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La calle sin mascarillas, la noche con discotecas y los políticos sin interés
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Marta García Aller

Segundo Párrafo

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La calle sin mascarillas, la noche con discotecas y los políticos sin interés

Durante la pandemia, ha habido una sobrerrepresentación legislativa y política en la vida cotidiana de la que, como de las mascarillas, nos tendremos que ir quitando

Foto: La mascarilla dejará de ser obligatoria al aire libre el 26 de junio. (EFE)
La mascarilla dejará de ser obligatoria al aire libre el 26 de junio. (EFE)

Entre las razones para esperar con impaciencia que llegue el sábado, cuando las mascarillas dejarán de ser obligatorias al aire libre, está que las personas optimistas
por fin dejaremos de llevarnos tantas decepciones. Llevamos meses agotadores imaginándonos que la gente embozada es más guapa de lo que normalmente resulta ser y sufriéndolo en silencio. Me consta que somos legión.

El cerebro ha estado estos meses completando a su antojo las facciones que no ve. Es un mecanismo inconsciente e irrefrenable. Como siempre presuponen lo peor, los pesimistas al menos se llevan alguna agradable sorpresa de vez en cuando. Sin embargo, por culpa de las mascarillas, los optimistas hemos sufrido la permanente amenaza de la decepción estética. Demasiado a menudo, al descubrir un rostro, hemos tenido que resignarnos a que la gente sea menos agraciada de lo que nuestra mente se empeña en creer. Una decepción que, encima, hemos tenido que callarnos discretamente porque tampoco es plan de decirle a alguien, horas e incluso días después de haberlo conocido siempre con mascarilla, que sin ella no está a la altura de las facciones que nuestro cerebro había proyectado. Lo bueno de ser optimista, sin embargo, es que podemos autoconvencernos con más facilidad de que al quitarnos la mascarilla no causaremos esa decepción en los demás.

Propongo este ángulo para animar la que será, con permiso de los indultos y la reapertura de discotecas, la conversación estrella esta semana: el fin de la mascarilla en exteriores. El de aflorar la fealdad es un enfoque sin duda más irrelevante que el epidemiológico, que advierte estos días del riesgo de que al quitarnos el tapabocas se alimente la falsa sensación de que la pandemia ha terminado, justo ahora que empieza a extenderse la variante delta, más peligrosa. Paradójicamente, la falsa sensación de seguridad era también hace un año un argumento en contra de hacer la mascarilla obligatoria. Algunos de los que entonces no confiaban en que aprendiéramos a usarla con responsabilidad ahora temen que tampoco sepamos dejar de hacerlo.

Que aflore la fealdad es más irrelevante que el que al quitarnos el tapabocas se alimente la sensación de que la pandemia ha terminado

Luego están los análisis económicos, que son los que destacan la esperanza de que dejar de exigir la mascarilla en la calle y en las playas alentará el turismo. Sin embargo, si por la relajación de las precauciones aumentara la tasa de contagios, también podría tener justamente el efecto contrario. Es pronto aún para saberlo.

El adiós a la mascarilla se presta también a la crítica política, muy pendiente del uso propagandístico que el Gobierno está haciendo estos días de la medida para anotarse otra medalla de poli bueno de la desescalada, sin consensuarla siquiera con las comunidades autónomas. Tampoco vendrá mal en Moncloa, ya de paso, llenar los telediarios de sonrisas recién liberadas al aire libre mientras se tramitan los indultos del 'procés'.

Sin embargo, si prefiero conversar sobre el fin de las mascarillas dejando de lado la crónica política, económica e incluso epidemiológica, destacando que por fin los optimistas vamos a ahorrarnos tantas decepciones, es porque arrastramos un déficit de irrelevancia en las conversaciones. Durante la pandemia, ha habido una sobrerrepresentación legislativa y política en la vida cotidiana de la que, como de las mascarillas, nos tendremos que ir quitando. Recuperar la normalidad es también devolverle una oportunidad a lo trivial.

Cuando leemos "España preocupa" sabemos que es una crónica de la Eurocopa​ y no un informe de la Organización Mundial de la Salud

A medida que van dejando de estar prohibidas cada vez más cosas, mientras cruzamos los dedos para que la vacunación avance más rápido que las nuevas variantes y no vuelvan de nuevo las restricciones, la política irá regresando a un papel más secundario. El día a día va saliendo del BOE. También la noche. Vuelve el ocio nocturno y ya no se habla de ello como un escándalo, sino como plan para el finde. Madrid, Asturias y Aragón reabren discotecas hasta las tres de la mañana; en Cantabria, ya no hay restricción nocturna alguna, y en Canarias han reabierto los bares de copas tras 15 meses cerrados. En vez de un enfoque económico, político y pandémico, claro, los protagonistas de la noticia están siendo los bares y los clientes. Buena señal.

Así que ahora que la tasa de contagios de covid baja y la de vacunación aumenta según lo previsto; ahora que cuando leemos “España preocupa” sabemos que es una crónica de la Eurocopa y no un informe de la OMS, habrá que celebrarlo de vez en cuando con un poco de sana intrascendencia. Las calles sin mascarillas, como las noches con pubs y la vida sin BOE, sí que son un buen indicador de que la pandemia va mejor.

Entre las razones para esperar con impaciencia que llegue el sábado, cuando las mascarillas dejarán de ser obligatorias al aire libre, está que las personas optimistas
por fin dejaremos de llevarnos tantas decepciones. Llevamos meses agotadores imaginándonos que la gente embozada es más guapa de lo que normalmente resulta ser y sufriéndolo en silencio. Me consta que somos legión.

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