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Menos petanca y más currar
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Marta García Aller

Segundo Párrafo

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Menos petanca y más currar

A usted tender la ropa le puede parecer un rollo, pero a los turistas les encanta que lo haga la señora de la calle Tribulete

Foto: Viandantes pasean por Lavapiés. (Alejandro Martínez Vélez)
Viandantes pasean por Lavapiés. (Alejandro Martínez Vélez)

Uno de los grandes atractivos de Madrid es que tiene muchas paredes. Así me lo dijo un guía turístico de la capital el otro día. Es difícil no estar de acuerdo con una afirmación así. Podemos discutir si Madrid es o no bonito, si habría que dinamitar la Almudena o ampliar los carriles bici de la capital para hacerla más europea, pero de que Madrid tiene muchas paredes no cabe duda alguna. Tener paredes es, por lo visto, un atractivo del que no todas las grandes ciudades europeas pueden presumir, quién nos lo iba a decir, y Madrid atrae a cada vez más turistas por ello. Por ellas. Por sus paredes.

De la Plaza de La Latina el sábado salían un par de visitas guiadas para conocer precisamente las paredes del barrio. Uno de los grupos, el más numeroso, hacía la ruta en hebreo. Una docena de turistas israelíes seguía este recorrido, de un par de horas, para ir de Cascorro a Embajadores pasando por Lavapiés admirando sus muros. No todos. En concreto, los que están pintados. A veces se paraban en alguna firma garabateada en un portal, otras en los murales imponentes de más de 20 metros de alto que colorean algunas esquinas de la capital.

Los paseos guiados por el arte urbano son cada vez más populares en Lavapiés. De vez en cuando los turistas se paran a hacer fotos a las paredes. Y si la gente que está en las terrazas tomando algo no estuviera tan a lo suyo también les haría fotos a ellos. A los turistas. No todos los días se ve una visita guiada en hebreo, que parece que se hubiera escapado del Prado, admirando las obras más significativas del barrio: en este soportal, restos de unas sombras pintadas por Suso33, aquí un huerto urbano, ahí arriba el dibujo de una señora tendiendo ropa en la fachada. El día que sale una señora a tender de verdad junto al mural de la señora tendiendo, explica el guía, queda la foto perfecta. A usted tender la ropa le puede parecer un rollo, pero a los turistas les encanta que lo haga la señora de la calle Tribulete.

La gran ventaja de las paredes madrileñas, a diferencia por ejemplo de las barcelonesas, es que la mayoría todavía están libres. Otras grandes ciudades europeas ya están saturadas de grandes murales emblemáticos, porque hace tanto que están de moda que cualquier grafitero que se precie ya ha dejado rastro en ellas. Sin embargo, Madrid es todavía un vergel para el arte urbano porque, al haber estado fuera de los circuitos tradicionales del ‘street art’, está llena de paredes a estrenar. Eso está atrayendo a la capital a prestigiosos artistas callejeros, a los que comerciantes y vecinos prestan paredes y persianas para dejar su huella o tapar las de otros grafiteros sin fama ni maña.

En los murales de Lavapiés ya se encuentran firmas de artistas rusos como Marat Morik, el francés Zest y la venezolana Sara Fratini. También hay intervenciones del argentino Nicolás Romero y el londinense D*Face que van dejando algunas de las paredes de los más ilustres del arte callejero. El mono de Okuda y Bordalo, en Cabestreros, es uno de los más reconocibles. También de los más instagrameados. Si el arte urbano está teniendo una etapa dorada es porque en tiempos de selfies se cotiza mucho un buen fondo del que presumir. Los monumentos están muy vistos, ahora se llevan las paredes.

Aunque no a todo el mundo le gusta que un barrio como Lavapiés se esté poniendo de moda en Instagram. “El mono gentrifica”, advierte una pintada plantada sobre el mural del mono de Okuda San Miguel, cuyas obras más icónicas llenas de colorinchis geométricos pueden verse de Hong Kong a Denver pasando por París. A los legos en ‘street art’ este artista cántabro les sonará más por la que se lió cuando pintó el faro de Ajo en Bareyo. Su mural de la calle Embajadores atrae a los turistas, también recelos entre los vecinos, que se temen que con los selfis de los guiris lleguen las subidas de alquiler.

El guía del tour en español nos señala otra pintada que deja patente las tensiones en Lavapiés con los turistas, ya vengan a hacerle fotos desde Tel Aviv o Chamberí. Es la que ha tuneado el cartel de la entrada del Pum Pum Café, un sitio monísimo de ladrillo visto que antes era una carnicería de barrio y se ha convertido en un sitio de moda que sirve hamburguesas veganas. Ahora se lee Punk Punk café, y junto a las ‘k’ garabateadas malamente con rotulador negro, hay otra pintada hecha a mano que bien podría titular un ensayo sobre gentrificación: “Menos café hipster y más carajillo”. Y los turistas también le hacen una foto a esta pintada para subirla a Instagram y comentan lo auténtica que es. Qué movida la gentrificación, comentarán al verla los clientes que cada mañana hacen cola, de verdad que hacen cola, para entrar a tomarse unos huevos benedictine en este café de la calle Tribulete.

Ese recorrido por Lavapiés no solo atrae a los turistas por las obras de arte urbano. A muchos les interesa especialmente ver la mezcla de culturas y religiones en el barrio y preguntan a los guías cómo es la convivencia. Los turistas israelíes tienen mucho interés en este punto en concreto, me confiesa luego el guía, también los norteamericanos y filipinos suelen preguntarle cómo es que hay tantos musulmanes, subsaharianos y asiáticos viviendo juntos tranquilamente entre señoras que tienden la ropa, monos de colores para instagram y cafés hipster. A los extranjeros que visitan este barrio por curiosidad les llamamos turistas y a los que viven en él inmigrantes. Salvo que vayan al Pum Pum Café, entonces a lo mejor son Erasmus. Unos están encantados de haber descubierto un barrio que se está poniendo de moda en Instagram, otros empiezan a pensar si no tendrán que mudarse a otro barrio que parezca menos auténtico para que no atraiga visitas guiadas cuando salen a tender la ropa.

Antes de ser reconocidos como arte, los grafitis se conformaban con ser pintadas reivindicativas o gamberras

Antes de ser reconocidos como arte, los grafitis se conformaban con ser pintadas reivindicativas o simplemente gamberras. Recuerdo una en Aluche, a finales del siglo XX, que no sé si encaja mejor en la primera o en la segunda categoría: “Menos petanca y más currar”. Lo ponía, bien grande, en uno de los parques al que los jubilados del barrio acudían a echar la mañana. Los muchachos del barrio protestaban con esa pintada porque les habían quitado un trozo de parque para que jugaran los mayores. Era otro tipo de rivalidad por el espacio. La de cuando en Madrid no sabíamos lo que era la gentrificación ni que el carajillo pasaría a ser una pintada protesta.

Uno de los grandes atractivos de Madrid es que tiene muchas paredes. Así me lo dijo un guía turístico de la capital el otro día. Es difícil no estar de acuerdo con una afirmación así. Podemos discutir si Madrid es o no bonito, si habría que dinamitar la Almudena o ampliar los carriles bici de la capital para hacerla más europea, pero de que Madrid tiene muchas paredes no cabe duda alguna. Tener paredes es, por lo visto, un atractivo del que no todas las grandes ciudades europeas pueden presumir, quién nos lo iba a decir, y Madrid atrae a cada vez más turistas por ello. Por ellas. Por sus paredes.

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