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El error informático y el arte de la mentira política
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Marta García Aller

Segundo Párrafo

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El error informático y el arte de la mentira política

Lo que realmente revela falta de respeto a los votantes no es tanto que nos mientan como que nos mientan tan mal, con tan poco decoro y verosimilitud tan poco trabajada

Foto: La portavoz del PP en la Cámara, Cuca Gamarra. (EFE/Kiko Huesca)
La portavoz del PP en la Cámara, Cuca Gamarra. (EFE/Kiko Huesca)

Cuando terminó la votación por la que se aprobó de chiripa la reforma laboral, Cuca Gamarra, la portavoz del PP, denunció que uno de sus diputados había sufrido un “error informático” al votar. Llegaron a hablar hasta de “ataque”, dando a entender algo tan inquietante como que el sistema que rige las votaciones del Congreso de los Diputados podía haber sufrido una manipulación. Una semana más tarde, hasta en el PP dan por hecho que lo que realmente pasó esa tarde fue que su diputado, Alberto Casero, metió la pata y votó sí por equivocación. En vez de reconocerlo, el PP optó por sembrar dudas sobre el procedimiento de voto 'online' que lleva funcionando toda la pandemia. ¿De verdad compensa mentir en vez de disculparse por un error humano? Veamos.

La mentira como recurso político siempre ha sido habitual desde que la estudiaba Aristóteles. Decía Hannah Arendt que la sinceridad nunca ha figurado entre las virtudes políticas y las mentiras han sido siempre consideradas en los tratos políticos como medios justificables. Jonathan Swift llegó a escribir un tratado sobre ‘Las artes de la mentira política’, clasificando los diferentes tipos de mentiras que había. En el mejor de los casos, era el arte de convencer a la gente de falsedades benéficas por un buen fin. En el peor, una manera de tapar las miserias. No deja de ser irónico que el libro sobre la mentira firmado por Swift ni siquiera lo había escrito él.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), la vicepresidenta primera, Nadia Calviño (c), y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. (EFE/Kiko Huesca)

Así que lo verdaderamente revelador de la época actual no es que haya muchas mentiras en la política, algo que a lo largo de la historia se ha venido dando por descontado. Lo significativo es lo chapuceras que son. Esto es lo que realmente revela falta de respeto a los votantes. No tanto que nos mientan como que nos mientan tan mal, con tan poco decoro y una verosimilitud tan poco trabajada.

Llamar error informático a la pifia del diputado que vota mal no es la más grave de las mentiras que nos han contado últimamente en política, ni siquiera la más grave que se contó ese accidentado día en que se aprobó la reforma laboral. Sin embargo, es una mentira interesante en su género por todo lo que revela. Es el ejemplo perfecto de la infantilización de la política. No entendida como tal porque nos traten a los electores como si fuéramos niños crédulos, que a eso ya nos habíamos ido acostumbrando. Esto es casi peor. Más bien parece que empezamos a tratar a los políticos como si los niños fueran ellos, quitando importancia colectivamente a sus mentiras para evitarles el bochorno de tener que reconocer públicamente sus limitaciones.

Foto: El diputado del PP, Alberto Casero. (Casa América)

Cuando un crío de tres años dice que no ha sido él el que ha comido tarta chocolate y tiene los morros llenos de migas mientras niega con la cabeza, es difícil aguantar una sonrisa. A lo mejor por eso la excusa desesperada del error informático cuando un diputado la lía parda por votar sí en lugar de no en un ordenador que registra todas sus acciones también nos la hemos tomado a chufla en un primer momento. Lo malo es que estas no son cosas de niños.

Cuca Gamarra llegó a decir que el certificado emitido por parte de la Cámara contemplaba un voto diferente al que el diputado popular Alberto Casero había emitido, sugiriendo una manipulación del voto, pero sin presentar ninguna prueba. Pablo Casado atribuyó inicialmente que el diputado popular votara que sí a la reforma a un “problema del sistema de voto telemático” y lo relacionó con un supuesto “pucherazo”. Cinco días más tarde, la polémica de la 'anomalía' informática ha ido desapareciendo por su falta de verosimilitud, y el PP ya no habla de error informático sino de error en el voto telemático. No parece que el partido se vea concernido a dar ninguna explicación al respecto, ni a aclarar que el sistema informático del que depende nuestro poder legislativo funciona, como dando por hecho que son cosas que se dicen pero que no hay por qué tomar en serio.

La polémica de la 'anomalía' informática ha ido desapareciendo por su falta de verosimilitud

La situación, sin embargo, es grave y sigue sin resolverse. El PP considera que la presidenta de la Cámara, Meritxel Batet, ha vulnerado los derechos de Casero por no permitirle cambiar el sentido de su voto, ya que avisó del “error” antes del comienzo de la votación, y así lo hará constar en su escrito ante el Tribunal Constitucional. Del error informático es probable que no quede rastro ni prueba, el PP no lo necesita para reclamar la actuación de Batet. Hay dudas entre los juristas sobre si la presidenta de la Cámara debía o no acogerse al reglamento de 2012, que recoge la necesidad de una comprobación telefónica del voto, o si ya no era necesario dado que desde que empezó la pandemia se estableció un nuevo sistema de doble comprobación telemática que sustituía la llamada y lleva dos años usándose 'de facto'.

A falta todavía por conocerse los detalles de lo que sucedió en el Congreso, el fantasma del error informático, sin embargo, ha ido desapareciendo mágicamente. Ni siquiera sorprende, porque la verdad fue la gran ausente en la votación de la reforma laboral. Ni los dos diputados de UPN que votaron en secreto contra la reforma laboral fueron sinceros sobre sus intenciones, ni PSOE y Podemos reconocen que su negociación para aprobar la reforma laboral fue un fracaso que se aprobó por un error y no por su pericia negociadora.

Foto: Rufián en el pleno del Congreso donde se votará la reforma laboral. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

De habernos tomado en serio que un extraño ataque informático cambia votos a escondidas, tendríamos un problema mucho más serio. Una de las ventajas es que la palabra sea más efímera que nunca, es que la mentira también lo es. Y menos mal. Para lo que hay que oír últimamente, la mala memoria puede actuar de bálsamo para la democracia. No deja de ser paradójico que sea la falta de credibilidad de la política lo que la protege de una mayor erosión. Sus señorías deberían tener más presente que sus mentiras debilitan el sistema y erosionan las instituciones. Si encima nos las creyéramos, serían devastadoras.

Cuando terminó la votación por la que se aprobó de chiripa la reforma laboral, Cuca Gamarra, la portavoz del PP, denunció que uno de sus diputados había sufrido un “error informático” al votar. Llegaron a hablar hasta de “ataque”, dando a entender algo tan inquietante como que el sistema que rige las votaciones del Congreso de los Diputados podía haber sufrido una manipulación. Una semana más tarde, hasta en el PP dan por hecho que lo que realmente pasó esa tarde fue que su diputado, Alberto Casero, metió la pata y votó sí por equivocación. En vez de reconocerlo, el PP optó por sembrar dudas sobre el procedimiento de voto 'online' que lleva funcionando toda la pandemia. ¿De verdad compensa mentir en vez de disculparse por un error humano? Veamos.

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