Segundo Párrafo
Por
Ardern contra el 'Manual de resistencia': cuándo es momento para dejarlo
Los políticos que siguen al frente de sus responsabilidades sin estar en plenitud para ello no son comparables a los deportistas de élite que se sobreponen a la adversidad
Quedarse está sobrevalorado. En los trabajos, en las fiestas y en las relaciones. Pero aguantar lo máximo posible, aunque sea sin ganas, está bien visto. La heroicidad se la reconocemos al resistir y escasas veces a la renuncia. Estamos educados y, sobre todo, educadas, para aguantar, aunque sea a costa de la salud y de todo lo demás. Si ni siquiera se puede dejar una serie a medias sin que remuerda un poco la conciencia, habrá que aplaudirle a Jacinda Ardern la valentía de renunciar a su cargo, reconociendo abiertamente que ya no puede más. La primera ministra de Nueva Zelanda está dando con su abandono una última lección de liderazgo.
Está bien visto que un político o un directivo dimita si se ve envuelto en un escándalo, pero hay menos costumbre de reconocerle el mérito de dejar su cargo porque ya no tiene más ganas de seguir. O más energía. "Me voy, porque con un puesto tan privilegiado viene la responsabilidad: la responsabilidad de saber cuándo eres la persona adecuada para liderar y también cuándo no", dijo Jacinda Ardern en el discurso de su renuncia sorpresa. "No puedo ni debo hacer este trabajo a menos que tenga el depósito lleno y algo más en la reserva para poder afrontar los retos inesperados".
Algunas de las críticas contra Ardern por su decisión de abandonar el poder antes de tiempo consideran su renuncia un síntoma de debilidad. Responden a esa idea de que un buen líder nunca debería renunciar a su responsabilidad por muy agotado que esté, que su trabajo es seguir adelante. Está tan bien visto presumir de resistir contra todo y contra todos que el presidente Sánchez basó en dar lecciones de ello su autobiografía Manual de resistencia (y ganó unas elecciones después).
Los liderazgos que rebosan vanidad tienden a creer que su país o su empresa o su partido les debe tanto por los servicios prestados que merecen un epílogo innecesario. Son esos altos cargos, y a menudo ni siquiera altos, que se niegan a rendirse incluso cuando ya no están en plenitud de facultades porque se creen imprescindibles. A algunos, incluso, la historia les atribuye cierta heroicidad por ello. Sin embargo, tachar de débil o cobarde al que sabe rendirse a tiempo tiene más de falta de respeto al cargo que vocación de honrarlo.
"Tachar de débil o cobarde al que sabe rendirse a tiempo tiene más de falta de respeto al cargo que vocación de honrarlo"
Los políticos que siguen al frente de sus responsabilidades sin estar en plenitud para ello no son comparables, o no deberían serlo, a los deportistas de élite que se sobreponen a la adversidad. Estos a lo sumo se arriesgan a una lesión por tratar de pasar a la siguiente ronda (esto también tendríamos que hacérnoslo mirar). Pero un político o un directivo que no sabe cuándo parar no es solo un peligro para sí, también para la gente que tiene a su cargo. Por eso, cuando lo que se tiene a cargo es un país entero, deberíamos agradecer especialmente el buen criterio de saber parar a tiempo.
En la decisión de Ardern pueden haber influido otros factores externos. Las amenazas contra la que fuera la primera ministra más joven de la historia (llegó al cargo con 37, ahora tiene 42) se han triplicado en los últimos tres años. Especialmente desde grupos contrarios a las vacunas y defensores de las armas. La cantidad de contenido online con abusos hacia ella también ha aumentado mucho últimamente. Y el acoso contra ella ha sido incluso físico, con episodios que incluyen manifestantes persiguiendo su coche oficial mientras le gritaban obscenidades. Las amenazas de muerte también se volvieron frecuentes. ¿Hasta cuándo merece la pena aguantar? Ardern reconoció que las amenazas han tenido algún impacto en su decisión, pero niega que fueran la base de la misma.
Ardern reconoció que las amenazas han tenido algún impacto en su decisión, pero niega que fueran la base de la misma
Alejarse de un trabajo no siempre es fácil ni factible. Pero los expertos alertan de que cuando se sufre agotamiento emocional y la sensación de que da igual cuánto se trabaje o se esfuerce porque no puede hacer bien su trabajo, es momento de plantearse una salida. Una alerta puede ser el bienestar emocional, pero también el físico. No sentirse respetado en el trabajo es también, según varios estudios, una de las razones principales que lleva a la gente a abandonar su trabajo.
Abandonar ha sido mucho tiempo cosa de cobardes. Sin embargo, hay que ser muy fuerte para marcharse dignamente, reconociendo que detrás puede venir otro u otra mejor. Es momento de reconocer la valentía de quienes conocen sus límites, especialmente si tienen un puesto de especial relevancia y no se arrastran mendigándole a la historia un ratito más en el cargo. Hay mucha vanidad en creerse imprescindible. Y en presumir de que resistir como un fin en sí mismo, sobre todo cuando se trabaja para los demás.
Quedarse está sobrevalorado. En los trabajos, en las fiestas y en las relaciones. Pero aguantar lo máximo posible, aunque sea sin ganas, está bien visto. La heroicidad se la reconocemos al resistir y escasas veces a la renuncia. Estamos educados y, sobre todo, educadas, para aguantar, aunque sea a costa de la salud y de todo lo demás. Si ni siquiera se puede dejar una serie a medias sin que remuerda un poco la conciencia, habrá que aplaudirle a Jacinda Ardern la valentía de renunciar a su cargo, reconociendo abiertamente que ya no puede más. La primera ministra de Nueva Zelanda está dando con su abandono una última lección de liderazgo.
- Lo más difícil del efecto Sémper Marta García Aller
- Una pregunta, señor Mañueco Marta García Aller
- Vox, el aborto y la incompetencia Marta García Aller