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Segundo Párrafo
Por
El día en que los franceses hicieron temblar la Unión Europea
De haber ganado Le Pen, Francia se habría convertido en otro país y Europa en otro continente. La victoria de Macron es un alivio para la UE, pero también una valiosa prórroga para afrontar el doble desafío del que depende el futuro del continente
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Marine Le Pen no ha ganado las elecciones francesas, pero tampoco las ha perdido. La segunda economía más grande de la Unión Europea y su única potencia nuclear ha dado a la extrema derecha el mejor resultado de su historia y ha votado a regañadientes por un continuismo del presidente Emmanuel Macron en medio de una abstención récord. Hasta que a las 20:00 horas se conoció el resultado, la UE estaba en vilo.
Macron ha ganado, pero el resultado dará mucho que pensar tanto en París como en Bruselas. Cuatro de cada 10 franceses que acudieron a las urnas el domingo consideran a Le Pen la solución a sus problemas. Su nacionalismo xenófobo y su euroescepticismo rupturista han pasado de estar proscritos en la política francesa a ser una opción política homologable para buena parte de la sociedad francesa, que ya no teme sus propuestas extremistas o, al menos, las prefiere a más de lo mismo.
De haber ganado Le Pen, como advertía el semanario alemán 'Der Spiegel' hace días, Francia se habría convertido en otro país y Europa en otro continente. Si tras Hungría y Polonia, en manos de Viktor Orbán y Mateusz Morawiecki, Francia hubiera pasado a estar gobernada por la derecha populista y antieuropeísta, el riesgo de un efecto dominó anti-UE en todo el continente habría sido mucho mayor. Desde este punto de vista, es normal que el europeísmo respire aliviado nada más conocer que Le Pen no daba una sorpresa como la que hace seis años sacudió al continente con el referéndum del Brexit y a EEUU con Trump. Lo que no debería es ignorar las señales de alarma que corroboran el buen resultado de Le Pen.
En estas elecciones, la ultraderecha se ha convertido en líder indiscutible de la oposición
Es verdad que Macron ha ganado con claridad las presidenciales, pero también con claridad se consolida el peligroso desafío de Le Pen al proyecto europeo. La candidata ultraderechista no ha ganado, pero ha logrado un apoyo inaudito en las urnas defendiendo la superioridad del derecho francés sobre el derecho europeo, es decir, desafiando la esencia misma de la UE, a la manera de Orbán. A Le Pen le ha bastado para lograr un buen resultado con maquillar, que no ocultar, su radicalidad. Al fin y al cabo, entre sus propuestas estaba prohibir el velo islámico en público en el país con más población musulmana de la UE; proponía a los franceses distanciarse de la OTAN en plena guerra en Europa; aspiraba a erradicar las prestaciones por hijos a todos los ciudadanos no franceses, incluidos los europeos, y promovía el acceso preferente al empleo y la vivienda a los franceses por encima de cualquier otro ciudadano (lo que choca de pleno con las leyes europeas de mercado único); las deportaciones masivas de inmigrantes están también en su lista.
A pesar de que hasta el último momento no estuvo del todo claro, Macron ha conseguido revalidar su mandato otros cinco años, un hito si consideramos que ningún presidente francés lograba ser reelegido desde hace 20 años. Sin embargo, ese hito se ensombrece con todo lo que Le Pen tiene que celebrar. En estas elecciones, la ultraderecha se ha convertido en líder indiscutible de la oposición y ha reducido a la mitad la distancia con Macron de las elecciones de 2017. También ha enterrado por completo la idea de que la segunda vuelta francesa sirve de cortafuegos para mantener a salvo las instituciones de un candidato antisistema. Qué lejos queda aquel arrinconamiento ejemplarizante de la segunda vuelta de 2002, en la que el padre de Marine, Jean-Marie Le Pen, obtuvo apenas un 17,8% frente al apabullante 87,2% de Jacques Chirac. Si lo comparamos con entonces, el 56,5% que ha sacado este domingo Macron ya no parece tan contundente.
Marine Le Pen ya no es una anomalía en Europa. Es uno de los símbolos más inquietantes de la nueva normalidad
Tanto Macron como Bruselas arriesgan mucho si se limitan a celebrar que el voto por la estabilidad ha prevalecido frente a la tentación del cambio radical hacia lo desconocido de las promesas populistas. Esta derrota de Le Pen no despeja su amenaza, solo la retrasa.
Y el escenario no es nada halagüeño en el medio plazo para la estabilidad. Los partidos tradicionales han ido desapareciendo y el poder en Francia queda en manos de un presidente sin partido ni reemplazo, normal que los ultraderechistas se froten las manos para las siguientes elecciones.
Le Pen ya no es una anomalía en Europa. Es uno de los símbolos más inquietantes de la nueva normalidad en la que los populismos amenazan la estabilidad del continente porque han aprendido a canalizar el malestar de buena parte de los ciudadanos. A la mayor parte de la gente que ha votado por Le Pen, como la que votó por la extrema izquierda de Mélenchon en la primera vuelta, no le preocupan tanto el conflicto en Ucrania y las conexiones de Putin con Le Pen como llegar a fin de mes. Son las regiones más afectadas por la crisis y la inflación, las que menos perspectivas de crecimiento y menos esperanza albergan, en las que más ha calado el descontento hacia Macron, que ha sabido canalizar Le Pen.
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Por eso, la victoria de Macron es un alivio para la UE, pero también una valiosa prórroga para afrontar el doble desafío del que depende el futuro del continente. Por un lado, el de cohesionar la segunda economía del continente, que adolece de una sociedad profundamente polarizada y desencantada, con la extrema derecha y la abstención en máximos históricos. Por otra, la de la necesidad de renovar la ilusión por el proyecto comunitario, al que cada vez le salen más fuerzas díscolas que amenazan su futuro.
El propio presidente Macron, en su discurso nada más ser reelegido, ha prometido que en su proyecto no habrá continuidad sino renovación. También ha asegurado buscar una respuesta para los que han votado a Le Pen por despecho. Ahí es donde el alivio busca su verdadero consuelo. En que si un 40% de los franceses ha votado por Le Pen no sea porque está de acuerdo con sus ideas, sino porque no ha encontrado entre tanta incertidumbre mejor forma de canalizar su indignación. Macron, que necesita ahora una mayoría parlamentaria en las legislativas, dice darse por enterado de que hace falta un cambio que ilusione. ¿Se habrá enterado la UE?
Marine Le Pen no ha ganado las elecciones francesas, pero tampoco las ha perdido. La segunda economía más grande de la Unión Europea y su única potencia nuclear ha dado a la extrema derecha el mejor resultado de su historia y ha votado a regañadientes por un continuismo del presidente Emmanuel Macron en medio de una abstención récord. Hasta que a las 20:00 horas se conoció el resultado, la UE estaba en vilo.