar el fin del toque de queda, en Barcelona miles de personas salieron a medianoche a beber, cantar y bailar olvidándose por unas horas del virus. En la Ciudad Condal también se oía a los fiesteros gritar la palabra libertad. Quién le iba a decir al PP que tres meses después de su batacazo electoral en Cataluña habría gente por la Barceloneta coreando a gritos el eslogan de la victoria de Ayuso.