Segundo Párrafo
Por
Qué manía con nombrar mujeres para todo
¿Cómo es que cuando es un hombre el que asciende al cargo se asume que su condición de hombre no tiene nada que ver? Algo tendrá que ver si todos sus predecesores también lo fueron
La foto del acto de apertura del poder judicial ha vuelto a mostrar un plantel eminentemente masculino. Pero este año se ha producido un cambio histórico. Por primera vez, una mujer, Isabel Perelló, ocupa la presidencia del Tribunal Supremo y el CGPJ. Hay quienes ven sospechoso que se esté nombrando a una mujer por ser mujer, además de por su talento, pero no ven sospechoso que casi todos los demás en esa foto sigan siendo hombres. Como si ser hombre no hubiera tenido nada que ver, además de su talento, en lo lejos que han llegado.
El poder en la judicatura, igual que en las empresas y la política, en los medios y en los supermercados, también en las universidades, en los ejércitos y en las pymes, debería estar en manos de sus profesionales más capaces. Ojalá un reparto del poder basado únicamente en la excelencia. Uno que nunca ha existido hasta ahora porque a la mitad de la población se la ha excluido de ciertos puestos de poder, al margen de su talento. Lo que significa que la otra mitad, tuviera o no talento, tenía garantizada una cuota de privilegio.
Sigue habiendo instituciones, como el Banco de España, por citar una de actualidad, en el que solo hombres han ocupado el cargo. Una cuota tan desequilibrada de poder es sospechosa para atribuirse exclusivamente al mérito. ¿Por qué solo se pone en duda la excelencia de las mujeres que ascienden a un cargo por el hecho de ser, además de brillantes, mujeres? ¿Cómo es que cuando es un hombre el que asciende al cargo se asume que su condición de hombre no tiene nada que ver? ¿Seguro? Algo tendrá que ver si todos sus predecesores también lo fueron.
El ascenso al poder siempre ha tenido mucho que ver con las cuotas. En los consejos de administración, en los ministerios y en las tertulias hay cuotas de colegueo, cuotas ideológicas, cuotas de lealtad, cuotas familiares… Y, por supuesto, cuota de género. El género masculino. Esa ha sido una cuota de poder tan intocable que hasta hace muy poco ha permanecido invisible y libre de toda sospecha. Todavía hay quien no la ve. Como si ser hombre fuera una suerte de condición de universalidad y no una característica sospechosamente invariable para llegar al poder de tantas instituciones.
Qué manía, dicen algunos, con nombrar mujeres solo por el hecho de serlo. No. La anomalía no es que cada vez se nombren más mujeres para altos cargos por ser mujeres. La anomalía es que ha habido demasiadas mujeres a las que no se las ascendió por el simple hecho de serlo. ¿Cuántas personas brillantes no han llegado al cargo que merecían pese a ser las más preparadas? ¿Cómo va a ser solo cuestión de talento que en una foto de empresarios, jueces o banqueros haya tan a menudo únicamente hombres? Eso sí que es una cuota sospechosa.
Urge reivindicar que las empresas y los cargos públicos estén en manos de las personas más capaces. ¿No es sospechoso que siendo solo la mitad de la población haya sectores en los que el 90% del poder siga en manos exclusivamente masculinas? ¿De verdad han sido los más capaces los que han prosperado? Venga ya, que llevamos un cuarto de siglo XXI. ¿No tendrá algo que ver que sean hombres con que hayan logrado el cargo?
¿Cómo es que todavía es ser mujer lo que resulta sospechoso si todavía las mujeres siguen tan infrarrepresentadas?
Esa cuota de poder que sobrerrepresenta una parte de la población es la que tendría que estar bajo escrutinio público para demostrar que los hombres que llegan a los cargos lo hacen por sus méritos y no por el hecho de ser hombre. ¿Cómo es que todavía es ser mujer lo que resulta sospechoso si todavía las mujeres siguen tan infrarrepresentadas? Porque lo masculino sigue teniendo el privilegiado barniz de la universalidad.
Cuando en un sector el 90% de los altos cargos, cuando no el 100%, está invariablemente en manos de los hombres, lo que deberíamos cuestionarnos es hasta qué punto no estará influyendo su género en el puesto que ocupa. Una cuota de poder tan alejada del equilibrio real no puede explicarse solo en nombre del talento. Será, en el mejor de los casos, de la inercia. Y en el peor, del machismo.
La foto del acto de apertura del poder judicial ha vuelto a mostrar un plantel eminentemente masculino. Pero este año se ha producido un cambio histórico. Por primera vez, una mujer, Isabel Perelló, ocupa la presidencia del Tribunal Supremo y el CGPJ. Hay quienes ven sospechoso que se esté nombrando a una mujer por ser mujer, además de por su talento, pero no ven sospechoso que casi todos los demás en esa foto sigan siendo hombres. Como si ser hombre no hubiera tenido nada que ver, además de su talento, en lo lejos que han llegado.