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El mal tiempo ya no es lo que era
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Marta García Aller

Segundo Párrafo

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El mal tiempo ya no es lo que era

Entre salvar el futuro de la humanidad y salvar el grifo del agua caliente, hemos elegido rápido

Foto: Un trabajador de la construcción bebe agua para combatir el calor en Valencia. (EFE/Biel Aliño)
Un trabajador de la construcción bebe agua para combatir el calor en Valencia. (EFE/Biel Aliño)
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Uno de los mejores indicios de que el mundo que conocíamos está patas arriba es que, sin darnos cuenta, las palabras con las que explicábamos lo cotidiano empiezan a significar lo contrario. Ya nos pasó en la pandemia, cuando lo positivo pasó a ser malo y lo negativo, positivo. Este verano, la confusión llega cuando alguien que se asoma a la ventana dice que hace bueno. ¿Qué será eso?

Si está en su sano juicio, en medio de la ola de calor más extrema desde que hay registros, alguien dirá que hace bueno si ve que el cielo se llena de nubes. ¿Se imaginan que de pronto lloviera? Qué buen día se ha quedado, diríamos aliviados. Con suerte, se esconde un rato el sol y nos queda un día perfecto de playa.

¿Mal tiempo? Mal tiempo es no saber si estamos abriendo el horno o la ventana. Mal tiempo son 46 grados a la sombra. Lo de que el mal tiempo en vacaciones fuera el lluvioso, eso era antes. Antes de que los glaciares de los Alpes y las pistas del aeropuerto de Lutton se derritieran por las olas de calor. Antes de que el sur de Europa estuviera registrando récord de incendios. Antes de que España cifrase en más de 500 los muertos por las altas temperaturas solo en la última semana. Antes, en definitiva, de que el cambio climático amenazara con que esto sea la nueva normalidad.

El mundo está patas arriba, sí. El lenguaje, también. Si no, la Unión Europea no llamaría de pronto energías verdes al gas y la energía nuclear y a Azerbaiyán un socio fiable. Y los mismos políticos que en noviembre, en la cumbre de Glasgow, prometían hacer de la lucha contra el cambio climático y la descarbonización su máxima prioridad no estarían reabriendo centrales de carbón y yéndose de compras a ver qué amable dictadura vecina nos hace precio en sus combustibles fósiles.

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Es desesperante, pero comprensible. Aunque el cambio climático es el mayor desafío al que nos enfrentamos, que Putin cierre a Europa la llave del gas parece más urgente. Y como las promesas para hacer frente al cambio climático son incompatibles en el corto plazo con la subida de los costes de la energía y la amenaza rusa del desabastecimiento, los mismos que hace nada nos prometían salvar el planeta aspiran ahora a algo mucho más mundano. Entre salvar el futuro de la humanidad y salvar el grifo del agua caliente, hemos elegido rápido.

Y como los apocalipsis se nos van acumulando, los vamos poniendo en lista de espera. Así, la Unión Europea ha decidido hacer la vista gorda en las emisiones contaminantes en plena ola de calor provocada por el cambio climático, sabiendo que a largo plazo solo empeorará el problema, pero que en el corto no había escapatoria política. Ningún apocalipsis sin su contradicción.

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Entre tanto, Europa sigue ardiendo. En la UE, la superficie quemada en los últimos incendios multiplica por tres la media de los últimos 15 años y en España casi duplica la media de la última década. La ciencia tiene claro hace mucho que las temperaturas extremas van a ser cada vez más frecuentes y que el cambio climático está detrás de la gravedad de estos incendios, también del exceso de muertes por el calor.

El cambio climático no es una excusa, es una emergencia. Otra. Y por más que lo ignoremos, no va a desaparecer

De ahí que de todas las confusiones del lenguaje, la más tramposa sea utilizar el cambio climático como una coartada para lavarse las manos, en vez de como una llamada a la acción. Si cada vez los fenómenos climáticos extremos son más frecuentes, más urgente será dedicar más recursos a la prevención de sus efectos. Si cada vez suben más las temperaturas en verano, cómo puede pillar por sorpresa que falten más brigadas forestales y bomberos, o que se precise más vigilancia y recursos que nunca en los montes durante todo el año para evitar que salgan ardiendo.

Sabemos que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero sería lo más efectivo para paliar la amenaza del cambio climático. Sabemos también que esa no va a ser la prioridad mientras Putin amenace el suministro energético del continente. Buena parte de los objetivos para reducir los combustibles fósiles van a tener que esperar, pero hay muchas otras acciones políticas que se podrían estar haciendo para frenar sus efectos. El cambio climático no es una excusa, es una emergencia. Otra. Y por más que lo ignoremos, no va a desaparecer. Nuestras contradicciones, tampoco.

Uno de los mejores indicios de que el mundo que conocíamos está patas arriba es que, sin darnos cuenta, las palabras con las que explicábamos lo cotidiano empiezan a significar lo contrario. Ya nos pasó en la pandemia, cuando lo positivo pasó a ser malo y lo negativo, positivo. Este verano, la confusión llega cuando alguien que se asoma a la ventana dice que hace bueno. ¿Qué será eso?

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