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La Nochebuena y el Apocalipsis
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Marta García Aller

Segundo Párrafo

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La Nochebuena y el Apocalipsis

Descartar el hundimiento económico es motivo de alegría, qué duda cabe, aunque solo sea por razones financieras. Pero no siempre por razones políticas

Foto: La presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde. (Reuters/Wolfgang Rattay)
La presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde. (Reuters/Wolfgang Rattay)
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Estaría bien sentar a optimistas y pesimistas frente a frente esta Nochebuena. No con ánimo de buscar conflicto, sino por organizarnos, para ir compensando, como intercalar los comensales que pelan bien los langostinos con los que tienen artritis. Frente a frente se intercambian mejor los argumentos y los crustáceos.

Los pesimistas empezarían la cena diciendo que madre mía qué caro está todo, que los alimentos han subido más de un 15% y más que van a subir. Y si además de pesimistas son rencorosos y no poco redichos le dedicarían algún reproche también a Christine Lagarde y Jerome Powell por haber insistido el año pasado en que las subidas de precios serían algo pasajero. "¡Y la ministra Calviño!", añadiría alguien seguramente disconforme con que la alineación de la mesa no se haga por ideología.

Foto: La presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde. (Reuters/W. Rattay)

Criticar a los mandamases del BCE y la FED no será lo más provocador que puede pasar en una cena navideña, es verdad, pero siempre hay alguien con ganas de llevar la contraria. Así que seguro no faltarían los optimistas que salieran a defender a Powell y Lagarde, incluso a Calviño, alegando que la guerra de Ucrania no se podía prever y, sobre todo, que la economía española y los precios empiezan a dar buenas noticias.

"¿Buenas noticias los precios? ¿Pero tú sabes lo que me han costado estas almejas? ¡Un 44% más que el año pasado!", diría un pesimista al que además de a leer el dato en el periódico le hubiera dado tiempo a ir al mercado. "Si hasta la lombarda está por las nubes", añadiría otro de su lado de la mesa, porque si no nos acordamos de la lombarda en Nochebuena cuándo nos vamos a acordar.

Uno de los optimistas sin artritis presumiría de que los langostinos han bajado un 4,5% de precio mientras pela unos cuantos y los moja en la mahonesa, cruzando los dedos para que nadie le saque el tema del precio del aceite y los huevos. "La granada también ha bajado", diría al servirse la ensalada de escarola, "¿Veis? No todo sube, ¿alguien quiere otro langostino?". "Lo único que no suben son los salarios", respondería el pesimista que tuviera enfrente.

El pesimista más atento replicaría rápidamente que como Putin corte el grifo del gas no va a haber molinos de viento que valgan

Para darse la razón, el optimista habría cocinado pularda (que es la única carne que ha bajado de precio) y alegaría además lo buena señal que es haber podido asarla el día más barato del año para poner el horno. El megavatio hora, explicaría, está en mínimos gracias a la climatología, porque con más viento y más agua en los embalses se ha abaratado la luz. "Y gracias también al tope del gas", puntualizaría otro de los que echa de menos haber alineado la cena en izquierdas y derechas y busca meter cizaña.

El pesimista más atento replicaría rápidamente que como Putin corte el grifo del gas no va a haber molinos de viento que valgan. Y que si vuelve a ponerse seria la amenaza de guerra nuclear ni pularda ni pulardo. Ahí estarían todos de acuerdo.

El invitado de última hora —siempre hay un invitado de última hora— sería el Banco de España. Habría entonces cierta confusión en si hacerle hueco o no en el lado optimista de la mesa. Le aceptarían de mala gana por haber revisado una décima en su precisión de crecimiento, reconocer que el empleo tira del consumo y por alejar el riesgo de recesión; sin embargo, los pesimistas lo reclamarían de su lado porque el BCE también acaba de alertar de que la inflación va a ser persistente y el inicio de 2023, complicado. Habría que sentarlo un rato a cada lado.

