Segundo Párrafo
Por
Madrid sin despeinarse
Las peluquerías de barrio de toda la vida están cambiando mucho. Cada vez hay menos negocios tradicionales de señoras y más salones de estilismo especializados. Peluquerías boutique, las llaman
Dice mi peluquero que en Vallecas hay una calle con más peluquerías que bares, que ya es decir. Y sospecha que Madrid es la ciudad con más peluquerías del mundo. Y los rumores que empiezan en las peluquerías están destinados a triunfar. Al fin y al cabo, las peluquerías eran las redes sociales de antes de que existiera internet. Eran el Google, el Tripadvisor y el Instagram de nuestras abuelas. En las peluquerías del siglo XX, mientras se ponían los rulos, las señoras se preguntaban las cosas de la vida que ahora se le consultan al algoritmo y que antes no podían preguntar en ningún otro sitio, porque ellas no eran de bares. Y lo mismo salían de la pelu con la permanente que con un truco para curar verrugas que descubriendo que Elisabeth Taylor tenía marido nuevo.
La información fluía en las peluquerías de barrio como se desliza ahora en los Reels. Brotaban los cotilleos de origen dudoso pero jugoso y eran el lugar perfecto para el postureo antes incluso de que esa palabra existiera. En las peluquerías de antes, algunas quedan, cada vez menos, las señoras se enseñaban las fotos de las bodas y comuniones que llevaban en la cartera. Los ‘likes’ se los daban entre ellas afirmando con la cabeza metida en uno de aquellos secadores con forma de aspirador, que eran lo más de la I+D hasta que en los 60 llegaron los secadores de mano. Una peluquera me contó una vez que los secadores los inventó un tipo que se le ocurrió adaptar el motor de las aspiradoras para que en vez de meter el aire hacia dentro lo sacaran hacia fuera. Chúpate esa, Wikipedia.
Cada vez hay menos peluquerías tradicionales de señoras y más salones de estilismo especializados
Esas peluquerías de barrio de toda la vida están cambiando mucho. Ya no solo porque los looks en vez de elegirlos en las revistas, las clientas los lleven ya elegidos en el móvil y la nueva distancia social impida la cháchara en corro. Cada vez hay menos peluquerías tradicionales de señoras y más salones de estilismo especializados. Peluquerías boutique, las llaman. Las regentan estilistas que dan masajes en la cabeza con unos brazos tatuados hasta el techo y ofrecen cafés Nespresso mientras suena música disco de fondo. Cobran también el doble que antes. Las hay que presumen de interiorismo nórdico, estilistas italianos y tratamientos parisinos aunque te atienda una chica de Alcorcón. Al final el corte de pelo es el mismo, pero es como echarle el pepino al gin tonic. Sirve para darse importancia.
En realidad, con las peluquerías está pasando lo mismo que con las copas. Como bebemos menos que antes, cada vez hacen la copa más sofisticada, y más cara, para compensar. E igual que los bares de máquinas tragaperras de toda la vida van dejando paso a las franquicias y los sitios de diseño, cada vez hay más peluquerías boutique, o con pretensión de serlo. Ya no son como aquellas a las que iba mi abuela dos veces por semana a pasar la mañana con los rulos puestos. Ahora la mayoría de clientas van una vez al mes, en vez de todas las semanas. En parte porque los estilismos duran más, en parte porque la inflación las va convirtiendo en un pequeño lujo, pero también porque hay más señoras que trabajan todo el día y no puedan echar allí una mañana tan fácilmente.
Las peluquerías de caballeros, reconvertidas en barberías hipster, han sufrido su propia revolución
Son también, cada vez más frecuentes, los salones unisex. Aunque las peluquerías de caballeros, reconvertidas en barberías hipster, han sufrido también su propia revolución. Ahora se ha vuelto a poner de moda que luzcan el tradicional cilindro helicoidal de franjas rojas, azules y blancas. Un reclamo que data de la Edad Media, no de Malasaña. Cada vez es más común encontrar una barbería en cada esquina. Algunas van de modernas y otras vintage. Y ahora que nos quitamos por fin las mascarillas y van a poder volver a lucirse bien las barbas arregladas.
En Madrid hay mucha barbería moderna y peluquería cool, pero siguen existiendo las de toda la vida, por supuesto. Las más antiguas de Madrid son La Moderna de la calle Alcalá y El Kince de Cuchilleros. Siguen cortando el pelo a navaja, afeitan con brocha al que se lo pida y tienen los típicos sillones de barbero en los que además de cortar el pelo guardan al cliente secreto de confesión. Los peluqueros diseccionan como nadie la vida en la ciudad. Resulta que sí, que en España hay el doble de peluquerías que la media europea. El dato de Madrid no lo he encontrado, pero mi peluquero lo tiene claro.
Dice mi peluquero que en Vallecas hay una calle con más peluquerías que bares, que ya es decir. Y sospecha que Madrid es la ciudad con más peluquerías del mundo. Y los rumores que empiezan en las peluquerías están destinados a triunfar. Al fin y al cabo, las peluquerías eran las redes sociales de antes de que existiera internet. Eran el Google, el Tripadvisor y el Instagram de nuestras abuelas. En las peluquerías del siglo XX, mientras se ponían los rulos, las señoras se preguntaban las cosas de la vida que ahora se le consultan al algoritmo y que antes no podían preguntar en ningún otro sitio, porque ellas no eran de bares. Y lo mismo salían de la pelu con la permanente que con un truco para curar verrugas que descubriendo que Elisabeth Taylor tenía marido nuevo.
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