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Respirar en la oficina no es una responsabilidad individual
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Marta García Aller

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Respirar en la oficina no es una responsabilidad individual

Es complicado dejar de respirar al entrar en una oficina mal ventilada, así que lo lógico sería saber cómo de potable es ese aire del que no hay escapatoria

Foto: Foto: Unsplash.
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Los casos de covid siguen descendiendo en toda España. Pero hay otro indicador que no deja lugar a dudas del cambio de tendencia, más allá de la caída de la incidencia: los dos besos han vuelto. Quizá sea una temeridad volver a acercar tanto las mejillas, pero aquí están de nuevo. A veces con mascarillas, a veces sin ellas. La incipiente vuelta del besuqueo social es un indicador adelantado de la confianza en que este septiembre marque por fin un reencuentro con la rutina.

La cuestión está en qué entendemos por rutina a estas alturas de la pandemia. Rutinario ya es quedar siempre en terrazas o dejar abiertas las ventanas de casa cuando vienen visitas. Rutinario es llevar un par de mascarillas en el bolso por si acaso y echarse gel hidroalcohólico. Rutinario es tomarse la temperatura ante cualquier malestar y nunca descartar del todo que después de esta ola haya otra más. Volver a la oficina después de tanto teletrabajo entra también en lo cotidiano. Más sorprendente es que la exigencia de una buena calidad del aire en los espacios cerrados no se haya convertido en una rutina más.

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Los epidemiólogos nos dicen que vayamos haciéndonos a la idea de que el covid no desaparecerá con las vacunas, pero que gracias a ellas lo iremos domesticando hasta convertirlo en un mal endémico de riesgo manejable. La atención de los científicos está puesta ahora en el otoño, cuando la amenaza combinada del covid y la gripe podría volver a saturar las Urgencias. Hay algo que podría prevenirlo. Y esta vez, a diferencia de los besos, no tiene que ver con la responsabilidad individual.

Si tenemos que hacernos a la idea de convivir con un virus que se transmite por el aire, ¿por qué no se ha exigido transformar la ventilación de oficinas, restaurantes y colegios? En este año y medio de pandemia, hemos visto regulaciones para todo, de los servilleteros al tamaño de las parcelas de la arena para tumbarse en la playa. Sigue siendo prioritario desinfectar continuamente las superficies, aunque el contagio por contacto está demostrado que es irrelevante. Un solo individuo puede propagar el coronavirus a decenas de personas en una habitación cerrada sin ventilación apropiada, pero sigue sin exigirse que la haya.

Es complicado dejar de respirar al entrar en una oficina, así que lo lógico sería saber cómo de potable es ese aire del que no hay escapatoria

Los trabajadores que ahora abandonan el teletrabajo y vuelven a la oficina, igual que los estudiantes en las aulas y los pasajeros de un autobús, deberían tener derecho a conocer la calidad del aire que respiran. Llevamos toda la pandemia oyendo hablar de la responsabilidad individual, llevando mascarillas y guardando distancia, pero, aunque importante, esa responsabilidad no es la única clave para la prevención. Es complicado dejar de respirar al entrar en una oficina mal ventilada, así que lo lógico sería saber cómo de potable es ese aire del que no hay escapatoria.

No solo el coronavirus, también la gripe y los resfriados se propagan por el aire. La OMS se resistió durante demasiados meses a admitir que el coronavirus se transmitía por el aire. Era más fácil pedirle a la gente que se lavara las manos y evitara tocarse la cara que exigirle respirar un aire limpio que no depende de ella. La mayoría de edificios de oficinas hace mucho que garantizan una temperatura agradable. Llevamos suficiente tiempo de pandemia para que ofrecer una ventilación constante deje de ser solo una recomendación.

Foto: El consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Enrique Ruiz Escudero (c) junto con el viceconsejero de Salud Pública y Plan COVID-19, Antonio Zapatero (i) y la directora general de Salud Pública, Elena Andradas (d), en una foto de archivo. (EFE)

No es un cambio que pueda hacerse de un día para otro. Podría facilitarse que aquellos empleadores que no puedan garantizar una buena ventilación faciliten el teletrabajo. No está siendo, sin embargo, un criterio al uso. Desde la Administración, no se está fomentando que lo sea. Si no, es probable que empezaran a surgir preguntas como por qué no hay más filtros Hepa instalados en edificios públicos, colegios y universidades. Tampoco es un coste que la mayoría de empresas haya querido asumir, pese a que ayudaría a volver de forma más segura a la normalidad en los aforos y reduciría bajas y cuarentenas.

¿Cuántas veces debe renovarse el aire de una habitación a la hora para considerarlo un riesgo razonable? El debate sería interesante tenerlo antes de que empiece la temporada de gripe. Ahora que sabemos que estar vacunados reduce riesgos, pero no nos exime de estar expuestos al virus, y que el covid es una nueva enfermedad respiratoria con la que vamos a tener que aprender a convivir, no parece descabellado que la calidad del aire se convierta cuanto antes en una prioridad en el debate.

Los casos de covid siguen descendiendo en toda España. Pero hay otro indicador que no deja lugar a dudas del cambio de tendencia, más allá de la caída de la incidencia: los dos besos han vuelto. Quizá sea una temeridad volver a acercar tanto las mejillas, pero aquí están de nuevo. A veces con mascarillas, a veces sin ellas. La incipiente vuelta del besuqueo social es un indicador adelantado de la confianza en que este septiembre marque por fin un reencuentro con la rutina.

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