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El que dimite bien, la que dimite mal y los que no dimitirán jamás
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Marta García Aller

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El que dimite bien, la que dimite mal y los que no dimitirán jamás

Mónica Oltra se va tarde y a regañadientes. Y de poco sirve dimitir cuando se hace sin querer porque no queda otra salida

Foto: La exvicepresidenta de la Generalitat y coportavoz de Compromís, Mónica Oltra. (EFE/ Ana Escobar)
La exvicepresidenta de la Generalitat y coportavoz de Compromís, Mónica Oltra. (EFE/ Ana Escobar)
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De las fiestas, como de la política, cuesta mucho irse bien. Las hay que nos quedamos hasta el final pase lo que pase, no sé si por inercia o por curiosidad, no sea que nos perdamos algo. Y normalmente acabamos la noche con dolor de pies y el rímel fatal, pero con la satisfacción que deja una misión cumplida, la de que nadie te lo tenga que contar mañana. Y luego están las que, como me confesó una 'top model' que aprendió desde muy joven por consejo de su madre, saben irse en el mejor momento, cuando todo el mundo está pasándoselo bien y todavía lucen impecables. Así el recuerdo que dejan es mucho más nítido. Yéndose a tiempo aspiran a convertirse en leyenda.

Normal que en política haya pocas leyendas, a juzgar por lo mucho que les cuesta irse. Dejar un cargo debe de ser aún más difícil que marcharse de las fiestas. Sin embargo, hay veces que un político se va de forma modélica. Lo hemos visto esta semana. Nada más perder todos los escaños que le quedaban a Ciudadanos en el último Gobierno autonómico que retenía, Juan Marín anunció su dimisión. Se va cuando ya le están encendiendo las luces y su garito está casi vacío, pero hay que reconocerle al vicepresidente de la Junta de Andalucía que asume su responsabilidad con elegancia. Aunque Marín se dice agradecido por haber podido servir estos años a su tierra, y asegura que los andaluces no se equivocan, pese a no haberle dado ningún escaño, no esconde que se va desconcertado. No sabe qué ha hecho tan mal para un castigo tan duro. Pero se va.

El adiós de Marín demuestra que no hace falta entender lo que uno ha hecho mal para asumir la responsabilidad en la derrota. No entenderlo, de hecho, es peor porque si no sabes qué falla, no lo puedes arreglar. Algunas veces, y esta parece una de ellas, los errores son ajenos, aunque la responsabilidad sea propia. Su dimisión es una muestra de coherencia. Marín se aparta sin victimismos, revanchismos ni cuentas pendientes. Son tan escasas las veces que vemos renunciar al cargo con tanta elegancia que cada vez que un político dimite bien dan ganas de salir corriendo, si no a votarlo, al menos a darle un abrazo.

También se puede dimitir mal. Fatal. Es como pretender que uno se está yendo del garito dignamente mientras le están echando. La ya exvicepresidenta valenciana, Mónica Oltra, ha dimitido tarde, a regañadientes y regañando. Deja el cargo cinco días después de que le imputaran el presunto encubrimiento desde su consejería del abuso a una menor por el que fue condenado su exmarido. Inicialmente, dijo que resistiría en el cargo para defender la ética y la verdad. Finalmente, se va diciéndose víctima de una infamia. Con lo bien que hubiera quedado explicando que se iba para probar en los tribunales su inocencia y que así la causa judicial no perjudique a su formación política.

Foto: La vicepresidenta de la Generalitat y coportavoz de Compromís, Mónica Oltra (c). (EFE/Escobar)

Cuando estaba en la oposición, Oltra abanderaba la idea de que un político debería abandonar su cargo si lo imputaban. Y aunque una imputación no cuestiona su presunción de inocencia, es la presunción de coherencia la que ha ido perdiendo por el camino al no aplicarse desde el principio el mismo rasero que antes exigía a los demás.

No ayudó tampoco a que Oltra permaneciera en el cargo que el sábado pasado, solo dos días después de la imputación, apareciera cantando y bailando en un acto público de su partido. El vídeo del acto tuvo mucha repercusión porque desentonaba con la gravedad de la imputación por el presunto encubrimiento de abusos a una menor tutelada. El presidente Ximo Puig dictó sentencia política cuando le preguntaron qué opinaba del baile de su socia de gobierno. Dijo que él “no estaba para fiestas”. Fuera la imputación o las críticas por el baile, la presión hizo insostenible que Oltra permaneciera en el cargo.

Foto: La vicepresidenta de la Generalitat y coportavoz de Compromís, Mónica Oltra (c). (EFE/Escobar)

Lo malo de dimitir tarde, sin asumir responsabilidad alguna, cargando contra los demás y sin reconocer error alguno, es que ya no sirve de casi nada. Salva la coalición valenciana 'in extremis', pero no el desgaste de Oltra y de rebote el de Compromís. Si Oltra hubiera dimitido nada más conocerse su imputación, habría sido coherente con el listón tan alto de ejemplaridad que ella misma exigía cuando entró en política. Su credibilidad habría quedado intacta para volver a la política si finalmente se desestimaran los cargos que se le imputan. Pero de poco sirve dimitir cuando se hace sin querer porque no queda otra salida.

Luego están los que no dimitirán jamás, sea como sea el fiasco de grande. Inés Arrimadas parece dispuesta a ser la última que apague la luz. Tras el fiasco del 19-J por el que dimitió Marín, Arrimadas dice que no ve qué arreglaría yéndose ella. Lo grave es que tampoco deja claro qué arregla quedándose. Refundar la marca es su última idea. Como si el problema cuando la fiesta no funciona se solucionara cambiándole el nombre al garito.

Foto: Mónica Oltra, poco antes de anunciar su dimisión. (EFE/Ana Escobar))

Y por último están los que ni siquiera ven el fiasco. En el PSOE no ha dimitido nadie por sacar el peor resultado de su historia en Andalucía, porque están demasiado ocupados en demostrar que nada de eso tiene que ver con el Gobierno. Tampoco en Podemos e IU han tenido ningún problema para asimilar su batacazo electoral. Por lo que vienen diciendo, la culpa de que la izquierda fracasara creen que ha sido del PP y de Teresa Rodríguez.

A Yolanda Díaz, por su parte, lo más parecido a una asunción de responsabilidades por el mal resultado de su candidata en Andalucía es reconocer que siente “tristeza”. Yolanda Díaz aún no podría dimitir por los malos resultados de la dirección de su partido, porque todavía no tiene uno. Y como siga así, no va a poder dimitir jamás. Hay a quienes les cuesta irse, pero los hay también que no acaban de llegar.

De las fiestas, como de la política, cuesta mucho irse bien. Las hay que nos quedamos hasta el final pase lo que pase, no sé si por inercia o por curiosidad, no sea que nos perdamos algo. Y normalmente acabamos la noche con dolor de pies y el rímel fatal, pero con la satisfacción que deja una misión cumplida, la de que nadie te lo tenga que contar mañana. Y luego están las que, como me confesó una 'top model' que aprendió desde muy joven por consejo de su madre, saben irse en el mejor momento, cuando todo el mundo está pasándoselo bien y todavía lucen impecables. Así el recuerdo que dejan es mucho más nítido. Yéndose a tiempo aspiran a convertirse en leyenda.

Mònica Oltra
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