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Marta García Aller

Segundo Párrafo

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¿Cuánto llegará a costar la barra de pan?

Por la guerra suben los cereales, y con ellos las harinas, la pasta y la bollería, pero también el pollo, la leche, los huevos. Hasta la cerveza sube

Foto: Vista de unas 'baguettes'. (EFE/Ian Langsdon)
Vista de unas 'baguettes'. (EFE/Ian Langsdon)
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Hoy, en mi barrio, la barra de pan cuesta 0,60 euros. Escribir en el periódico el precio de una barra de pan nunca ha sido buen presagio de los tiempos que corren. Cuando el pan vuelve a ser noticia, algo malo está pasando. Los buenos tiempos eran aquellos en que del pan solo hablábamos por lo que engordaba. Empezaron a ser tiempos extraños cuando de repente nos preguntábamos cómo hacerlo en casa, por hacer algo, durante el confinamiento. Al principio de la pandemia se agotó la harina en el súper porque hornear servía de bálsamo a la incertidumbre. Ahora que ha empezado una guerra en Europa, el pan no calma la incertidumbre, sino que es su precio el que la alimenta.

La panadera me ha dicho que no sabe a cuánto venderá la barra la semana que viene. Cree que puede aguantar hasta el viernes antes de encarecer el precio, pero no más. Tampoco sabe cuánto tendrá que subirlo, le asusta pensarlo, porque cada día su proveedor le da un precio más alto del saco de harina y en el almacén de su pequeño obrador de la esquina solo le caben 20 sacos, así que a diferencia de las grandes superficies ella no puede hacer acopio. Por no hablar del precio de la luz. En la última semana, el precio del megavatio hora se ha duplicado. No quiere ni imaginarse la factura que le llegará a final de mes.

Foto: Campos de trigo en Ucrania (Reuters)

Al salir de la panadería, con la barra bajo el brazo, llamo al mayor proveedor de harina de España a ver si él sabe cuánto va a subir el pan. Son teléfonos que guardo de cuando empezaron los tiempos extraños. Nicolás Rodríguez, presidente de Haricaman, está en Añover de Tajo, el pueblo toledano del que sale un 90% de la harina en los estantes de los supermercados españoles. En pandemia llegó a vender 720.000 paquetes al día. Entonces el problema de esta empresa familiar era dar abasto ante tanta demanda. Desde que hace dos semanas empezó la guerra de Ucrania, el problema es que el mercado de las materias primas se ha vuelto loco.

Rodríguez lleva dos semanas colgado del teléfono, negociando precios. Insiste en que no va a faltar trigo, pero no sabe cuánto puede llegar a costar. Las grandes cadenas están reaccionando mal a que les suba el precio de la harina, los cereales del desayuno y demás productos que vende e intentan presionarle a la baja para que no los encarezca, “pero es que o suben el precio o no compran, porque no hay plan B”. Hasta los gigantes han perdido el poder de negociación.

Lo que la semana pasada le parecía caro, hoy le parece barato. Cuando empezó la guerra, Rodríguez compraba la tonelada de trigo a 300 euros. Ahora está a 430. Sumando todos los costes, calcula que la última semana ha subido un 30%. Para el 15 de marzo tiene prevista una subida extra del 25%. Más allá no se atreve a calcular. En su fábrica de harinas antes podían pasar años sin tener que tocar el precio, ahora ha fijado una revisión cada 15 días, que es el margen que le dan las 3.000 toneladas de trigo que puede comprar como máximo en cada operación. Eso son unos 10 días de suministro. Más allá, Rodríguez no puede saber cuánto subirá la harina, pero sabe que el cereal no tiene pinta de abaratarse en mucho tiempo. Este es el mes en que los ucranianos deberían estar sembrando el girasol y el maíz. Y lo que va a cosecharse el año que viene no se está sembrando.

Rusia y Ucrania juntas son responsables del 25% del comercio de grano mundial. Solo Ucrania es el primer proveedor extranjero de España de maíz y de girasol y el cuarto en trigo. La mayoría de estos cereales se usa para el ganado. Así que no es solo el pan. Si suben los cereales, suben las harinas, la pasta y la bollería, pero también el pollo, la leche, los huevos. Suben las conservas, que necesitan el aceite de girasol. Sube, en fin, toda la cesta de la compra. Hasta la cerveza sube, depende de la cebada.

La inflación estaba en febrero en el 7,4% y parecía alta. Ya nadie se atreve a ponerle techo. Tampoco Rodríguez. Es la primera vez en los 25 años que lleva en esto que no sabe lo que va a costar el pan la semana que viene. Dependerá mucho también del coste de la energía.

Rusia no es solo el principal exportador de trigo del mundo, también uno de los mayores productores de petróleo y gas (hasta ahora responsable de entre el 30% y 40% del suministro de la UE). Como todo lo que comemos se mueve sobre ruedas, la energía es fundamental en el mercado global. Así que llamo a un experto en precios del mercado global.

Foto: Foto: CSA/EC Diseño.
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Le doy un mordisco al currusco y localizo a David Echeverry, profesor de Finanzas de la Universidad de Navarra. Lleva años estudiando la inflación y reconoce que el contexto se ha vuelto tan imprevisible que ya no se molesta en meter las variables en el Excel en el que medía cuánto repercute el coste del transporte en la cadena de valor. Acaba de tirar a la basura todas las previsiones para este año. Llevaba meses recalculando las dinámicas de la oferta y la demanda después del covid, pero tampoco sirven ya.

“Para calcular cuánto van a subir los precios, ahora solo nos vale alguien que pueda meterse en la cabeza de Putin”, reconoce el economista. Hace dos semanas, Echeverry habría dicho a cualquiera que le preguntara que el barril de petróleo tardaría al menos seis meses en llegar a 120 dólares, pero en los primeros 10 días de guerra ese umbral ya quedó atrás. Ahora, lo más útil para hacer cálculos a futuro —les dice a sus estudiantes— es dejarse de modelos y estudiar la crisis del petróleo de los años setenta. Los economistas que ahora tienen 50 años solo conocen una inflación como esta por los libros de historia.

Entonces, ¿cuánto va a subir el pan? Nadie lo sabe. Ni la panadera que vende la barra, ni el empresario que compra el trigo ni el economista experto en inflación. Los tres están viendo esta semana cosas que nunca habían visto antes. Lo más parecido a un mensaje de tranquilidad es que a corto plazo no va a faltar el abastecimiento. Al menos, no para el que pueda pagar el precio que el mercado pida. Entre tanto, lo estoy poniendo todo perdido de migas. A 0,60 la barra.

Hoy, en mi barrio, la barra de pan cuesta 0,60 euros. Escribir en el periódico el precio de una barra de pan nunca ha sido buen presagio de los tiempos que corren. Cuando el pan vuelve a ser noticia, algo malo está pasando. Los buenos tiempos eran aquellos en que del pan solo hablábamos por lo que engordaba. Empezaron a ser tiempos extraños cuando de repente nos preguntábamos cómo hacerlo en casa, por hacer algo, durante el confinamiento. Al principio de la pandemia se agotó la harina en el súper porque hornear servía de bálsamo a la incertidumbre. Ahora que ha empezado una guerra en Europa, el pan no calma la incertidumbre, sino que es su precio el que la alimenta.

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