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Rusia y la teoría del Big Mac que Occidente se comió con patatas
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Marta García Aller

Segundo Párrafo

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Rusia y la teoría del Big Mac que Occidente se comió con patatas

La idea de que no habría guerra entre dos países con McDonald's explica por qué Putin ha acabado con la llave del gas de media Europa

Foto: McDonald's en Rusia. (EFE)
McDonald's en Rusia. (EFE)
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En la lista de los libros imprescindibles para entender por qué Rusia ha invadido Ucrania nadie está incluyendo ‘The Lexus and the Olive Tree’, el 'bestseller' olvidado de Thomas Friedman. Es una pena. Habría que prestarles más atención a las teorías que más se han equivocado, porque son estas las que más ayudan a entender cómo llegamos al desastre. Al fin y al cabo, un despropósito del tamaño de esta guerra, que pone patas arriba los dogmas del orden económico y político en que creíamos vivir, solo puede explicarse como una sucesión de múltiples errores. Este libro es de los que se equivocaron. Y mucho.

En los noventa, sin embargo, este columnista de 'The New York Times' triunfaba con su ‘teoría de los arcos dorados de la prevención de conflictos’. Friedman defendía que no habría dos países con McDonald's en su territorio que fueran a la guerra entre sí. Recuerdo en la facultad un profesor que lo citaba con entusiasmo, junto al ‘Fin de la historia’ de Fukuyama. Explicaba así el declive de las guerras como resultado de la expansión del capitalismo, siguiendo las tesis de Montesquieu y Adam Smith, pero amenizándolas con hamburguesas y patatas fritas. Comerse un Big Mac al otro lado del caído Telón de acero no solo calaba entonces como el símbolo definitivo del triunfo del liberalismo y la globalización, también de que el progreso económico y los lazos comerciales traerían inevitablemente la paz. Así de optimistas eran los noventa.

Sin este optimismo no se entiende que Putin haya terminado teniendo en su mano la llave del gas que calienta media Europa mientras el Ejército ruso bombardea Ucrania y desafía a Occidente. La interdependencia económica, alimentaria y energética de la Unión Europea con Rusia, que ahora vemos como un error estratégico colosal, se ha defendido en las últimas dos décadas precisamente como lo contrario. Se suponía que esa dependencia serviría de antídoto a pulsiones belicistas, la garantía de que necesitándonos nos mantendríamos a salvo.

Occidente creyó haber enterrado los peligros de la Guerra Fría bajo una entusiasta red de alianzas comerciales de las últimas dos décadas

Atendiendo solo a la idea de que los beneficios del comercio dan a los Estados un incentivo irresistible para permanecer en paz, no se explica que Putin bombardee a su vecino y provoque, además del sufrimiento, el empobrecimiento que se deriva de la guerra. Mirando solo el interés económico, tampoco se entendería que Europa reaccione contra Putin con unas sanciones que también van a causar empobrecimiento a los Veintisiete.

Occidente creyó haber enterrado los peligros de la Guerra Fría bajo una entusiasta red de alianzas comerciales de las últimas dos décadas, pero Putin tenía otros planes. El tirano ruso empezó la guerra que tiene en vilo al mundo un par de días después de negar desde el Kremlin que Ucrania tuviera derecho a existir como nación independiente. Ni siquiera entonces le quisimos creer.

Ni el comercio floreciente ni la globalización en forma de arcos dorados anestesian los delirios del nacionalismo, el imperialismo y las disputas fronterizas. Putin ya había probado errónea la ilusión de que dos países en los que se pudieran comer un Big Mac nunca tratarían de destruirse en 2008, en la guerra de Georgia, y con la invasión de Crimea en 2014. Pero si el mundo pudo mirar para otro lado en estos conflictos tratándolos como excepciones, por qué no iba a poder ignorarlos la teoría de los arcos dorados. El propio Friedman defendió el mismo año de publicación de su libro, cuando la OTAN bombardeaba Serbia, que aunque en Belgrado hubiera McDonald's, en realidad la de los Balcanes era una guerra civil y, al fin y al cabo, la OTAN no era un país.

McDonald's es solo una más de las 300 firmas occidentales que han abandonado Rusia

Nunca ha quedado tan claro cómo de equivocada estaba la tesis de Friedman como tras la invasión de Ucrania. Los arcos dorados de la veintena de McDonald's que había en Kiev no han protegido a millones de ucranianos de los bombardeos, salvo que hayan podido refugiarse en los sótanos de sus restaurantes como refugios antiaéreos.

Es la primera vez que Occidente ve cómo las bombas destruyen prósperas calles comerciales que hasta hace tres semanas eran iguales a las de cualquier otra ciudad europea. Es también la primera vez que las multinacionales arrancan de cuajo su presencia en un mercado tan floreciente como Rusia por un conflicto de esta envergadura, pese a los costes económicos que marcharse les supone. El éxodo vertiginoso de las multinacionales se explica por las sanciones y las dificultades logísticas de operar en medio de una guerra, pero también por la reputación y los valores que estas marcas dicen defender. Ni siquiera en el capitalismo todo es cuestión de dinero.

De Coca-Cola a Ikea, pasando por Zara y Volkswagen, McDonald's es solo una más de las 300 firmas occidentales que han abandonado Rusia desde que Putin invadió Ucrania. Solo que tal vez no sea una más. Si la llegada del primer Big Mac a Moscú en 1990 fue el símbolo del final de la Guerra Fría, su marcha de Rusia resume el nuevo cambio de era. Los símbolos no paran guerras, pero pueden ayudar a entenderlas.

En la lista de los libros imprescindibles para entender por qué Rusia ha invadido Ucrania nadie está incluyendo ‘The Lexus and the Olive Tree’, el 'bestseller' olvidado de Thomas Friedman. Es una pena. Habría que prestarles más atención a las teorías que más se han equivocado, porque son estas las que más ayudan a entender cómo llegamos al desastre. Al fin y al cabo, un despropósito del tamaño de esta guerra, que pone patas arriba los dogmas del orden económico y político en que creíamos vivir, solo puede explicarse como una sucesión de múltiples errores. Este libro es de los que se equivocaron. Y mucho.

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