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La experiencia más inmersiva de Madrid lleva ahí 50 años y no necesita gafas
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Marta García Aller

Segundo Párrafo

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La experiencia más inmersiva de Madrid lleva ahí 50 años y no necesita gafas

La capital que se puede otear sin moverse del sitio porque es el sitio el que se mueve. Volar sin volar y viajar sin salir de Madrid. Todo un simulacro 360º cien por cien analógico

Foto: Teleférico de Madrid.  (EFE/Emilio Naranjo)
Teleférico de Madrid. (EFE/Emilio Naranjo)
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En Madrid están proliferando las llamadas exposiciones inmersivas. Mucha realidad virtual y poco óleo sobre lienzo. Las hay que prometen transportarnos a la Nao Victoria de Magallanes y Elcano para sentir que uno está dando la primera vuelta al mundo y hace no mucho otra invitaba sentarse en la habitación amarilla de Vincent Van Gogh en Arlés y admirar sus girasoles con todo lujo de píxeles. Ahora en Matadero hay una exposición de Klimt en la que te puedes dar un paseo dentro de su célebre beso.

Foto: El Matadero de Madrid presenta el Centro de Artes Digitales. (EFE/Mariscal)

Estas recreaciones a base de pantallas gigantes y gafas de realidad virtual espantan a los entendidos en arte y entusiasman a los amantes de los selfies. No puede extrañarnos demasiado el éxito del fenómeno. Si cada vez más gente visitaba los museos tan preocupada por hacerle fotos a los cuadros que se olvidaba de verlos era cuestión de tiempo que proliferaran simulacros de museos convertidos en ‘photocalls’ gigantes, con recreaciones más fotogénicas que los originales, que ni están ni parece que se los añore demasiado entre tanta inmersión 360º.

Foto: Las obras del genial pintor Van Gogh quedan expuestas como nunca. (Cortesía)

Qué más da que el cuadro que pintó Klimt ni siquiera esté en Madrid sino en la Galería Belvedere de Viena si el original es de 180 x 180 cm y en Matadero podemos verlo en una pantalla de 1200 m2. A Walter Benjamin le daría mucho juego esta vuelta de tuerca de la era de la reproductibilidad técnica.

Antes de que llegaran todas estas experiencias inmersivas, sin embargo, Madrid ya tenía la suya. Muy 360º también. Seguramente la experiencia inmersiva más 360º de todas las que hoy en día ofrece la capital, de hecho. Y cien por cien analógica. No necesita ni gafas de realidad virtual y esta sí que es de gran formato. Grandísimo. Los más de 600 km2 que tiene la capital que se pueden otear sin moverse del sitio porque es el sitio el que se mueve. Volar sin volar y viajar sin salir de Madrid. Todo un simulacro.

placeholder Teleférico de Madrid. (Parques Reunidos)
Teleférico de Madrid. (Parques Reunidos)

Habrá a quien le parezca una exageración hablar con este entusiasmo de un simple viaje en el Teleférico de toda la vida, pero volver a este invento tan del siglo XX es de lo más inmersivo. Madrid a vista de pájaro y sin hologramas en un recorrido de 25 minutos. Y menuda resolución tiene el mundo real, más de alguno se sorprenderá al asomarse. Desde lo alto de la cabina se ve Madrid con total nitidez, siempre que lo permitan los cristales.

No será una vuelta al mundo, como la de Magallanes y Elcano, pero son 2.747 metros de distancia en la misma infraestructura que se inauguró un 20 de junio de 1969, así que también tiene algo de viaje en el tiempo para los más nostálgicos. El día que se inauguró el Teleférico, en el ABC anunciaban pisos en Torremolinos por 2 860 pesetas al mes, la selección de Yugoslavia había ganado a la española 3-0 y el Renault 6 presumía de ser un automóvil de lujo.

Foto: Concierto de Julio Iglesias en el auditorio en los años 60. (Parques Reunidos)

El objetivo inicial del Teleférico, que inicialmente se pensó como un funicular monorraíl y acabó volando, era unir el Paseo Pintor Rosales con el Zoo y el Parque de Atracciones. Tenía sentido práctico. Se trataba de unir el centro de Madrid con la oferta de ocio de la Casa de Campo. Cien millones de pesetas costó. Pero al final el recorrido cambió sin que, como tantas otras cosas del urbanismo madrileño, sea fácil encontrarle sentido pero sí encanto. En vez de servir para llevar a los viajeros a un lugar concreto, el recorrido acabó uniendo una parte noble de la ciudad con la Casa de Campo así en general, por lo que convertía necesariamente el paseo en un fin en sí mismo.

Desaparece el asalto y ya no parece descabellado que Madrid sea la capital europea con más árboles

Es curiosa la imagen de una ciudad vista desde arriba: los tejados rojos de toda la vida y las vías del tren llenas de grafitis de repente dejan paso al campo lleno de verde. De pronto, desaparece el asalto y ya no parece descabellado que Madrid sea la capital europea con más árboles. Tampoco que sea una de las que menos niños tiene. Desde el aire se puede comprobar fácilmente algo que llevaba tiempo sospechando, en los parques madrileños ya juegan más perros que niños. Será que Madrid envejece y se aburguesa o simplemente que al ser miércoles por la mañana los perros juegan con la ventaja de seguir sin escolarizarse.

La perspectiva que da la altura impide disimular el crecimiento deslavazado de la capital, que amontona por todos lados fachadas de toldos verdes en las que desde hace medio siglo se apiña la clase media, la que no hace tanto soñaba con un Renault 6. En el trayecto de 11 minutos que une la Casa de Campo con Pintor Rosales, hasta La Almudena se ve bonita allá a lo lejos. El Manzanares no corre la misma suerte porque el Teleférico le pasa justo por encima y este pequeño río nuestro siempre ha sido más agradecido en la imaginación.

El Teleférico llevaba un año y medio cerrado y acaba de volver a reabrir. Una excusa como otra cualquiera para volver a montarse que disfrutarán sobre todo aquellos que no han vuelto a ver la ciudad desde el cielo desde que las papeleras de la Casa de Campo aún eran amarillas. Las recuerdo gigantes porque cabíamos dentro. Esas sí que eran experiencias inmersivas, pero de otro tipo.

En Madrid están proliferando las llamadas exposiciones inmersivas. Mucha realidad virtual y poco óleo sobre lienzo. Las hay que prometen transportarnos a la Nao Victoria de Magallanes y Elcano para sentir que uno está dando la primera vuelta al mundo y hace no mucho otra invitaba sentarse en la habitación amarilla de Vincent Van Gogh en Arlés y admirar sus girasoles con todo lujo de píxeles. Ahora en Matadero hay una exposición de Klimt en la que te puedes dar un paseo dentro de su célebre beso.

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