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Por qué cuando mejor va la economía, menos habla Sánchez de ella
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Marta García Aller

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Por qué cuando mejor va la economía, menos habla Sánchez de ella

A lo mejor no es que no funcione electoralmente hablar de lo que ha salido bien en la gestión de este gobierno, sino que no funciona ignorar todo lo que ha ido mal

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Mariscal)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Mariscal)
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De todos los riesgos que corre el presidente Sánchez con el adelanto electoral al 23-J, y anda que no hay, seguramente el más arriesgado de todos sea el de haber empezado la precampaña insultando a sus potenciales votantes. A la gente que antes votaba socialista, pero ha dejado de hacerlo, o contra quien no votó a la izquierda el domingo pasado, pero aún está pensando si votar en las generales. Podría estar tratando de seducir a estos votantes presumiendo de buena gestión económica y avances sociales con una campaña en positivo y, sin embargo, ha optado por agitar el miedo a una derecha que atrae a cada vez más votos con la sola promesa de derogar el sanchismo, como se vio el 28-M.

Insultar a los votantes no solo es llamarles fachas, que está muy visto, sino llamarles tontos. Es la esencia de la estrategia de la ola reaccionaria de la que lleva el presidente advirtiendo desde que la mañana de resaca electoral adelantó las elecciones al 23-J. Viene a decir que la gente está votando a la derecha porque no sabe lo que hace. La premisa es tan vanidosa como arriesgada. Parte de que quien no le vote debe de ser un tonto o un insensato, porque si no, con lo bien que lo ha hecho todo este Gobierno y lo malo malísimo que es Feijóo, no se lo explica. Y la hipótesis de que la gente no se entera del riesgo que corre ni sabe valorar una buena gestión, no sé si funcionaría para un análisis sociológico del crecimiento de la extrema derecha, pero como estrategia para ampliar la base electoral suena muy imprudente.

La culpa la tendría la ola reaccionaria que confunde a la gente, que no sabe lo que es bueno

Tiene razón este gobierno cuando reivindica que buena parte de su labor legislativa está bien valorada en las encuestas y eso no le ha servido para ganar las últimas elecciones. De la subida del salario mínimo y la ley de la eutanasia a la reforma laboral con la que el desempleo ha alcanzado el récord de ocupados y el menor nivel de parados desde hace 15 años. También la inflación está dando tregua con el último dato del 3,2%.

Se va cumpliendo lo que a principios de año prometían desde el Ministerio de Economía, que las medidas estructurales irían moderando la inflación. Pero cuando mejor va la economía, menos habla de ella el presidente. Pese a haber remontado, contra pronóstico, una situación muy adversa por la pandemia y la crisis energética, no lo quiere como uno de los asuntos centrales de la campaña. Tampoco a la oposición le conviene que salga mucho el tema, claro. Y así es como la economía desaparece misteriosamente de la conversación a medida que va mejorando.

La premisa es que en la anterior campaña ya se intentó y no funcionó. Interpretan desde el Gobierno que esto ha sido así porque los votantes no se enteran. De nuevo, la culpa la tendría la ola reaccionaria que confunde a la gente, que no sabe lo que es bueno. Hay que ver cómo es la gente. Esto es lo más parecido a una autocrítica que ha sido capaz de hacer el presidente por la pérdida de poder regional. Ha dicho que asume en primera persona la derrota, sí, pero luego la autocrítica se la hace a los votantes.

Foto: La vicepresidenta primera y ministra de Economía, Nadia Calviño, clausura la última jornada de reunión del Cercle d’Economia. (David Zorrakino/Europa Press)

Hay otra posibilidad, presidente. Puede que reivindicar la buena gestión sí que haya funcionado. Puede que por eso el PSOE no se haya descalabrado tanto en votos como en cuota de poder al desplomarse sus socios. Si yendo bien la economía el PSOE ha perdido unos 400.000 votos, qué no habría perdido si el paro y el IPC siguieran al alza.

Sorprende que el Gobierno descarte que la gente que ha votado a los socialistas lo haga valorando positivamente la bajada del paro, la subida del salario mínimo y el paquete de medidas sociales que han ayudado a sobrellevar la crisis de la pandemia. Como si fuera en vano reivindicarlo. Pero una cosa es que funcione como reclamo y otra que sirva como una alfombra gigante bajo la que tapar todo lo demás.

A lo mejor no es que los votantes sean tontos, sino que se acuerdan de todo lo demás

Si sacar pecho de las medidas que han funcionado no se acompaña de una explicación convincente de aquellas que no, se deslucen las primeras y amplifican las últimas. El mercado laboral puede estar en récord histórico de afiliados a la Seguridad Social, pero el fiasco por las excarcelaciones del sí es sí y la reforma de la malversación siguen ahí.

A lo mejor no es que no funcione electoralmente hablar de lo que ha salido bien en la gestión de este gobierno, sino que lo que no funciona es ignorar lo que ha ido mal. A lo mejor no es que los votantes sean tontos y tengan mala memoria, sino que se acuerdan de todo lo demás. Puede que reivindicar la buena gestión no baste para ganar unas elecciones, pero renunciar a ello por echarle la culpa a la gente de votar mal es probable que tampoco.

De todos los riesgos que corre el presidente Sánchez con el adelanto electoral al 23-J, y anda que no hay, seguramente el más arriesgado de todos sea el de haber empezado la precampaña insultando a sus potenciales votantes. A la gente que antes votaba socialista, pero ha dejado de hacerlo, o contra quien no votó a la izquierda el domingo pasado, pero aún está pensando si votar en las generales. Podría estar tratando de seducir a estos votantes presumiendo de buena gestión económica y avances sociales con una campaña en positivo y, sin embargo, ha optado por agitar el miedo a una derecha que atrae a cada vez más votos con la sola promesa de derogar el sanchismo, como se vio el 28-M.

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