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Sin Casado ni Iglesias ni Rivera: ¿quién los echará de menos?
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Marta García Aller

Segundo Párrafo

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Sin Casado ni Iglesias ni Rivera: ¿quién los echará de menos?

No puede sorprendernos demasiado que al final lo necesario para regenerar la política española no fuera gente con menos años, sino con más ideas

Foto:  Debate a cuatro de 2019 con Pablo Casado, Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias. (Getty Images/Pablo Blázquez Domínguez)
Debate a cuatro de 2019 con Pablo Casado, Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias. (Getty Images/Pablo Blázquez Domínguez)
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Pablo Iglesias abandonó la dirección de su partido con 42 años, Albert Rivera con 40 y a Pablo Casado los suyos lo dan por amortizado nada más cumplir los 41. Tres fulgurantes carreras con un brillante futuro por detrás. Los tres fantaseaban en la treintena con llegar a presidente, a los tres las encuestas los dejaron soñar y los medios afines los mimaron para luego abandonarlos sin piedad en su caída. Los tres se creían las jóvenes promesas de la política llamadas a conquistar el poder y la política se los tragó antes de que les salieran las primeras canas.

Solo Pedro Sánchez sobrevive de aquel debate a cuatro en RTVE de 2019 en que el único que pasaba de los 40 era él. Igual que sus tres rivales de entonces, el secretario general del PSOE tampoco tenía experiencia de gestión alguna cuando se puso al frente de su partido ni cuando llegó al Gobierno. Ni se había sacado una oposición ni tampoco contaba con un currículo especialmente brillante (un doctorado, ejem). Ninguno había gestionado una comunidad ni un ayuntamiento antes de ponerse al frente de sus partidos. La juventud cotizaba al alza y la necesidad de un cambio de aires parecía disculpar su inexperiencia. Seguramente Sánchez se ha salvado de esta quema generacional, al menos de momento, porque tuvo la enorme suerte de llegar al poder antes de que se le notara. A los otros tres tanta espera dejó al aire sus costuras.

Foto: El exdiputado del PP, Jaime Ignacio del Burgo. (EFE/Villar López)

El paso por la política española de Casado, Iglesias y Rivera ha terminado siendo fugaz, como las trayectorias artísticas de los niños prodigio. A medida que se hacían mayores, ellos también fueron perdiendo el favor del público. Será que cuando el mayor activo de una estrella es su juventud, y no necesariamente su talento, cualquier carrera tiene fecha de caducidad acelerada y huella efímera. Pocas cosas envejecen más rápido que una joven promesa a la que se le ha pasado su momento.

Los tres se creyeron imprescindibles y más listos que sus rivales. Los tres se rodearon en su partido solo de gente afín a medida que fueron ganando poder interno y creyeron en su hiperliderazgo para anular cualquier disidencia interna. Bueno, Casado estaba en ello y aún está asimilando que no le ha salido como esperaba.

Foto: Los presidentes de Murcia, Fernando López Miras, de Andalucía, Juanma Moreno, de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, y de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco. (EFE/Miguel Ángel Molina)

Los tres pecaron de adanismo y se les atragantó en cuanto la cosa se torcía. Lo malo de rodearse solo de pelotas es que ninguno de estos tres líderes que se creían llamados a cambiar la historia de España vio venir su caída hasta el final. Poco antes de irse, Rivera se veía dando el sorpaso al PP en la repetición electoral, Iglesias creyó que gobernaría en la Comunidad de Madrid y Casado, ay Casado. Casado hace apenas dos semanas aún creía que empezaba su recta final a Moncloa. En diciembre, tras una reunión con el comité ejecutivo de su partido, rodeado de los mismos que solo mes y pico después pedían su dimisión, Casado presumía de un “ciclo de cambio imparable” que a quien acabaría cambiando fue a él.

