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El atentado contra el candidato vivido desde Washington
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Marta García Aller

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El atentado contra el candidato vivido desde Washington

Antes un país se conmocionaba a la vez. Y luego cada uno sacaba sus conclusiones, pero al menos el shock era compartido. Ahora ni la noticia se comparte

Foto: Un grupo de seguidores de Trump en una imagen de archivo. (EFE/EPA/Brandon Tauszik)
Un grupo de seguidores de Trump en una imagen de archivo. (EFE/EPA/Brandon Tauszik)

Al día siguiente del atentado contra Trump en Pensilvania, a las puertas de la Casa Blanca sonaba Ray Charles. Bueno, en la misma puerta, no. A lo más cerca que nos podíamos acercar turistas y curiosos, al otro lado del cordón de seguridad, ampliado a raíz del disparo que unas horas antes había intentado acabar con la vida del expresidente y candidato republicano. La canción ‘Beautiful America’, un himno de unidad para los estadounidenses, salía del altavoz que un hombre negro llevaba con un carrito y una pancarta que decía “Stop hating each other because you disagree” (dejad de odiaros porque estéis en desacuerdo). Entre selfie y selfie, nadie le hacía mucho caso.

Ha habido otras llamadas a la unidad desde el atentado en la política estadounidense, de demócratas y republicanos, con éxito parecido. La polarización era muy honda, y tras este episodio de violencia política es probable que se agrande. Aunque en las calles de Washington no se percibe mayor tensión, solo más seguridad por si hubiera disturbios. Pero las únicas manifestaciones estos días cerca de La Casa Blanca son las de los padres y las madres que protestan por sus hijos muertos por el fentanilo.

¿Y cómo es Washington el día después del atentado contra el que seguramente, según las encuestas, sea el próximo presidente de Estados Unidos? Pues salvo por el perímetro de seguridad extra que rodea La Casa Blanca, bastante parecido a todos los demás. Aquí los días históricos están, como los monumentos, por todas partes. Pero sí se percibe una diferencia importante en cómo se viven ahora los días históricos. Ya no son lo que eran. Nada que ver con el día que mataron a Kennedy. Ni siquiera con el día que atentaron sin éxito contra Reagan. Entonces, con un episodio así, todo el mundo se arremolinaba en torno al televisor que tuvieran más cerca para seguir la noticia. El país se conmocionaba a la vez. Y luego cada uno sacaría sus conclusiones, pero el shock era compartido.

Ahora la división es tal que ya ni el shock se comparte. En el momento del atentado contra Trump me pilló en un restaurante en Georgetown, muy cerca del hotel Watergate. ¿Y qué pasó? Pues que todo el mundo miró sus móviles, comentó con el de al lado, y siguió a lo suyo. Nadie buscó corriendo un televisor. No vi a nadie levantándose a preguntar al de al lado qué pasaba ni compartir la consternación con desconocidos.

Foto: Un ciudadano apoya a Trump tras su intento de asesinato. (Reuters/ A. Kelly)
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Todos lo miraron, mirábamos, en los móviles. Y a saber qué veía cada uno. En este mundo siempre en línea y tan polarizado, en el que los acontecimientos históricos se superponen unos a otros, no hay duda de que todos vimos en seguida la foto de Trump nada más recibir el disparo, levantándose con el puño en alto y la oreja ensangrentada, con un dominio de la escena que puede definir una campaña. Cada uno lo vimos en nuestra pantalla.

Pero las redes sociales se inundaron inmediatamente después de los disparos de suposiciones, hipérboles y mentiras sobre el tiroteo. Unos verían las voces de la derecha responsabilizando a Biden del atentado, otros a los que afirmaban sin prueba alguna que el tiroteo era un engaño para reforzar a Trump en las encuestas. Primero llegaban las conclusiones, luego los hechos. Y, a veces, ni eso. Dos mundos paralelos que no se encuentran ni alrededor de una misma pantalla para enterarse de qué pasa. Cada uno a lo suyo.

Un atentado como este puede cambiar un país. Lo decía en un artículo la hija de Ronald Reagan que publicaba ayer en The New York Times, recordando el atentado que sufrió su padre en 1981. Patti Davis cuenta que el día que se enteró de que habían disparado a su padre fue uno de los más largos de su vida y, además de recordar cómo cambió su familia, afirma que si su padre no hubiera sufrido ese intento de asesinato seguramente la historia del país y del mundo sería diferente, porque Reagan interpretó que si Dios lo había dejado con vida era para poner fin a Guerra Fría. Se tomó como una misión divina llegar a un acuerdo con Gorbachov.

Por más que las conclusiones corran más que los hechos, todavía no sabemos ni cómo el atentado afectará a la campaña ni cómo afectará al propio Trump. Sí sabemos que su hijo mayor culpó a la izquierda del atentado antes incluso de que se conociera la identidad del atacante, un joven de 20 años registrado como republicano, pero que también donó 15 dólares a un grupo progresista cuando tenía 17 años. El FBI sigue investigando los motivos, que aún se desconocen, por más que las redes estén llenas de ellos.

Foto: Donald Trump disparado en un mitin. (Getty Images/Anna Moneymaker)

También sabemos que el 21% de los estadounidenses justifica para avanzar en un objetivo político importante. Y, según otra encuesta, el 47% de los estadounidenses considera probable una segunda guerra civil en su vida. El atentado contra Trump no parece que vaya a calmar los ánimos.

Entre tanto, no muy lejos de La Casa Blanca, a ritmo de Ray Charles, al otro lado del Capitolio, el monumento a Lincoln recuerda cuando norte y sur se unieron tras la guerra civil. A la entrada del Memorial hay un hombre vendiendo gorras. Algunas con la bandera de Estados Unidos, otras ponen ‘Make America Great again’. Las que más vende son de Trump. De Biden no hay ninguna.

Al día siguiente del atentado contra Trump en Pensilvania, a las puertas de la Casa Blanca sonaba Ray Charles. Bueno, en la misma puerta, no. A lo más cerca que nos podíamos acercar turistas y curiosos, al otro lado del cordón de seguridad, ampliado a raíz del disparo que unas horas antes había intentado acabar con la vida del expresidente y candidato republicano. La canción ‘Beautiful America’, un himno de unidad para los estadounidenses, salía del altavoz que un hombre negro llevaba con un carrito y una pancarta que decía “Stop hating each other because you disagree” (dejad de odiaros porque estéis en desacuerdo). Entre selfie y selfie, nadie le hacía mucho caso.

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