Foto: El vicepresidente del Banco Central Europeo, Luis de Guindos. (EFE/Chema Moya)

Los optimistas sacarían los últimos datos del INE en el segundo plato. Es que estamos en una cena navideña de gente muy redicha en la que la gente se sabe los datos de Contabilidad Nacional. Que si se revisa al alza el PIB de los tres últimos trimestres, que si la economía española superará el 5% de crecimiento este año, que si esta cifra es mejor incluso de lo que preveía el Gobierno cuando le acusaron de ser demasiado optimista.

El BCE levantaría entonces la mano para recordar que España es la única economía de la zona euro que no ha recuperado su nivel de actividad previo a la pandemia. Y, como por cenizo le tocaría volver a cambiarse de sitio, de paso le piden que traiga más pan.

Los más inquietos con esta separación argumental en pesimistas y optimistas serían autónomos y empresarios. Sobre todo, de derechas. Los del lado optimista, el mejor para el negocio, brindarían porque el año que viene al final no parece que vaya a haber recesión y porque ojalá la gente pierda el miedo.

No lo tienen fácil tampoco los pesimistas de izquierdas compartiendo su lado de la mesa con la derecha pesimista

Haber descartado el apocalipsis económico es motivo de alegría, qué duda cabe, aunque solo sea por razones financieras. Pero no siempre cuadra con las razones políticas. Los más sinceros se lamentarían en alto de que al Gobierno le pueda salir bien la jugada si, en el año electoral que empieza, la inflación se modera y el consumo y el empleo siguen remontando. Si gana la izquierda de nuevo, ¡otro apocalipsis! El de las subidas de impuestos, el salario mínimo y no sé cuántas cosas más.

No lo tienen fácil tampoco los pesimistas de izquierdas compartiendo su lado de la mesa con la derecha pesimista, por más que ambos compartan tentación por el apocalipsis. Una cosa es estar incómodos cada vez que alguien canta victoria porque la economía va bien en España, y aprovechar para recordar todos los indicadores que alertan de que la desigualdad sigue aumentando, los sueldos no suben y el aumento de la pobreza infantil en España es escalofriante. Y otra muy distinta que recordar todo lo que va mal lo utilice la derecha para desprestigiar a la izquierda.

Entre los pesimistas de izquierdas no faltarán esta Nochebuena los temerosos de que la multiplicación de partidos y divisiones internas logre que al final que gobierne la derecha con la ultraderecha… ¡Será por apocalipsis!

Es exactamente eso lo que esperan que pase los optimistas de derechas

En el lado más optimista, sin embargo, la derecha propondría otro brindis convencida de que todo va a salir bien. Porque en 2023 la economía remonte pero no sea el tema clave del año electoral, sino que vuelva a serlo Cataluña. Los optimistas de izquierdas más intrépidos brindarían por esto mismo, siempre y cuando fuera para demostrar que la reforma de la sedición y la malversación sirven para calmar el procés.

Los pesimistas de izquierdas, sin embargo, no brindarían por el efecto que Cataluña pueda tener en las urnas. Su mayor temor sería que la reforma de malversación sea una chapuza tal que provoque un goteo de rebaja de penas a corruptos de toda índole en plena campaña electoral. Es exactamente eso lo que esperan que pase los optimistas de derechas.

Llegado este punto, y tras haber cuidadosamente evitado durante horas discutir sobre el CGPJ, los comensales se habrían ido recolocando para los postres por afinidades ideológicas. Intentar alinearlos de otra manera que no fuera a favor o en contra del Gobierno sí que era pecar de optimista.

Estaría bien sentar a optimistas y pesimistas frente a frente esta Nochebuena. No con ánimo de buscar conflicto, sino por organizarnos, para ir compensando, como intercalar los comensales que pelan bien los langostinos con los que tienen artritis. Frente a frente se intercambian mejor los argumentos y los crustáceos.

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