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Por qué seguimos llevando mascarilla
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Marta García Aller

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Por qué seguimos llevando mascarilla

Quién nos iba a decir que andar sin mascarilla se nos iba a hacer raro, con lo raro que hace año y pico se nos hizo empezar a llevarlas

Foto: Un hombre con mascarilla camina por la calle. (EFE)
Un hombre con mascarilla camina por la calle. (EFE)

Este curso las flautas han desaparecido de las aulas porque en pandemia necesitaban instrumentos que se pudieran tocar en clase con mascarilla. Algunos colegios probaron a enseñar a tocar el xilófono, otros simplemente han enseñado historia de la música, que cuando hay que repasarla resulta mucho menos molesto para los vecinos. Un motivo más para pensarse dos veces eliminar las mascarillas con las que hemos estado conviviendo más de 400 días. ¿De verdad queremos que vuelvan los recitales de flautas al vecindario? Si hay que elegir entre vivir sin mascarillas o sin temor a las flautas desafinadas es como para pensárselo.

La vida con mascarillas, después de todo, ha tenido ventajas que hemos ido aprovechando sin darnos mucha cuenta. Por eso no van a desaparecer tan fácilmente. Aunque desde el sábado haya dejado de ser obligatorio llevarlas en exteriores, no hay más que echar un vistazo a las aceras para ver que la mayoría de gente prefiere seguir cubriéndose la boca. Al menos, de momento. Será por evitarse el lío del quitaipón o por el miedo a los rebrotes o por el qué dirán, pero la mayoría de las caras siguen tapadas por la calle ahora que ya no es obligatorio. Quién nos iba a decir que andar sin mascarilla se nos iba a hacer raro, con lo raro que hace año y pico se nos hizo empezar a llevarlas.

En los hospitales y el transporte público, diga la norma lo que diga, es muy probable que la mascarilla haya llegado para quedarse

Por el regreso de las flautas no habrá que preocuparse todavía. El curso que viene va a haber que seguir llevando mascarillas en los colegios y está por ver qué deciden los centros de trabajo. Es muy probable que en entornos como la hostelería y la atención al público haya empresas que prefieran incorporar el tapabocas al uniforme de trabajo cuando pase la pandemia. En los hospitales y el transporte público, diga la norma lo que diga, es muy probable que la mascarilla haya llegado para quedarse.

No solo paran los virus respiratorios. Las mascarillas también disimulan bostezos en las reuniones, ahorran darles dos besos protocolarios a los pesados y permiten dormirse en el tren con mucha más dignidad en la compostura. También justifican muchos despistes en los saludos a quienes tenemos mala memoria para las caras y poco interés en los nombres.

La incidencia de Covid está por debajo de los 100 por 100.000 y más de la mitad de los españoles ya ha recibido al menos una dosis de la vacuna. Aunque los datos son buenos, los mejores en un año, en la calle sigue primando la precaución. No es de extrañar, teniendo en cuenta que el mismo día que dejaba de ser obligatorio llevarla en España, la OMS pedía a todos los países extremar la precaución por la nueva variante Delta, más contagiosa que ninguna de las anteriores. Atrás quedan los tiempos en los que la OMS se resistía a reconocer la utilidad de las mascarillas y ahora nos pide que sigamos llevándola aunque estemos vacunados, porque para frenar la transmisión comunitaria es necesario combinar diferentes medidas.

En las dudas al cuándo y dónde quitársela, influyen también la inercia y, sobre todo, la experiencia

En las dudas al cuándo y dónde quitársela, influyen también la inercia y, sobre todo, la experiencia. Hemos vivido varias desescaladas fallidas que prometían ser la última y acabaron en rebrotes. Esta vez hay más cautela. Si no en los gobiernos, que aprovechando las vacunas ya están desmelenándose con las restricciones para atraer turismo, sí en la gente. Normal que al cruzar un paso de cebra haya cierto desconcierto en las miradas todavía enmascaradas.

Hay muchas razones para seguir poniéndose a ratos la mascarilla. Y por más vueltas que le doy, lea lo que lea por ahí, ninguna tiene que ver con el aspecto de las mujeres. Solo faltaba. A veces no son los niños con flauta los que más desafinan.

Este curso las flautas han desaparecido de las aulas porque en pandemia necesitaban instrumentos que se pudieran tocar en clase con mascarilla. Algunos colegios probaron a enseñar a tocar el xilófono, otros simplemente han enseñado historia de la música, que cuando hay que repasarla resulta mucho menos molesto para los vecinos. Un motivo más para pensarse dos veces eliminar las mascarillas con las que hemos estado conviviendo más de 400 días. ¿De verdad queremos que vuelvan los recitales de flautas al vecindario? Si hay que elegir entre vivir sin mascarillas o sin temor a las flautas desafinadas es como para pensárselo.

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