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Por qué no deberías poner la mano en el fuego por un ministro
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Marta García Aller

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Por qué no deberías poner la mano en el fuego por un ministro

A fuerza de mentar el rito sumerio en vano hemos ido malversando tanto su sentido que poner la mano en el fuego por alguien empieza a sonar a antesala de imputación

Foto: La vicepresidenta primera y ministra de Hacienda, María Jesús Montero. (Europa Press/Ricardo Rubio)
La vicepresidenta primera y ministra de Hacienda, María Jesús Montero. (Europa Press/Ricardo Rubio)
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Felipe González puso la mano en el fuego por Roldán y por Mariano Rubio. Y por Vera y Barrionuevo. Duran i Lleida la ponía por Pujol y Pujol por algunos de sus hijos, aunque no por todos. También el PP ponía la mano en el fuego por Rodrigo Rato; y por Cristina Cifuentes y por Jaume Matas. Y Esperanza Aguirre por Ignacio González. Rajoy por Fabra. Aznar solo la puso por sí mismo. Y Sánchez por su mujer. Por Ábalos no consta que nadie la haya puesto últimamente. Si acaso la pondría Koldo, tan leal a su jefe que está dispuesto a abrasarse por él en el Supremo.

Lo de poner la mano en el fuego empezó más como un método disuasorio que probatorio. Antes de ser una metáfora, poner la mano en el fuego se utilizaba de forma asombrosamente literal. Quemarse la mano era un rito sumerio que sobrevivió hasta la Edad Media. La idea era que quien era inocente o estaba realmente seguro de algo estaría dispuesto a comprometer su integridad física para demostrarlo porque la providencia le daría fuerzas para no sufrir. Era una forma de probar que se iba en serio, porque los que se sabían culpables, no se atreverían a llegar tan lejos y antes de chamuscarse en el último momento se echaban para atrás. O eso creían los sacerdotes.

Haberlo dejado en metáfora le quita mucha capacidad de disuasión a la frase, claro. Además, como ahora la costumbre es poner la mano en el fuego por otro y no por uno mismo, más que de decir verdad es sinónimo de lealtad hasta que se demuestre lo contrario. Y demasiado a menudo es cuestión de tiempo que se demuestre. ¿Pero entonces qué significa ahora poner la mano en el fuego? Pues sintiéndolo mucho por los sumerios, a fuerza de mentar el rito en vano hemos ido malversando tanto su legado que poner la mano en el fuego por alguien empieza a sonar a antesala de imputación.

Deberían abstenerse ministros, ministras y políticos en general, de ir poniendo la mano en el fuego por compañeros o subalternos que están siendo investigados por corrupción de los que, en el mejor de los casos, desconocen sus actividades mientras la UCO hace su trabajo. Primero, porque por dignos que se pongan no saben si los están engañando a ellos también. Pero, sobre todo, porque poner la mano en el fuego por alguien le hace flaco favor al investigado. Viendo el histórico, lo señala más que lo exculpa. Le añade el morbillo de tenernos a todos atentos a ver cuánto tardan en trincarle. Y la historia reciente de la corrupción en España suele ponerse del lado de los malpensados.

Foto: Koldo García declara ante el juez del Tribunal Supremo. (Europa Press/Eduardo Parra)

Cuando hace unas semanas la vicepresidenta María Jesús Montero puso la mano en el fuego por su jefe de Gabinete, seguramente no sabía que Koldo iba a admitir en el Supremo que pudo “encontrarse en un bar” con Aldama y su número dos en Hacienda, acusado de cobrar 25.000 euros en la trama.

No es una prueba concluyente, desde luego. De momento no hay muchas en el caso Aldama. Sí muchos indicios a los que Anticorrupción da credibilidad. Pero viniendo de alguien como Koldo que lo está negando todo, hasta su puño y letra, admitir que pudo reunirse con el número dos de Montero “de casualidad” resulta suficientemente extraordinario. La ministra de Hacienda también puso la mano en el fuego por Santos Cerdán hace tres semanas. No quiere decir que sea inocente, sino que cree en él. O, al menos, que a su partido le conviene que lo parezca hasta que se demuestre lo contrario.

En vez de una hoguera, ahora está la UCO.

Más que ayudar a la credibilidad de alguien, poner la mano en el fuego ha pasado a ser una expresión que acaba escaldando a quien la dice. Y no andamos sobrados de credibilidad en la política. El ministro Óscar Puente se negó hábilmente a poner la mano en el fuego por Ábalos y hace meses lanzó una auditoría interna para marcar distancias. Ahora ha cambiado de estrategia y anda echando una mano a la credibilidad de Ábalos, o sea, al descrédito de Aldama, con desmentidos de las licitaciones de las que este ha confesado amaños con el papeluco arrugado que llevó al Supremo. Son desmentidos por los que Óscar Puente no sabemos si pondría la mano en el fuego pero sí unos pocos tuits. Aunque si la UCO acabara demostrando que esos contratos sí se amañaron, a ver qué dice Puente.

Claro, que la credibilidad no depende ya ni de la UCO para el partido que negó que Aldama hubiera estado en Ferraz. Luego negó que hubiera pasado del hall. Decir, como dijo la portavoz socialista Esther Peña, que no es el PSOE quien tiene que demostrar que Aldama no estuvo en su sede sino al revés, no parece muy colaborador con la Justicia. Sobre todo ahora que sabemos que el presunto cabecilla de la trama llegó hasta la cocina misma de Ferraz. La foto que esta semana publicó El Confidencial prueba que Aldama estuvo reunido en la tercerísima planta de Ferraz a la vera de Ábalos. En la planta noble y en el sitio noble. Cuando Ábalos era noble.

Foto: Víctor de Aldama a su llegada al Tribunal Supremo para declarar en la investigación que se sigue contra José Luis Ábalos. (EFE/Mariscal)

Por el ministro Torres, a quien también implica Aldama, nadie pone la mano en el fuego de forma tan contundente como Montero por su jefe de Gabinete. La puso hace tiempo Patxi López, nada más saltar el caso, cuando salpicó al expresidente de Canarias y aún lo llamábamos caso mascarillas; también la ha puesto por Torres el delegado del Gobierno canario, Anselmo Pastrana. Pero quién no pondría la mano en el fuego por su jefe directo si le preguntan públicamente. Esta es otra razón para no poner la mano en el fuego por unos compañeros de partido. Porque cuando una trama salpica en tantas direcciones queda feo ir poniendo la mano en el fuego por unos sí y por otros no.

Felipe González puso la mano en el fuego por Roldán y por Mariano Rubio. Y por Vera y Barrionuevo. Duran i Lleida la ponía por Pujol y Pujol por algunos de sus hijos, aunque no por todos. También el PP ponía la mano en el fuego por Rodrigo Rato; y por Cristina Cifuentes y por Jaume Matas. Y Esperanza Aguirre por Ignacio González. Rajoy por Fabra. Aznar solo la puso por sí mismo. Y Sánchez por su mujer. Por Ábalos no consta que nadie la haya puesto últimamente. Si acaso la pondría Koldo, tan leal a su jefe que está dispuesto a abrasarse por él en el Supremo.

Caso Koldo García
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