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Niños, móviles y el descontrol parental
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Marta García Aller

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Niños, móviles y el descontrol parental

Falta más educación digital en niños y padres. Pero más que un descontrol parental, lo que ha habido es un mirar para otro lado por parte de las empresas durante muchos años

Foto: Un niño usa el teléfono móvil y una 'tablet'. (Europa Press/Eduardo Parra)
Un niño usa el teléfono móvil y una 'tablet'. (Europa Press/Eduardo Parra)
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De todas las cosas que van a sorprendernos, dentro de unos años, cuando miremos atrás y examinemos esta época, será la relación que tuvimos con los móviles y las redes sociales en sus primeras dos décadas de existencia. Nos asombraremos de haber tenido a los adolescentes dejados a su suerte en aplicaciones, sin más control que el de su fuerza de voluntad y las normas que cada familia ha ido improvisando. Como si los fabricantes de esa tecnología no tuvieran nada que ver en los riesgos que tienen sus productos. Como si no hubieran sido conscientes de ello desde hace mucho. Como cuando nos sorprende la tranquilidad con la que hace no tanto, los padres nos apilaban en el asiento trasero del coche a los niños sin cinturón de seguridad mientras fumaban un 'piti' con las ventanillas cerradas.

Ahora que acaba de aprobarse el anteproyecto de ley que obligará a instalar un control parental de fábrica en los móviles, cómo no acordarse de cuando los cinturones de seguridad llegaron a los vehículos. En España no fueron obligatorios hasta los años 70 (en los asientos delanteros) y en los 90 (los traseros). Al principio, había muchas reticencias, pese a que la evidencia de la de vidas que salvaría instalarlos. En los 50 y 60, los fabricantes de automóviles todavía se resistían a llevar cinturones de seguridad de fábrica por si transmitía la sensación de que si necesitaba cinturones de seguridad es que el automóvil no era suficientemente seguro. Spoiler: no lo era. Tampoco exigir cinturones en los vehículos era ir contra la industria del automóvil, simplemente hacerla más segura.

Las redes sociales y los smartphones llevan ya casi dos décadas con nosotros. Hay indicios de que Facebook, Instagram, TikTok y demás, aumentan la ansiedad, los trastornos alimentarios y el riesgo de acoso. También los hay de que hace años que estas empresas lo saben y no han hecho lo suficiente para prevenirlo.

Hay muchas cosas que todavía no sabemos, ahora que empiezan a ser adultos los primeros niños que se criaron con smartphones a mano desde pequeños. Pero sabemos que hace 15 años que llegó el botón de ‘Me gusta’ a los móviles y desde entonces la salud mental de los jóvenes ha ido decayendo. Las cifras de los niños, y sobre todo las niñas, que declaran sentirse triste o incluso haber pensado en el suicidio, está en máximos. No sabemos hasta qué punto hay una causa-efecto, y desde luego no es una única causa, pero sí sabemos que el asunto es suficientemente grave como para no desentenderse de los riesgos.

Foto: Mark Zuckerberg, CEO y fundador de Facebook. (Reuters)

Porque de esos riesgos se ha hablado muy poco en los primeros 20 años de vida de las redes y los smartphones. Inicialmente, se han asumido como si fuera un problema individual de cada uno. Y cuando millones de personas tienen el mismo problema, es muy probable que este no sea individual. Sobre todo si detrás hay grandes compañías tecnológicas que tienen a las mejores mentes de su generación invirtiendo talento y recursos, muchos recursos, en hacer lo suficientemente adictivas las pantallas para que la gente pase cuando más tiempo mejor. Y los niños, también.

Los años 20 serán seguramente la época en la que, pagada la novatada de los primeros 20 años iniciales, empecemos a cambiar nuestra relación con los móviles. Normal que empiece a llegar ahora la legislación, una vez que vamos entendiendo sus riesgos. Igual que los 80 fueron los años en los que los cinturones empezaron a tomarse en serio en los coches. Regularlo no tiene por qué ser frenar la innovación ni entrometerse en la libertad individual, si se hace bien servirá para un uso más seguro de la tecnología.

Foto: Son muchos los niños los que acuden a su móvil para contestar dudas, antes que a sus padres. (Pexels/Pixabay)

Hasta ahora el debate en España se había centrado en si móviles sí o no en los colegios y a qué edades. Pero poco a poco, como lleva tiempo pasando en Estados Unidos y en otros países europeos, empezamos a debatir la responsabilidad de las empresas que ganan dinero con esta tecnología.

Es tentador pensar que prohibiendo los móviles hasta cierta edad se soluciona. Las evidencias son complejas. Sabemos, por un estudio que hizo la Universidad de València, que prohibir móviles en centros, y en los recreos, no solo aumenta el rendimiento escolar, también reduce mucho el acoso escolar, hasta el 18%. Sin embargo, otros estudios prueban que es importante que a esas edades los niños aprendan competencias digitales y que puede ser arriesgado que los colegios se desentiendan de formarles en un uso correcto de una herramienta que va a ser omnipresente en su vida. La nueva norma contempla asignaturas de alfabetización digital y controles para la detección de adicciones relacionadas con las pantallas en atención primaria, pero aún están por materializarse.

Falta más educación digital en niños y padres. Pero más que un descontrol parental, lo que ha habido es un mirar para otro lado por parte de las empresas durante muchos años. Pagada la novatada, la tendencia global es exigir a las tecnológicas utilicen precisamente la tecnología para hacerla más segura para los menores. Así que antes de prohibir dispositivos o cargar a los padres con toda responsabilidad, tiene sentido exigirles a los fabricantes los cinturones de seguridad digitales que ayuden a hacerlos más seguros.

De todas las cosas que van a sorprendernos, dentro de unos años, cuando miremos atrás y examinemos esta época, será la relación que tuvimos con los móviles y las redes sociales en sus primeras dos décadas de existencia. Nos asombraremos de haber tenido a los adolescentes dejados a su suerte en aplicaciones, sin más control que el de su fuerza de voluntad y las normas que cada familia ha ido improvisando. Como si los fabricantes de esa tecnología no tuvieran nada que ver en los riesgos que tienen sus productos. Como si no hubieran sido conscientes de ello desde hace mucho. Como cuando nos sorprende la tranquilidad con la que hace no tanto, los padres nos apilaban en el asiento trasero del coche a los niños sin cinturón de seguridad mientras fumaban un 'piti' con las ventanillas cerradas.

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