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Un matón desde Primaria: el pasaje más aterrador de la vida de Putin
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Marta García Aller

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Un matón desde Primaria: el pasaje más aterrador de la vida de Putin

La biografía de Putin es la de un siniestro reguero de sangre de mentores, examigos y enemigos muertos en extrañas circunstancias

Foto: Vladímir Putin. (Reuters)
Vladímir Putin. (Reuters)
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No sé qué da más miedo estos días, si poner el telediario o leerse la biografía de Vladímir Putin; si las cosas que ya ha demostrado ser capaz de hacer el presidente ruso o sus últimas amenazas. Para entender a lo que nos enfrentamos, ambas son complementarias. Será difícil encontrar algo más inquietante que saber que ha activado la alerta de sus fuerzas nucleares, cuatro días después de iniciar la invasión de Ucrania y poner patas arriba el orden mundial. Pero es en un momento como este cuando más oportuno resulta enterarse de que cuando estudiaba en la escuela primaria, el pequeño Vladímir Putin ya era “un verdadero matón”. Él mismo se describía así, con estas palabras, en las entrevistas con sus primeros biógrafos en el año 2000, nada más llegar al Kremlin.

Pudiéndose inventar cualquier leyenda, es significativo que lo que Putin quiso que se viera en él desde el principio fuera un matón, pero el mundo haya tardado tanto en creerle. El hombre que este domingo ordenaba activar “en modo especial combate” su arsenal nuclear, hace 22 años ya presumía ante sus biógrafos de ser un niño violento y problemático que se peleaba por cualquier cosa con todo el que le impidiera que se saliera con la suya. Y ese crío imprudente, agresivo y con un temperamento difícil de contener, que con cuarenta y tantos presumía de haber sido siempre un matón, es ahora el tirano de 69 años que tiene el mundo en vilo. Putin llevaba meses amenazando a EEUU y la OTAN con que si no se cumplían sus exigencias, como expulsar de la Alianza Atlántica a todos los países que se unieron después del 97 (entre ellos, cinco miembros de la UE), tomaría represalias. Hace cuatro días inició la invasión a gran escala de un país soberano y al mundo entero ya no le ha quedado más remedio que verlo como el peligro que lleva toda la vida presumiendo ser.

Foto: Una manifestación anti Putin

Aquella primera biografía autorizada de Putin se preparó en tres semanas para dar a conocer al sucesor deseado por el Kremlin antes de las elecciones que ganaría con cerca del 52,94% del apoyo en el año 2000. Con las prisas, no daba tiempo a hacer una labor de investigación, tampoco era la idea, pero sí a construir una imagen a medida para ese desconocido que ascendió rápidamente en Moscú, aupado por un Boris Yeltsin en declive y el magnate de los medios Berezovski. Este lo ayudó con el favor de su televisión, su fortuna y sus contactos a ganar popularidad siendo un desconocido. De este episodio, lo que más miedo da es lo que luego pasaría con Berezovski.

Putin, que venía de dirigir la policía secreta y de haber tenido un cargo a la sombra del alcalde de San Petersburgo, no había hecho carrera en las filas del Partido Comunista y, por tanto, no había tenido que elegir bando en las luchas de poder internas cuando este se descomponía. Eso le benefició. Además, a diferencia de la vieja guardia de los mandatarios que venían de la URSS, era joven, delgado y vestía con elegantes trajes europeos. Eso a los líderes occidentales les encantaba. Al principio de su carrera, Clinton veía en él un garante de la libertad y Bush, “alguien de fiar”. El mundo de los grandes negocios también estuvo contento con Putin desde el principio.

Creían que era un demócrata y un liberal. Se equivocaron. Y los que se iban dando cuenta acababan muertos o en el exilio

El joven exagente del KGB parecía carecer de personalidad, lo cual resultaba ideal para que todos, incluidos los líderes occidentales, proyectaran en él lo que cada uno quisiera ver. Al principio le apoyaban tanto magnates rusos como disidentes pro democracia que se habían manifestado 10 años antes celebrando la caída de la URSS y soñando con la libertad. Apoyaban la imagen de político joven y moderno que una consultora se había inventado para la ocasión. Creían que era un demócrata y un liberal. Se equivocaron. Y los que se iban dando cuenta acababan muertos o en el exilio.

Lo cuenta la periodista Masha Gressen en ‘El hombre sin rostro’, una biografía de Putin no autorizada, publicada hace una década y especialmente reveladora de lo que el presidente ruso ha sido capaz de hacer toda su vida por salirse con la suya. Tan revelador es el pasaje en el que su secretaria en San Petersburgo le cuenta que Putin ni se inmutó al enterarse de que su perro Malysh había muerto como que esa misma falta de sentimientos se hizo evidente, ya por televisión, con la tragedia del Kursk, el submarino ruso en el que murieron sus 118 tripulantes rusos. Fue la primera crisis de Putin como presidente, tanto humana como política, agravada al no considerarla el presidente suficientemente relevante como para interrumpir sus vacaciones. Para muchos, el comienzo del fin de la libertad de prensa en el país que sigue encarcelando a periodistas y blogueros.