Como en el cuento de la lechera, Casado llevaba semanas preocupándose más por los pactos que le esperaban cuando llegara a la Moncloa que por no tropezar. Se creía a punto de arrasar el 13-F, y que en cuanto Cs desapareciera y Vox quedara arrinconado, daría el golpe de gracia a Sánchez frustrando su reforma laboral en el Congreso. Tras Castilla y León, ganaría también Andalucía y donde hiciera falta. Quería dejar claro que de efecto Ayuso nada, que el verdadero revulsivo del antisanchismo era él. El PP iba por delante del PSOE en las encuestas y la versión oficial de Génova es que ese cambio de tendencia había empezado antes del 4-M. Primero se le derramó a Casado el cántaro de las encuestas. Después, todo lo demás.

Foto: La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. (EFE/J. J. Guillén) Opinión

Las tres jóvenes promesas incumplidas de la política española tienen mucho en común en su trayectoria, pero con Casado hay una gran diferencia. En realidad, el líder del PP nunca tuvo el fenómeno fan que sí arropó a Rivera e Iglesias en su momento más álgido. El casadismo no tenía ni nombre hasta que se empezó a desmoronar e hizo falta nombrarlo. Pero esta no es la principal diferencia entre el líder del PP de los últimos tres años y los otros dos liderazgos políticos caídos de su fugaz generación.

La gran diferencia entre Casado e Iglesias y Rivera es que solo al primero le sobrevivirá su partido. Si hay algo que la nueva política subestimó es la importancia de las viejas estructuras del bipartidismo. También el PSOE sobrevivió a la implosión de Sánchez gracias a su estructura. Pero tanto Podemos como Cs están en vías de extinción. No han sobrevivido el experimento de los hiperliderazgos sin experiencia porque sus partidos no tenían red. Rivera en 2019 e Iglesias en 2021 dieron un paso atrás pensando en salvar sus formaciones, pero ninguno de sus relevos funciona en las encuestas ni en las urnas. Ellos lo eran todo. Es lo que tienen los hiperliderazgos. Su fin puede ser a la vez lo mejor y lo peor que le puede pasar al partido.

El fin del PP de Casado es diferente. No es él el que se marcha para salvar el partido, sino su partido el que le pide que se vaya para salvarse

El fin del PP de Casado, sin embargo, es diferente. No es Casado el que se marcha para salvar el partido, sino su partido el que le pide que se vaya para salvarse. El PP sí conservaba contrapesos territoriales y se le han rebelado al líder en un momento de máxima debilidad en que no tenía intención alguna de dimitir, forzándole tras mucho resistirse a convocar un congreso extraordinario en el que Alberto Núñez Feijóo despunta como el gran favorito.

No está claro qué efectos tendrá esta convulsión interna del PP en la política española, porque el momento todavía es de máxima inestabilidad, pero la mera hipótesis del cambio de Casado por Feijóo anticipa una profunda transformación del escenario. Si el PP nombra nuevo líder, el principal partido de la oposición redefine su papel y con él cambia el de Pedro Sánchez, que desde que es presidente del Gobierno no se ha medido con nadie que tenga más años de experiencia política que él. Hasta ahora el PSOE había dado por hecho que el desmoronamiento de Casado le beneficiaba, pero no está tan claro qué momento empieza ahora ni a quién favorecerá. Esto lo puede cambiar todo. Lo que sí está claro a estas alturas es que lo necesario para regenerar la política española no era gente con menos años, sino con más ideas. Seguimos a la espera.

Pablo Iglesias abandonó la dirección de su partido con 42 años, Albert Rivera con 40 y a Pablo Casado los suyos lo dan por amortizado nada más cumplir los 41. Tres fulgurantes carreras con un brillante futuro por detrás. Los tres fantaseaban en la treintena con llegar a presidente, a los tres las encuestas los dejaron soñar y los medios afines los mimaron para luego abandonarlos sin piedad en su caída. Los tres se creían las jóvenes promesas de la política llamadas a conquistar el poder y la política se los tragó antes de que les salieran las primeras canas.

Pablo Casado
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