Leyendo a Gessen, es evidente que Putin nunca ocultó sus pulsiones autoritarias y su nostalgia de la Unión Soviética. Un par de días antes de declararle la guerra a Ucrania, ha vuelto a denominarlo la “peor catástrofe” del siglo XX, pero es algo que lleva pensando desde sus tiempos en la KGB. Conviene recordarlo mientras decenas de miles de civiles ucranianos, principalmente mujeres y niños, están huyendo estos días del terror por el asalto ruso a su país.

Siniestro reguero de sangre

Un par de años después de que Massa publicara el libro sobre Putin, en el que entrevistaba a Berezovski para reconstruir aquellos oscuros inicios de Putin, era este magnate el que aparecía muerto en el baño de su casa de Londres. Las circunstancias de su muerte, igual que las de muchas otras personas que salen en esta biografía y en algún momento fueron cercanas a Putin, como el alcalde de San Petersburgo que fuera su mentor, nunca se terminaron de aclarar del todo. La biografía de Putin es la de un siniestro reguero de sangre de mentores, examigos y enemigos muertos en extrañas circunstancias.

Repasando el terror que Putin lleva 20 años sembrando dentro y fuera de su país, cómo no recordar el asesinato de Anna Politkovskaya en Moscú, en 2006, cuando la periodista veterana llegaba al ascensor de su casa con las bolsas de la compra. Su ejecución a tiros llegó justo cuando estaba investigando la actuación policial en la masacre de la escuela de Beslan de dos años antes, en la que más de 334 personas murieron (más de la mitad, niños), por una controvertida operación de las fuerzas rusas. En vez de intentar salvar a los rehenes, la orden fue abrir fuego contra los secuestradores.

Foto: La central nuclear de Zaporiyia (REUTERS)

Antes de morir, Politkovskaya había encontrado indicios de que la policía rusa estaba informada del plan terrorista y no actuó a tiempo de prevenirlo. Aquella tragedia en Osetia del Norte que conmocionó al país sirvió de excusa al presidente Putin para cancelar unas elecciones regionales (entonces en Rusia aún había elecciones que se podían llamar así) e imponer el control federal directo sobre las administradores regionales. El día en que murió Politkovskaya, Putin cumplía 54 años. Gessen recuerda que los periodistas más críticos con el Kremlin lo calificaron entonces como su regalo de cumpleaños.

Solo tres semanas después del asesinato de Politikovskaya, caía enfermo en Londres el disidente Alexander Litvinenko. Era un ex agente secreto que había huido de Rusia tras sufrir persecución judicial por acusar a sus superiores de la KGB de haber ordenado matar a Berezovski, el magnate que por entonces se suponía que era amigo de Putin, y dar una paliza a un importante empresario. Denunciar aquello le llevó a abandonar Rusia, pero no fue suficiente para salvar su vida y el disidente murió envenenado por polonio, una sustancia radiactiva bajo control exclusivo de las autoridades rusas. Antes de morir, le dio tiempo a responsabilizar a Putin de su muerte. El presunto asesino que identificó la policía británica se convirtió en parlamentario ruso, lo que le dio inmunidad judicial frente a las solicitudes de extradición.

Foto: Refugiados ucranianos en el paso fronterizo con Rumanía (EFE/Robert Ghement)

La lista es muy larga. Habría que incluir la de Mijaíl Jodorkovski, el que en 2004 fuera el hombre más rico de Rusia, magnate del petróleo y el gas, que a raíz de financiar la formación de periodistas y varias ONG en favor de la democracia, cuando en Rusia esta todavía parecía posible, fue acusado de evasión de impuestos y encarcelado durante una década para luego exiliarse en Londres. La Rusia de Putin es, según queda claro leyendo la biografía de Gessen, “un país donde muchos rivales políticos y críticos destacados han sido asesinados y, al menos en algunos casos, las órdenes provienen directamente del despacho del presidente”.

Durante años, Putin ha estado ejerciendo el terror dentro de Rusia, pero también fuera, atacando territorios que considera propios por estar en la antigua esfera de influencia de la URSS. Comenzó su guerra contra Georgia en 2008, anexionó Crimea en 2014 y ha reforzado su control en Bielorrusia. Ahora está atacando Ucrania y amenaza incluso a Suecia y Finlandia si entran en la OTAN. Mientras los misiles rusos atacan Kiev, todo esto resulta especialmente estremecedor. Lo peor es que el matón haya estado actuando como tal mientras buena parte del mundo miraba para otro lado o compartía palcos, cacerías y negocios con él sin mayor interés en pararle los pies hasta que no ha estado demasiado cerca. Esperemos que las sanciones para ahogar el poder de Putin funcionen. Si no, el momento más aterrador de su biografía está aún por llegar.

No sé qué da más miedo estos días, si poner el telediario o leerse la biografía de Vladímir Putin; si las cosas que ya ha demostrado ser capaz de hacer el presidente ruso o sus últimas amenazas. Para entender a lo que nos enfrentamos, ambas son complementarias. Será difícil encontrar algo más inquietante que saber que ha activado la alerta de sus fuerzas nucleares, cuatro días después de iniciar la invasión de Ucrania y poner patas arriba el orden mundial. Pero es en un momento como este cuando más oportuno resulta enterarse de que cuando estudiaba en la escuela primaria, el pequeño Vladímir Putin ya era “un verdadero matón”. Él mismo se describía así, con estas palabras, en las entrevistas con sus primeros biógrafos en el año 2000, nada más llegar al Kremlin.

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